› Por Roberto Arlt
El jefe de redacción del diario ha pasado un día a las nueve de la mañana por la redacción; otra tarde a las tres; una noche a las nueve; un amanecer a las dos, y me ha encontrado siempre rodeado de papeles, hecho un forajido, con barba de siete días, tijera descomunal al costado y un frasco de goma agotándose.
Entonces el jefe de redacción se ha detenido frente a mí, diciendo}:
–¿Se puede saber qué diablos hacés? Escribís todo el día y no entregás nota sino cada muerte de obispo.
He tenido que contestarle.
–Querido jefe: estoy terminando mi novela Los Lanzallamas que sale el treinta de este mes a la calle.
–Bueno. Escribite una nota sobre cómo se hace una novela.
–Encantado. (Al mismo tiempo es publicidad.)
Mucha gente tiene curiosidad de saber cómo se escribe una novela. Qué trabajos pasa el autor. Entremos en materia.
Hacer una novela, requiere más o menos el espacio de un año y medio. Cuando el autor se pone a trabajar, los personajes que intervienen en la acción están casi modelados Es decir, se han ido formando en un plazo más o menos largo, en su imaginación. Hay autores que se trazan un plan estricto y no se apartan de él ni por broma.
Ejemplo: Flaubert. Otros nunca pueden establecer si su novela terminará en una carnicería o en un casamiento. Ejemplo: Pirandello. Unos son tan ordenados que fijan en su plan datos de esta categoría:
“El personaje estornudará en la página 92, renglón 7”; y otros ignoran todo lo que harán. Es lo que le pasó a Dostoievski, cuya novela El crimen y el castigo fue en principio un cuento para una revista. Insensiblemente el cuento se transformó en una novela nutrida y espantosa.
El novelista “pur sang” aborrece cordialmente el método (aunque lo acepte), los planes y todo aquello que signifique sujeción a una determinada conducta.
Escribe de cualquier manera lo que lleva adentro, bajo la forma de uno o de diez personajes.
Para no extraviarse totalmente, hace apuntes de las líneas importantes de la acción. El material se acumula a medida que pasan los meses.
En el novelista instintivo, los personajes proporcionan sorpresas de seres vivientes. Así por ejemplo: X en un momento dado insultó a N, contra todas las previsiones del escritor.
El autor se dice:
–Es absurdo que X lo insulte a N. No tiene que insultarlo... Luego se olvida de este suceso y un día, en un momento en que está más distraído, una voz misteriosa dice en su interior, aclarándole la incógnita:
–X insultó a N, recordando que N le había hecho una trastada en otra época.
A mí me pasó un caso curioso en Los Lanzallamas. Un personaje mata a otro. La escena estaba trazada satisfactoriamente, el crimen descripto como era debido; pero yo no estaba satisfecho. Allí había algo que no era claro para mí. Y de pronto, esa voz a que m refería antes, me dijo:
–¡Claro! Fulano fue un bárbaro al matarlo a Mengano. Mengano, en el instante que entró a su cuarto, se encontraba en estado sonambúlico.
Inmediatamente se aclararon para mí un montón de enigmas. La mirada fija con que Mengano se introducía descalzo en la habitación del que lo iba a matar.
Problemas así se presentan a montones en el autor instintivo. En vez de autor, debería ser denominado secretario de personajes invisibles. Hace lo que ellos le mandan.
Terminado el grueso de la novela, es decir lo esencial, el autor que trabaja desordenadamente, como lo hago yo, tiene que abocarse, con paciencia de benedictino, a un caos mayúsculo de papeles, recortes, apuntes, llamadas en lápiz rojo y azul.
Comienza la tarea de tijera. Estos 20 renglones de la parte 3 están de más: el capítulo número 5 es pobre en acción; el 2 carece de paisaje y es largo; el 6 está recargado.
El paisaje, que no tiene relación con el estado subjetivo del personaje, se confecciona al último. A veces falta el final de una parte: el autor lo dejó para después, porque no le dio importancia a ese final. Ahora, en el momento de apuro, se da cuenta que ha hecho una burrada; que el final era importantísimo y tiene que estudiarlo al galope y redactarlo vertiginosamente.
Sin embargo, a pesar de todos los inconvenientes que el sistema enumerado ofrece, nunca un autor trabaja mejor que entonces. Después de una semana de corregir durante dieciocho horas diarias, yo he perdido cinco kilos de peso, los nervios vuelan. Parece en realidad que no se está trabajando sobre la tierra, sino en la cresta de una nube. Se mira a las mujeres con la misma indiferencia con que un sonámbulo observa las fachadas de las casas.
Libros muy buenos se han escrito de la manera que dejé antes narrada. No seré injusto. Los que escribieron libros muy buenos desordenadamente los habrían escrito mejor, quizá, trabajando ordenadamente; pero cada autor tiene su temperamento; y allá él. Lo único que hay derecho a exigirle es que no nos aburra.
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