Luego de la muerte de su marido, Mary vivió treinta y dos años más en Ossining dedicada a pintar y a escribir poesía. Alguna vez accedió a recibir periodistas que llegaban hasta allí en busca del testimonio de esos tiempos turbulentos. “Me daba cuenta de que no era del todo masculino. Era guapo, divertido. Su defecto era que se preocupaba por la clase y el dinero. Admiraba la vida de los ricos. Quería una buena vida. Eso fue lo que le atrajo a mí”. A Cheever, la clase de la familia de Mary le entró por los ojos. Adoraba la casa de veraneo de sus suegros: ocupaba veinte hectáreas en New Hampshire, tenía canchas de tenis y la pileta que inspiró su cuento “El nadador”.
Mary murió a los 95 años el 10 de abril de 2014. Un par de meses después el aviso de venta de Cedar Lane, 197 revolucionó al mundo literario. Resulta impactante el video 360° de la casa valuada en 525.000 dólares. Al poco tiempo un cronista del The York Times visitó la propiedad con Susan Cheever. Ni ella ni sus hermanos desean quedarse con la casa, ni que se convierta en museo, dice. Al cronista le sorprende ver que el jardín, en otras épocas con rododendros azules, blancos y rojos que florecían para el 4 de julio, ahora “parece más bien silvestre, y tenemos que sortear arbustos y enjambres de abejas para llegar a la puerta principal”. Ya en el interior de la casa hay un fuerte olor a pis de gato y todo parece detenido en el tiempo. Las National Geographics de Cheever amontonadas sobre un mueble. El Paris Review de 1993 con Cheever en la tapa. Una caja de preparado de farmacia de 1957 a su nombre. Un premio literario colgado la pared. Traducciones extranjeras de sus libros alineadas en las estanterías, entre libros de Kierkegaard, Cómo vivir con un perro neurótico y Guía de los Cantos de Las Aves. Susan le muestra al cronista la sobrecubierta de la Poesía completa de Auden: de puño y letra, su padre anotó ahí un horario de trenes. Susan dice que a pesar de lo que se ve, la estructura de la casa es fuerte, que hace cinco años hicieron todo el cableado nuevo, los techos están bien y las chimeneas, limpias. Increíblemente hay un escritorio en el living con la máquina de escribir y Susan está segura de que los promotores le harán creer a los clientes que Cheever escribía ahí, pero que no es cierto. “Mi padre escribía en los rincones más humildes de la casa, no tenía un lugar fijo, como si al instalarse pudiera malograr la inspiración, iba por todos lados con la máquina de escribir. Cuando cada hijo fue a la universidad, escribía en el cuarto que quedaba vacante. Hasta una vez se armó una carpa en el jardín y escribió ahí”. Al final, Susan dice creer en el poder de los lugares. “Creo que se puede saber todo de una persona a través de su casa”.
La casa sigue en venta. En Zillow (el equivalente estadounidense de Zonaprop) hay un detalle en léxico inmobiliario: superficie, ambientes y los colegios cercanos. También que la casa requiere reformas y pasó a remate judicial en mayo de este año con una base de 340.000 dólares. Las fotos que aparecen en Zillow son menos románticas que las que publicaron The New York Times, Newsweek, The Guardian y tantos otros, que quizás de manera más o menos intencional oficiaron de salvavidas mediático para resaltar el lustre literario de la casa y darle más chances. Ahora el aviso intenta atraer a los clientes: “Este inmueble fue de propiedad de John Cheever, escritor americano ganador del Premio Pullitzer. Un emblema histórico y literario espera la persona indicada para escribir su último capítulo”.
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