› Por Martín Kohan
Hace un rato comí otra vez, igual que siempre, pensando en cualquier cosa. Lo descubrí un poco después, al ver en la calle un aviso de manzanas y sentirme de repente tentado, deseoso de comer una. Pero acababa de comer una, porque tal fue mi sencillo postre, y ni siquiera reparé en que lo hacía (mis ganas no fueron de comer otra manzana, sino de comer una; no deseaba repetir, deseé como se desean las cosas lejanas). Así supe que había comido como siempre, de nuevo sin saborear, sin disfrutar, sin darme el gusto, muy con otra cosa en mente. (De “Crónica de un almuerzo en dispersión”.)
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Casi todas las fotos del Che Guevara expresan movilidad; un cierto espíritu dinámico las preside y las determina. No es que el Che Guevara salga movido en las fotos, es que sale moviéndose. Sale trepando, andando, segando, sale en medio de un gesto que transcurre, sale saltando. Pero hay más: incluso en las fotos donde está quieto en principio, rige sin embargo ese mismo principio de movilidad. Aunque esté sentado, o acostado en el suelo, o leyendo en una hamaca, o fumando un habano, hay tal tensión en su cuerpo, hay tanto esfuerzo en estarse quieto, que se percibe como un hecho cierto la inminencia de la movilidad. (De “Nunca quieto: los diarios del Che Guevara”.)
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Nunca pensé que Fogwill podía morirse. Lo pienso de las personas saludables, las que se cuidan y están bien: esos tienen algo que perder. Los que, en cambio, se deterioraron mucho, pero deteriorados y todo viven, van y vienen, nadan, viajan, escriben cosas, de esos pienso que pueden con todo, de esos pienso que nada los vence, con esos no se me ocurre que alguna vez se pueden morir. (De “Una cosa más sobre Fogwill”.)
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Si Manuel Gálvez escribe la novela social de la prostituta, Roberto Arlt escribe su novela política. Gálvez ensaya las justas proporciones del realismo social; Arlt elige por su parte la desproporción y la desmesura, subraya la acentuación de todo lo que admite ser acentuado. Gálvez convoca causas sociales y procura suscitar una compasión que es también social. Para Arlt, en cambio, la prostitución es menos un problema social que un modelo para la acción política. (De “De putas”.)
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Vida y libros ya no se funden, ni con las novelas de caballerías leídas por Don Quijote, ni con las novelas de Misery leídas por Annie Wilkes, ni con la novela policial leída en el relato de Cortázar. La lectura y la vida se desencuentran y divergen. La idea de una recepción por la cual se actualicen los textos en un presente determinado, la idea de que la lectura pueda desencadenar efectos sobre una situación concreta, se complica si a la literatura y al mundo se los piensa en términos de una desarticulación. (De “Modelos de lector”.)
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Los expertos en temas comerciales, los que conocen bien las leyes de compra y venta, atinarán a explicar el best-seller en clave de economía (...) A mí todo eso se me escapa; interesado en la literatura, atino apenas a imaginar cuáles son las escenas posibles para el lector de un best-seller. Es decir cómo es la vida, la fatigada vida de quien sólo puede esperar de un libro que lo entretenga sin mayores esfuerzos, que lo lleve de la mano desde el principio hasta el final, que le aligere la lectura de escollos y le asegure la velocidad crucero de las tramas lineales con situaciones previsibles, el enigma cocinado en punto justo y la resolución como postre, el lenguaje neutralizado, ni infierno ni paraíso: el limbo. La cosa que yo no entiendo es por qué no miran televisión. (De “El karma del mejor vendido”.)
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De la cultura de la imagen no hay nada que esté exento; tampoco el telo. El telo es imagen en un sentido tecnológico y en un sentido primigenio: en el telo hay televisión y en el telo hay espejos. La tele puede contribuir perfectamente al efecto de pansexualismo que el telo precisa y promueve, sintonizando los canales precisos. Ese hotel dedicado enteramente a una sola cosa y al que todos los huéspedes concurren para hacer esa sola cosa, refuerza esa clase de absoluto cuando uno va, prende la tele y en la tele qué encuentra: encuentra más de lo mismo, un poco más de eso mismo. (De “Un mundo aparte”.)
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Walter Benjamin dice que los niños lloran cuando descubren que las palabras no tienen poderes mágicos. Yo lloré el día que descubrí que, por mucho que me pusiera vincha y bermudas, no era ni sería Hugo Gatti. (De “El fútbol y yo”.)
Fragmentos extraídos de Fuga de materiales, ediciones de la Universidad Diego Portales, de Santiago, Chile, que se distribuyó por estos días en Argentina.
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