OPINION
› Por Sergio Kiernan
El lunes pasado, el jefe de Gobierno, Jorge Telerman, anunció que iba a suspender los permisos para edificar torres en Caballito, Palermo, Núñez, Coghlan, Villa Urquiza y Villa Pueyrredón. El decreto salió publicado en el Boletín Oficial de la Ciudad el martes. Pero los reflejos de las constructoras fueron más rápidos: a la vez que le armaban un corte de avenida para protestar, con obreros de casco y todo, presentaron el mismo lunes 14 pedidos de permiso para edificar torres y el martes otros 13, lo que equivale a presentar un mes entero de trámites en 48 horas. Los del lunes seguramente pasarán, porque el decreto no era formalmente válido, pero la avivada del martes puede detenerse, porque ya estaba publicado en el Boletín y valía con toda la fuerza.
Esta pequeña historia muestra la potencia de los especuladores que tienen en sus manos a nuestra ciudad. El flojísimo Código aprobado por una Legislatura de muy bajo nivel permite hacer casi cualquier cosa en casi cualquier barrio, sin tener en cuenta qué dicen los vecinos y sin pensar en elementos básicos como infraestructura, transporte o dónde meter los autos. Es un permiso para llevar a tontas y a locas la población de la ciudad de sus tradicionales 3 millones a 5 millones, subiendo su densidad y creando una urbe donde no alcancen las escuelas, las plazas, las calles y los estacionamientos.
Telerman justificó la suspensión diciendo que hay que mejorar los estudios ambientales, reformar el Código de Planeamiento Urbano y consultar a las empresas de servicios públicos para ver si la infraestructura urbana aguanta semejantes obras. Ojalá que sea mentira, ojalá que Telerman se esté guardando las cartas cerca del pecho y busque una manera de ponerse a la cabeza de los vecinos que ya salieron a la calle para detener las torres.
Es que el problema no son los caños ni la presión del agua. El problema es construir una ciudad compuesta de torres, con las calles transformadas en rajaduras entre paredes de concreto, con muchos miles de personas por manzana. Esa ciudad estará llena de autos y humos, con subtes desbordados y colectivos que tardan horas en ir a cualquier parte. Será una ciudad inmanejable, fea y sucia, donde habrá que coimear para conseguir un pupitre para los hijos. El que vea esto como exagerado que se dé una vuelta por San Pablo, Brasil, que hasta los ’50 era una ciudad afrancesada como Buenos Aires, en los ’60 era un agradable paraíso modernista y para los ’80 era una pesadilla urbana épica. Belgrano, en un mal día, es una muestra de lo que puede pasarnos cuando nos descontrolamos y les entregamos los puntos a los especuladores: un barrio patrimonial y hermoso, quizás el más hermoso que tuvimos, es un bosque de torres sobresaturados de coches.
Ojalá que Telerman sea un buen jugador de truco, mintiendo cuando corresponde, y que esté juntando aliados y munición para frenar el lobby de las constructoras. Si se les anima, mostrará un coraje que no tuvo ningún jefe de gobierno ni intendente de nuestra tímida ciudad.
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