Sáb 16.09.2006
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NOTA DE TAPA

Sobre el arte de robar

Cocos, copias y coincidencias es el libro y exposición con el que Juli Capella, referente del diseño español, aborda un asunto ríspido y tan viejo como el mundo.

› Por Luján Cambariere

Plagiar, remedar, imitar, falsificar, fusilar, según el diccionario de la Real Academia Española. Para el también español autor de “Cocos, copias y coincidencias”, la copia es, entre otras cosas, la imitación de una obra ajena con la pretensión de que parezca original. Tema ríspido si los hay en todas las disciplinas, pero sobre todo en las que la creatividad es factor constitutivo. El diseño no escapa a los atajos que toman sobre todo los empresarios pero también profesionales inescrupulosos. Convengamos, la creatividad es una arena difícil, no todos se animan a cruzar las fronteras, jugar en los límites y asumir riesgos. Mientras tanto, las cifras de la piratería van creciendo: las empresas pierden más de 200.000 millones de euros anuales a causa de la falsificación y se calcula que el 7 por ciento del comercio mundial es pirata.

Juli Capella, arquitecto (director de Capella García Arquitectura), diseñador gráfico e industrial, periodista (en 1984 creó y todavía dirige la revista De Diseño, primera publicación especializada en esta disciplina en España, y en 1988, la Ardi), curador de infinitas muestras y autor de numerosos libros, tiene chapa de sobra para abordar el tema. Y lo hace con un libro y una muestra, curada junto a Ramón Ubeda, no desde un lugar delator sino como promotor del diseño.

“La copia, la coincidencia, la inspiración... ¿dónde comienza una y dónde acaba la otra? Nadie conoce a ciencia cierta dónde están los límites, pero todos convenimos en opinar que el plagio es estéril y desleal, y que, sin embargo, la inspiración es lícita y hasta loable. La copia es una práctica muy habitual en el diseño, pero el motivo de la exposición Cocos no es la denuncia, ni su intención es la de crear polémica respecto del fenómeno, sino promover la innovación y la creación”, explica, aclarando que lo hace desde un país que según él supo ser copión y ahora es copiado. De hecho, a raíz de esto, en el 2003 España promulga la Ley de Protección del Diseño Industrial. El libro ilustra diferentes casos en 256 páginas con más de mil ilustraciones y textos de Alessandro Mendini, André Ricard, Raquel Pelta, Alvaro Sobrino, Philippe Starck, Vicente Verdú y Anatxu Zabalbeascoa, entre otros.

¿Qué lo motivó, hace años, a incursionar en la comunicación y promoción del diseño?

–La casualidad y la curiosidad, pero sobre todo el no tener encargos de arquitectura. Como no tenía trabajo, publicar me servía para seguir aprendiendo –pues la universidad era muy mala– y por eso me inventé la revista Grieta, De Diseño, Ardi, colaboré en El Croquis, inventé exposiciones, comencé a escribir libros, organizar debates. Todo con más pasión que conocimiento, dicho sea de paso. Estaba convencido de tener una buena nueva, el diseño, y debía convencer a los demás a toda costa.

¿Por qué meterse con este tema de la copia? ¿Estaban maduros para hacerlo, era una demanda del entorno o una cuestión de ganar enemigos?

–Todos estamos metidos en la copia desde niños. Todos aprendemos a escribir o dibujar copiando. Pero en un momento dado te dicen que eso es malo, que hay que ser original, que un verdadero profesional crea algo nuevo. Y desde entonces te ronda la contradicción entre copiar o inventar. Organizando el Año del Diseño en Barcelona en 2003, convencimos al Ministerio de Industria del interés en tratar esta temática y con Ramón Ubeda ordenamos la información para una exposición y un libro con material que había ido recopilando durante muchos años. La copia es un mundo apasionante, indefinido, subterráneo, omnipresente, forma parte de la esencia del ser humano. Ciertamente cuando recogía el testimonio del copiado y del copiador se hirió alguna susceptibilidad, pero nunca acusamos a nadie, tan sólo exponíamos “casos prácticos” sin juicios morales. No estoy radicalmente en contra de copiar. Depende. Por ejemplo me parece lícito copiar fármacos en Africa en vez de pagarlos a precios abusivos.

