Sáb 17.03.2007
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DEFENSA Y ALSINA

La caja de Dante

La restauración de la basílica de San Francisco deparó una sorpresa: dentro de la cabeza de una de las figuras en la fachada había una cápsula del tiempo, con carta, monedas y diarios.

Los arquitectos y escultores Francisco Ezcurra y Marcelo Leguizamón, que tan bien intervinieron en la restauración de la catedral de San Isidro, están trabajando en la restauración de esa belleza tan maltratada, la basílica de San Francisco. Más específicamente, comenzaron por el grupo escultórico que remata la fachada, justo entre las torres. Y se encontraron con una sorpresa: la cabeza de una de las figuras contenía una cápsula del tiempo colocada hace casi un siglo por el autor del conjunto.

La iglesia de San Francisco fue de las coloniales y cambió drásticamente su aspecto a principios del siglo XX, cuando casi todas las iglesias viejas fueron “europeizadas” en el proceso de acabar con la Buenos Aires hispánica. Los franciscanos fueron la primera orden porteña y llegaron en 1583 al rancherío de Juan de Garay, con lo que recibieron su manzana pareja en lo que luego sería Alsina, Defensa, Moreno y Balcarce. Su primera capilla fue construida como se pudo a principios del 1600 y en 1731 se comenzó a construir un templo mayor, creado por el jesuita Andrés Blanqui, un arquitecto que nos dejó varias obras recordables.

El templo se inauguró en 1754 y en 1807 tuvo un problema bastante típico de la época, un derrumbe de su fachada. Tomás Toribio la reconstruyó y la basílica, ya acompañada de su capilla de San Roque y con su famoso atrio, fue uno de los referentes del espacio urbano de la ciudad. Tanto que cuando Lavalle tumbó a Dorrego realizó una suerte de asamblea en ese atrio y fue electo gobernador.

En 1911 se inauguró el templo “nuevo”, completamente remodelado en un barroco de estilo bávaro, preciosista y muy elegante, firmado por el alemán Ernest Sackman. Del templo español sólo quedaron un altar y objetos sueltos, varios de los cuales se perdieron en la quema de las iglesias en 1955 (San Francisco y San Roque fueron objeto de particular saña).

Como sabe cualquiera que pase por la esquina de Defensa y Alsina, que también aloja al museo de la ciudad y las alicaídas casas de la familia Ezcurra, el templo de Sackman tiene la profusión ornamental esperable en un edificio barroco. El remate de la fachada contiene un grupo escultórico de cuatro figuras: el santo Francisco es flanqueado por Dante Alighieri, por el pintor Giotto y, arrodillado ante él, Cristóbal Colón. ¿Por qué este elenco? Porque los tres personajes eran hermanos de las órdenes menores de San Francisco.

Las esculturas fueron creadas en Buenos Aires por otro alemán, el artista Antonio Voegele, que llegó muy jovencito a estas costas y se quedó, eventualmente con estudio propio y socios italianos y criollos. Voegele modeló las figuras hacia 1910 en su atelier y el conjunto fue izado e instalado al terminar las obras de remodelación de la basílica. Según Ezcurra, es notable la mano profesional de Voegele: las esculturas son de primer nivel.

El estudio Leguizamón Ezcurra participa del trabajo en la iglesia, que es parte de un master plan creado por el arquitecto Gustavo García y que propone restaurar por etapas el claustro y la basílica, y abrir un centro cultural que integre el museo de arte sacro, el archivo y la biblioteca del convento.

La gran sorpresa fue que al intervenir la figura del Dante, apareció en el interior de la cabeza una cápsula del tiempo. Los arquitectos y la escultora Romina Bardone, gerente del estudio, encontraron una lata de metal, como las que se usaban para el té, decorada con chinescos y atada como un paquete con cables de luz, de los forrados en tela. Adentro de la lata había una hoja del diario La Prensa de principios de agosto de 1908, una hoja del diario de Innsbruck, ciudad natal de Voegele, cuatro monedas de cobre argentinas de entre 1880 y 1890, un frasco esmerilado y, adentro, un sobre con la leyenda “Yo saludo a quien encuentre estos escritos”. Los profesionales abrieron el sobre y encontraron esta carta: “Estas estatuas fueron hechas por el escultor Antonio Voegele, natural de Innsbruck, capital de la provincia de Austria, que llegó hace 26 años a la edad de 22 a Buenos Aires. El arquitecto de esta obra fue el Señor Don Ernesto Sackmann.

La colocación y modelaje fue hecho y dirigido por el Señor Don José Laranglía, natural de Ingone provincia de Milán. Este señor trabajó desde los 22 años en el taller y es entendido en 10 por ciento de la ganancia.

Lo mismo trabajó en la......... el Señor Carlo Cerviño natural de la Lombardía (Italia). El capataz de la obra fue el Señor Don Juan Puntel natural de Veneto.

La obra fue pagada por el Señor Don Santos Unzué y Señora.

Cada estatua costó $1500 que es el equivalente de 650 pesos oro de moneda de libras esterlinas.

Deseo que Dios y San Francisco protejan esta obra y le den una larga existencia.

Antonio Voegele”

El último deseo del escultor no se cumplió. Inspeccionada de cerca, su obra mostraba un estado alarmante, con grandes compromisos estructurales y de sus sostenes. Por algo fue que los profesionales intervinientes aseguraron las figuras y las salientes con cables y tensores como primer paso de la intervención.

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