Sáb 07.10.2006
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MONUMENTOS

Fútbol y patrimonio

› Por Jorge Tartarini

Definitivamente era un sol argentino. Porque era sol de otoño o de invierno y porque era tan diáfano e intenso que deslumbraba sin enceguecer. Era un sol en blanco y negro, como el de las películas argentinas de los años ’40 y ’50. El mismo que caía a pleno sobre esos chalecitos suburbanos de familias como los Pérez García, y también el que golpeaba la cara de la Legrand paseando en voiture por los bosques de Palermo. No hubiera podido ser un sol de verano, y casi tampoco de primavera. Eso hubiese sido otra cosa. El sol pegando el empedrado de los barrios con pibes jugando a la pelota y sobre las caras de los actores, con un efecto de inmaculada pureza. El mismo sol que inundó tanta película de Argentina Sono Film y Lumiton, y especialmente a las de fútbol, como Pelota de trapo y El hincha. Ese sol fresco sobre las canchas con hombres de bigotes muy finos, engominados y con sombreros. Y la indumentaria de los jugadores.

Para tomar sólo una instantánea: el diálogo entre un crack consagrado –un novel Armando Bo– y un chico alucinado por los cantos de una hinchada que coreaba su nombre. Creo que era Pelota de trapo y fue algo así:

–Mirá pibe, esos que hoy te idolatran, son los mismos que el domingo que viene te olvidan...

En un país en que se respira fútbol por todos lados, ¿cómo es que este deporte no tiene sus propios monumentos? Un patrimonio protegido y declarado como tal, que testimonie y dé cuenta de su verdadera dimensión en la identidad deportiva nacional. El fútbol argentino no tiene monumentos. Y no me refiero a las placas de bronce, a las estatuas y derivaciones necrológicas/festivas varias. Pienso en sitios, en edificios, ligados al deporte más popular de nuestro país, que nos hablen de los momentos en que individual y colectivamente alcanzamos logros importantes, o bien tan sólo dónde nació.

¿No tener monumentos a nuestra pasión futbolera es eludir el debate sobre cuáles serían, o tan sólo considerar que todo lo deportivo se reduce a la dimensión de lo intangible, de lo identitario y que el patrimonio histórico cultural pasa por otros caminos más atildados? No hace mucho, también pensábamos que los lugares del trabajo, en donde se transpiraba no la camiseta sino el mameluco de operario, no valían demasiado. Y así demolimos mucho patrimonio industrial. Esos espacios de la memoria del trabajo y la producción, que alimentaban la autoestima y el orgullo de barriadas completas.

La consideración de cuáles serían los monumentos de nuestro fútbol sería un debate interesante. Y tal vez interminable, si de tal o cual estadio se trata, o de determinada sede deportiva... Porque también van a llegar los clubes con sus cantidades de campeonatos, de socios, de años de historia. Difícil seleccionar sin polemizar. Pero por qué no pensar en alguna forma de proteger, de preservar y conservar esos mojones imprescindibles del fútbol local. En primer lugar, sus testimonios deberían ser considerados como tales, es decir, como bienes culturales con entidad propia, y con valores magníficamente registrados por Fontanarrosa, Soriano y tantos otros. Como los que en cada café y sobremesa dominguera lo reinventan, lo aman y lo destruyen, mil veces. En el colectivo, en el subte, en el taxi. Otro etcétera sin final.

No pensemos en monumentos perdidos en plazas sin fútbol. Tampoco imaginemos un rescate al estilo de lo que hace el gran negocio publicitario, segundo a segundo por los medios. Desechemos las versiones descafeinadas que pueden ofrecer del tema los que dicen cultivarlo pero como algo típico for export. El fútbol es uno y es múltiple, nos atraviesa horizontalmente como sociedad, y, al igual que otros patrimonios, nos refleja con nuestras certezas y nuestras debilidades. Sea como fuere, no debería ser ignorado en cualquier registro monumental. Por lo menos, en homenaje a quienes –cumpliendo un principio elemental de Unesco– domingo a domingo (y también viernes, sábados y lunes) en las canchas lo valoran y le rinden su incondicional homenaje. Al gran fútbol argentino, salud. Y a su sol también.

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