En disciplinas como la música los parámetros de la copia están establecidos. ¿Cuál sería la ecuación o reglas para el diseño?

–Sobre todo el sentido común. Pero ya se sabe que es el menos común de los sentidos, y un juez es capaz de justificar la copia de una silla diciendo que a fin de cuentas todas tienen cuatro patas, asiento y respaldo y que no por eso son copias. Me ha pasado. Por tanto el concepto de copia va ligado a la memoria y al conocimiento. Si no sabes lo que se ha hecho antes, no puedes saber si es una copia. Yo particularmente creo que algo es un plagio cuando es igual a alguna cosa ya existente, y se hace con conocimiento de causa y para aprovecharse económicamente. Si no, puede ser una coincidencia, o bien un homenaje. La línea roja se traspasa cuando te aprovechas a sabiendas del trabajo de otros.

¿Existen más culpables entre diseñadores o entre empresarios?

–Los primeros copiones son los empresarios y los productores, porque van a una feria internacional, recogen folletos o hacen fotos y luego lo dan a su departamento de producción para que fusilen la pieza, incluso “introduciendo algunas peoras”, todo más endeble, más barato. Luego se horrorizan si les copian a ellos, como suele suceder a los pocos años si las cosas les van bien. Entre los diseñadores hay más orgullo. Lo que hacen ellos se llama inspiración. Se basan en modelos que han visto y les introducen algunas variaciones. Son evoluciones o versiones personales, pero pocas veces se atreven a hacer una copia idéntica y descarada. Es incompatible con autodefinirse creador o diseñador.

¿Existen casos en que la copia supera al original?

–Casi siempre. Por ejemplo en los teléfonos, los coches, los ordenadores, el paraguas, si nos fijamos bien, cada nuevo diseño recoge las virtudes del antecesor, pero aporta ciertas mejoras. Son copias darwinianas, pequeñas evoluciones que van superando las versiones previas. Por eso hay mucha gente que concibe la copia como un sistema lógico de progreso y no ve en esta operación ningún aspecto negativo. Si nos fijamos, veremos que sólo tiene interés copiar las cosas buenas, las que funcionan, a nadie se le ocurre imitar un fiasco. Por eso incluso existe un cierto orgullo del copiado. A mí, por ejemplo, me encantaría que me copiasen algo, pero aún no lo he logrado.

Más que de demandar, usted habla de apelar a la innovación. ¿Hoy dónde están los recursos para la creación?

–No creo que prohibir la copia sirva de nada. Además no soy quién para denunciarla y me considero antiprohibición en general. Pero sí me interesa promover la innovación, que es lo opuesto a la copia, y que supone un esfuerzo extra. Desgraciadamente innovar cuesta neuronas y dinero, y por el segundo motivo escasea en nuestros países. Pero la inversión en innovación suele ser rentable, porque es lo que te permite diferenciarte.

Sacando a Asia, ¿hay países más copiones que otros?

–Uno se lleva sorpresas. Precisamente Inglaterra es muy copión. Japón lo fue durante muchas décadas... Algunas empresas españolas han descubierto que sus principales falsificadores están a pocos kilómetros de su fábrica. Hay que desmontar el mito, no sólo copian los países asiáticos, ni los pobres, precisamente Africa copia poco, porque ni siquiera tiene capacidad para hacerlo. Los países más copiones suelen ser aquellos que transitan hacia el desarrollo y pueden ofrecer precios productivos más bajos, pero ojo, a veces explotando niños, pagando miserias, sin condiciones laborales. Y cuando se equiparan a los demás países en prestaciones sus ventajas se desvanecen... Pasará en China dentro de poco.

¿Y diseñadores famosos que hayan caído en la trampa?

