HOTEL BOUTIQUE
El boom turístico hizo renacer el hotel a escala. Un caso exitoso en un barrio ya famoso por sus restaurantes.
Por primera vez en la historia, en 2006 entró tanto dinero por el turismo como el que gastaron los argentinos viajando por el mundo. Como el turismo entre nosotros lo inventó Lucio V. Mansilla –que fue, en tiempos de Rosas, a comprar telas a Calcuta y terminó trepando el Himalaya– el evento realmente marca una época.
El turismo no es simplemente gente llegando sino gente quedándose, lo que originó un fenómeno hotelero singular. Comenzó con la renovación de los cinco estrellas y la construcción de varios más, continuó con el surgimiento de ofertas hoteleras en los lugares más recónditos –spas y suites en medio del campo– y se alargó con el reciclado de hoteles grandotes y caidazos en todas las ciudades remotamente atractivas del país. Y, menos perceptible, la fuerza del turismo resucitó entre nosotros el pequeño hotel de barrio, de escala familiar o de socios que juntan ahorros, y que tiene el tamaño agradable de una casa.
Palermo Viejo es uno de los centros de este tipo de hotel, que ya puebla el centro y está renaciendo con fuerza en San Telmo. Y Las Cañitas, barrio ya famoso por sus restaurantes, está empezando a resonar en el mapa hotelero de esta escala. La Casa Las Cañitas es un ejemplo de la tendencia.
Hasta el año pasado, la Casa era exactamente eso, una casa privada de barrio en formato chalet, con ladrillo visto y no muy feliz como estructura. Luego de varios meses de obra, abrió esta primavera como un hotel de nueve habitaciones, con una piel nueva símil piedra, con balaustres de remate y 400 metros cuadrados. La casa original tenía un garaje en semisubsuelo, hoy destinado a servicios y depósito, con una planta baja elevada y un primer piso. El hotel agregó un piso más, en retiro para dejar una terraza francamente agradable, y una gran rampa para acceso de equipajes y de personas con dificultades motrices.
El acceso del hotel es prácticamente tomado por un gran living, repleto de sillones, con una recepción, un wine bar y una prolongación que hace de desayunador. Este jardín de invierno se abre al gran patio de la casa y deja ver al fondo el quincho –en la Casa Las Cañitas cada domingo hay asado familiero para los huéspedes– y una oficina para los viajantes. Excepto por un departamento en planta baja, las habitaciones están todas arriba, con sus ventanales y balcones, o con acceso a la terraza, que es mitad privada de un departamento y mitad para todos.
Esta terraza muestra uno de los atractivos del lugar: un paisaje de terrazas con pináculos de cerámica para chimeneas y ventilaciones, jardines de barrio y casas viejas, que resulta irresistible a los visitantes. La experiencia de vivir en un barrio porteño todavía tranquilo se potencia por el estilo del hotel: aquí se prestan paraguas si llueve, se desayuna a medida y basta ir a la cocina siempre abierta para tomarse un café o una gaseosa, sin mayores trámites. Literalmente como en casa.
Las habitaciones tienen mobiliarios de madera y todo el equipamiento que se espera en un hotel contemporáneo, con aire acondicionado central o splits individuales.
Como la casa no mostraba problemas estructurales en sus hormigonados ni humedades malevas, el trabajo se concentró en adaptarla a sus nuevas funciones, iluminarla y decorarla. El resultado es evidentemente un éxito: con semanas de vida, la Casa Las Cañitas ya muestra un notable índice de fidelidad de pasajeros. De hecho, la terraza ya está reservada por una familia que quiere pasar sus fiestas de fin de año en Buenos Aires y con un paisaje de barrio.
Casa Las Cañitas está en Huergo 283, 4771-3878, www.casalascanitas.com.
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