NOTA DE TAPA
La revista Hábitat desarrolló esta semana un encuentro sobre su especialidad con un punto de vista eminentemente práctico. Se habló de problemas materiales, de especialistas y de dinero, entre profesionales y gestores del patrimonio.
› Por Sergio Kiernan
Fematec es una feria profesional de la construcción que reúne a gente práctica, interesada en materiales, técnicas y maquinarias. Es un ámbito de intercambio de información, de ventas y de exhibición para los del gremio, que se realiza hace catorce años. Hace cuatro que la revista Hábitat tiene su espacio en Fematec, que va creciendo. Es una idea inteligente, ya que Hábitat es la única revista dedicada al patrimonio de nuestro país y tiene la misma actitud profesional, fierrera: cada edición mezcla cultura e historia con información dura sobre cómo hacer las cosas.
Este año, Hábitat armó nuevamente un espacio de empresas dedicadas a la restauración y a profesionales que trabajan con el patrimonio construido, pero además agregó su primer congreso nacional Empresas, Patrimonio y Oportunidad. Fue un encuentro de interés, porque reunió a actores estatales y privados (ver aparte), y tuvo el mismo estilo práctico de la revista y la muestra.
Una de las ponencias fue la del arquitecto Francisco Ezcurra, que se permitió una reflexión sobre aspectos concretos de la vida de un profesional que se dedica a tratar el patrimonio edificado. Ezcurra se presentó como alguien a quien le gustan las herramientas, que opina que las cosas se aprenden subidos al andamio y que aspira a que le falten muchos años para no poder subirse a uno. Una de las cosas que el arquitecto señaló con claridad es un cambio importante en la composición de quién encarga los trabajos. Hace diez años, explicó Ezcurra, prácticamente el único cliente para una restauración o una reparación “educada” era el Estado. Hoy, el mercado es mitad privado y mitad estatal, con obras de importancia y escala encargadas por particulares. “Esto refleja el valor económico que se le descubrió a la historia, por moda, por turismo”, señaló Ezcurra.
Pese a que el mercado creció y se complejizó, Ezcurra señaló varios problemas serios para tener una industria de la construcción realmente preparada para atender el patrimonio. La raíz del problema, no sorprende, es económica. Resulta que para crecer hoy en día “sólo se puede crecer por escala”, explicó el arquitecto. Pero un especialista, un maestro, es alguien que sólo puede atender un número limitado de obras, y esto por la naturaleza de su oficio. Crecer en escala no es una opción, lo único es que se pague mejor el trabajo especializado.
Esta situación se ve cuando se tienen trabajadores especializados, pero antes surge el mismo problema de formarlos. La única manera, explicó Ezcurra con buena parte de su audiencia asintiendo con la cabeza, es por continuidad de trabajo. Un trabajador que aprende una técnica y resulta bueno en ella tratará, por supuesto, de utilizarla. Pero donde se rompe la cadena de trabajos volverá a ser un albañil común y corriente, para ganarse la vida. Tan difícil es retener y mantener en lo suyo al especialista, que Ezcurra se permitió decir que su orgullo es tener siete oficiales especializados en su firma, con diez años de antigüedad en sus rubros. Es, realmente, una hazaña.
Esta situación no afecta apenas la economía de los estudios o las empresas, sino también la capacidad real de atender el patrimonio argentino y repararlo como corresponde. Por ejemplo, Ezcurra cuenta que las obras en la catedral de Luján tuvieron el problema de encontrar quién tallara piezas de piedra. Parece que ni en Bellas Artes se forman escultores y en la misma obra se pasaron dos años entrenando personal para hacerlo. Lo mismo ocurre con técnicas muertas entre nosotros, como la de activar cal: es casi imposible conseguir las piedras y seguramente no hay ya quien sepa cómo separar la crema. Por eso hasta en obras históricamente detallistas se termina usando lo que viene ya preparado en una bolsa.
En resumen, como explicó Ezcurra, entre nosotros no se puede trabajar a la italiana o española, con materiales y técnicas de época, y hay que hacerlo a la francesa o a la alemana, con más “química”. Y, según parece, en toda Argentina hay sólo un especialista en estucos capaz de atender una obra de primer nivel, como el Colón, y Ezcurra calcula que entre trabajo y trabajo “debe manejar un taxi”. No extraña, entonces, que cuando coinciden en el tiempo varias obras de envergadura, como ocurrió recientemente con la Legislatura y el Colón, se arme una suerte de tapón de especialistas.
Ezcurra tuvo también algo que decir sobre el rol del Estado en estas cosas. Por un lado, elogió cuánto mejoraron los pliegos de obra en los últimos años. Antaño llenos de contradicciones –como exigir primero pintar los frentes y unos párrafos después restaurarlos– ahora son realizados con mucho más rigor y conocimiento. Pero sigue habiendo problemas justamente de dinero, en particular en esa área donde se tocan privados y públicos. Por ejemplo, los créditos blandos que otorga el gobierno porteño son una muy buena idea con problemas de aplicación, ya que el préstamo va a la empresa para que financie al consorcio, entidad notoriamente mal pagadora. Para peor, un consorcio no es un ser humano y resulta complicado exigirle pagos o hacerle un embargo. Sugiere Ezcurra, reflejando un consenso entre profesionales, que los créditos vayan al consorcio y no a la empresa.
Lo mismo con cuestiones como la reglamentación de la publicidad en andamios. Resulta que estas estructuras de obra son carísimas y en muchas restauraciones de frentes de edificios de vivienda pueden tomar la mitad del presupuesto disponible. Si se los pudiera usar como cartelones provisorios, podrían pagarse solos o al menos bajar mucho de costo para el cliente. La ley se discutió, pero quedó en un cajón.
En resumen, y junto a otros que hablaron también desde la trinchera, una oportunidad no muy común de aprender sobre los problemas reales y concretos de intervenir y salvar el patrimonio edificado.
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