–No es que barra para casa, pero creo que no se puede afirmar que ningún destacado diseñador haya copiado literalmente a otro. Es un pecado y está mal visto. Ahora bien, sí pueden inspirarse, imitar o adherirse a un estilo, apuntarse a una tendencia determinante. Pero no conozco casos de nadie notable que haya copiado a un colega. Lo que sí abunda es la coincidencia, porque todos estamos sometidos a inputs culturales similares, trabajamos con materiales similares, con encargos parecidos, por tanto lo que sucede a menudo es ver en el mercado piezas muy parecidas

Si la copia es el fin del diseño y, por otro lado, el diseño puede salvar al mundo, estamos en problemas, ¿no?

–Brillante ecuación. Es cierto, estamos ante graves problemas. El mundo va fatal y el diseño no es que esté ayudando mucho. Creo por un lado que si todos esperásemos a ver qué han hecho los demás para iniciar un diseño, el mundo se paralizaría. Y por otro lado creo que está claro que sólo el diseño, el buen diseño, puede sacar a la humanidad del atolladero: diseño biónico para la salud, diseño ecológico para los objetos y la arquitectura, diseño de instrumentos e indumentaria para sobrevivir en un mundo limitado de recursos. Sin diseño la gente moriría, basta imaginarse un mundo sin aparatos médicos o electrónicos. Por eso es necesario seguir adelante, hacer nuevos objetos no contaminantes y ponerlos al servicio de la sociedad. Está claro que urge un enfoque social y humanista para el diseño, que hasta la fecha sobre todo ha sido un instrumento eficaz del capitalismo para el desarrollo de la sociedad consumista depredadora. Ya no se trata de correr, sino de mejorar.

¿Cuáles son sus ejemplos de diseño que haya mejorado la calidad de vida de la gente?

–Ninguno le ha llegado a la suela del zapato a la aspirina, pero creo que los diseñadores en algo sí han contribuido a hacer el planeta un poco más confortable. Por ejemplo con las prendas de vestir, el mobiliario, los electrodomésticos, no olvidemos cuánto han liberado al ser humano de tareas difíciles y peligrosas. Creo que podemos hacer un homenaje a pequeños objetos anónimos geniales: la pinza, el clip, la aguja, el abrelatas, que aún nos dan servicio, y sin ponerse trágicos reconozcamos el valor de las jeringuillas de un solo uso, los salvavidas o la señalización de carreteras. Un buen diseño salva a la gente. Pero también quiero reivindicar el papel estético del diseño, su belleza nos acompaña y mejora la vida. Como no somos máquinas sino personas, no sólo necesitamos servicio y función, sino compañía y simbolismo. No creo que el diseño sea arte, pero en determinados momento lo roza.

Dice que lo que verdaderamente le interesa hoy es la política. ¿Por qué?

–Porque lo engloba todo. La política es la forma de organizarse en sociedad y por tanto la forma de cambiarla. Pero sobre todo me interesa la política porque se refiere a las personas y no a las cosas. En mi profesión es fácil enamorarse de los edificios, los muebles. Estas son subsidiarias de servir a la gente y no al revés y ahora parecemos esclavos de lo material, por eso me importa un pito un auto o la mejor silla del mundo si no sirven para hacer a la gente un poco más feliz.

Si diseñar es pensar, ¿por qué preocupaciones tan trascendentales como el planeta como objeto ingresan recién ahora?

–Durante mucho tiempo recopilé citas y definiciones sobre qué es diseñar. Y finalmente busqué el común denominador de todas y creo que podría ser algo así como “pensar antes de hacer”, es decir prever, anticipar. Por eso creo que definitivamente, a pesar de su mala fama, el diseño es una disciplina de gran interés y socialmente útil, no es una frivolidad ni un sistema para vender más caro (aunque también). Y creo que la función de diseñar se puede aplicar a todo objeto o proyecto, también se diseña un servicio. Y un planeta. Pero hasta la fecha nos pensábamos que todo era infinito y estaba a disposición del primero que lo encontrase, así ha sido la vida en la Tierra hasta que hemos descubierto sus magnitudes y límites. Quiero ser optimista y pensar que el ecodiseño salvará el planeta Tierra, creo que es cuestión de organizarse. Empecemos ahora mismo.

Juli Capella: www.capellaweb.com

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