Sáb 04.11.2006
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MOSCU

La Melnikov en peligro

› Por Sergio Kiernan

En el centro viejo de Moscú hay una calle, la Arbat, que hace muchos, muchos años es el centro de la bohemia local. Ni zares ni KGBs pudieron acabar con las trasnochadas, las tienditas y los barcitos del barrio, que con la vuelta del capitalismo les quedó caro a los bohemios y artistas, pero sigue siendo un gran lugar para comprar antigüedades, recitar poemas y ver exposiciones callejeras de artistas ignotos. En ese barrio se alza una de las edificaciones más notables del mundo, la casa del pintor y arquitecto constructivista Konstantin Melnikov, que es además la única edificación privada construida durante toda la existencia de la Unión Soviética. El 5 de febrero de este año murió su dueño, Viktor Melnikov, hijo del artista, a los 91 años, una muerte que disparó un tragicómico sainete de juicios, ventas y contraventas que mezclan especulación financiera, despecho y cultura, y ponen en peligro una pieza única del patrimonio arquitectónico.

Konstantin Melnikov perteneció a esa vanguardia artística rusa que puso a su país en el mapa en cosas de ballet, gráfica, cine y arquitectura. Esta casa fue la culminación de sus ideas y también el final de su carrera. Inaugurada en 1929, la casa se alza en un amplio terreno arbolado y consta de dos cilindros pegados. El más famoso es el de atrás, una estructura con aberturas irregularmente colocadas, hexagonales, que crean unos peculiares efectos de luz en los interiores. El del frente, algo más bajo, ostenta un paño de vidrios de cinco metros de altura y, todavía hoy, un cartel proclama que es obra de “Konstantin Melnikov, Arquitecto”. Stalin, que pasaba muy seguido por ahí, denunció la casa y el cartel como el colmo del individualismo pequebú, un desviacionismo del ideal colectivo, y Melnikov pasó a vivir como un recluso, pintando y dibujando. Tuvo suerte: se conformaron con que nunca más en la vida diseñara nada.

Muerto el maestro, su hijo Viktor se dedicó obsesivamente a custodiar su obra y herencia. La casa –de tres pisos en cada cilindro– está exactamente como la dejó Konstantin, ya que Viktor se ocupó de no dejar el menor rastro de su propia presencia. El amor y la obsesión del hijo llegaron al extremo de terminar sus días en la mayor pobreza, alimentándose de té y las verduras más baratas de la feria, pero rodeado de pinturas y objetos que valen miles de dólares, viviendo en una casa que puede valer un millón.

Pero su vida se acabó este año, a los 91 de edad, y entonces empezó el carnaval. Viktor le donó la mitad de la casa al Estado ruso, con la condición de que fuera transformada en un museo. La otra mitad la heredan su hija Ekaterina Karinskaya –muy peleada con el padre– y su sobrino Alexei Ilganaev, un muchacho rápido para los mandados. El pobre Viktor ni había sido enterrado y sus parientes ya estaban en su casa con un pequeño ejército de abogados, haciendo actas e inventarios.

Los contenidos del lugar son fantásticos. Todo el mobiliario es anterior a 1929, todo el equipamiento es de esa época. Al tope de la torre mayor está el taller de Melnikov, con obras terminadas y a medio hacer, con su paleta seca y hasta sus anteojos donde él los dejaba. Su cama está hecha, sus libros en los estantes. La casa es una formidable suma de contradicciones entre espacios minimalistas, ultramodernos aun hoy, con muebles de caoba oscura de fines del siglo XIX. Sólo milagros como la casa de Sir John Soane en Gran Bretaña y la Taliesin West de Frank Lloyd Wright se le comparan.

¿Qué será del caserón? El sobrino Ilganaev se desentendió del tema vendiendo su parte al millonario y ahora senador Serguei Gordeev, de apenas 33 años. El Estado ruso todavía ni contestó si está dispuesto a hacer un museo y mantenerlo. Karinskaya vacila y sufre. Gordeev dice que compró una parte para evitar demoliciones y abrir un museo “de primer nivel internacional”, pero parece que el hombre no es tan creíble (es socio en una megaconstructora que se dedica a torres bancarias tan feas que reíte de las de Alvarez).

El World Monument Fund, entretanto, puso a la casa Melnikov en la lista de los 100 edificios en riesgo más crítico en el mundo. La ficha del WMF destaca con preocupación que el terreno en el pasaje Krivoarbatsky está cotizado en 40 millones de dólares. Y que el intendente de Moscú, Yuri Luzhkov, autorizó en 14 años la demolición de 400 edificios históricos y considera a los preservacionistas “una manga de idiotas” (lo que en ruso suena gravísimo).

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