› Por Silviano Santiago
El cuento “Pierre Menard, autor del Quijote”, de Jorge Luis Borges, sirvió de inspiración para el inusitado título del ensayo, escrito en 1970, Eça, autor de Madame Bovary. Se transformó en apoyo táctico para la atribución equivocada de la autoría (Eça no es autor de Madame Bovary) y la obvia inversión cronológica (el notable romance de Flaubert es anterior a O primo Basilio). Autoría equivocada y cronología invertida eran juegos usados como estrategia de desestabilización de la literatura comparada canónica que, apoyada en las nociones eurocéntricas de fuente y de influencia, establecía la incontestable superioridad y primacía de las obras artísticas producidas en las naciones colonizadoras.
De forma similar a lo que sucede en la Poética de Aristóteles, donde el filósofo extrae de la obra Edipo Rey, de Sófocles, su esqueleto teórico, yo buscaba en la creación literaria moderna y posmoderna el andamio que sustentaría el largo proceso de construcción de los presupuestos teóricos que a su vez servirían de fundamento para la lectura subversiva de obras literarias escritas en las antiguas colonias, cuya invención y composición abrían brechas en la norma establecida por el Romanticismo europeo y por los movimientos canónicos posteriores.
En otras palabras: mis apuestas en el campo de la teoría literaria poscolonial tenían y tienen como inspiración no sólo las discusiones propiamente filosóficas y estéticas, de las que es un ejemplo contemporáneo el posestructuralismo francés, como también fueron y son enriquecidas por el vaivén entre práctica de lectura y teoría. El resultado es la elaboración personal de una ficción teórica, que sirvió y sirve de metodología de análisis e interpretación, cuyo estímulo está dado por los creadores literarios que elijo.
La falta de sentido común asocia el ya citado cuento de Borges a un rasgo capital del manifiesto Dadá, firmado por Tristan Tzara. Leemos en Borges palabras definitivas sobre el sacrificio al texto original y sobre la invención de variantes: “Mi solitario juego está gobernado por dos leyes polares. La primera me permite ensayar variantes de tipo formal o psicológico; la segunda me obliga a sacrificarlas al texto ‘original’ y a razonar de un modo irrefutable esa aniquilación”. En el Manifiesto Dadá 1918, leemos el elogio de acciones simultáneas como forma de composición literaria: “Redacto este manifiesto para mostrar que es posible realizar simultáneamente acciones opuestas en una única fresca respiración; contra la acción; por la continua contradicción; por la afirmación también: yo no soy ni pro ni contra y no explico por qué odio el sentido común”.
Falta de sentido común crítico (la autoría equivocada, la inversión cronológica) y juego de las variantes no sacrificadas al modelo original encuentran eco en el elogio de la paradoja, en el elogio de la contradicción como afirmación, valores defendidos por Tristan Tzara en su manifiesto. Como resultado, la prosa o el poema paródico, compuestos por acciones opuestas y contradictorias, se escribe en una única y fresca respiración, en simultáneo. La noción de entrelugar proporcionaba el espacio teórico para aprender al unísono tanto la copia (sacrificio al original) como la invención personal (variantes), constitutivas de la parodia. Se trataba de leer el texto en sus transparencias intertextuales.
Fragmento de “La literatura brasileña desde una perspectiva poscolonial”, conferencia pronunciada por Silviano Santiago durante el II Coloquio Literatura y Margen (el primero estuvo dedicado a Mario Levrero), que próximamente publicará la editorial de la Untref junto a los artículos de cada uno de los participantes y la entrevista pública que Daniel Link le realizó al escritor.
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