Sábado, 16 de junio de 2007 | Hoy
NOTA DE TAPA
Chairs, 50 años de diseño y una historia que contar fue diseñado por Antonio Solaz y dirigido por Ramón Ubeda. Un tributo a la pieza más diseñada, la silla, reina absoluta del design.
Por Luján Cambariere
Bello, bello, bello y contundente por donde se lo mire. Andreu World, la firma de mobiliario más importante de España, cumple 50 años y lo celebra con un libro que es una verdadera joyita y todo un aporte a la historia misma del diseño mundial. Chairs, 50 años de diseño y una historia que contar fue editado y distribuido por RBA, diseñado por Antonio Solaz y dirigido por nuestro ya admirado Ramón Ubeda, autor, entre otros, de Sex Design. En realidad, son muchos libros, ya que éste reúne todo los relacionado a la pieza de culto que es la silla, en capítulos de lujo. Pasado, presente y futuro. Historiadores, pensadores, escritores, detrás de escena y creadores.
Anatxu Zabalbeascoa, periodista e historiadora de arte, es la encargada de comenzar la publicación narrando un minucioso recorrido a lo largo de la historia del objeto más diseñado de la era moderna. Capítulos aparte merecen la propia historia de Andreu World, fundada por Francisco Andreu en 1957, primera firma española en exportar asientos de diseño contemporáneo a todo el mundo. Y la cocina de la empresa. Allí donde un tablón se transforma mediante múltiples procesos en un asiento. Labor retratada en este caso por Nienke Klunder. Por último, en Los Diseñadores, el propio Ubeda da cuenta del elenco de profesionales que han colaborado durante todos estos años en la firma. Además, se suman un capítulo dedicado al Concurso Internacional de Diseño que organizan desde el 2001 y un apéndice literario titulado “Historias para leer sentado”, escritas por Rosa Regas, Alicia Jiménez Bartlett, Mercedes Abad y Ramón de España.
“El concepto silla y el concepto nalga están sólidamente relacionados, pero no hay duda: antes fue la nalga”, sentencia Jorge Wagensberg en el prólogo. Y continúa: “Entre el concepto silla y el concepto nalga, media un tercer concepto: el concepto sentarse. Toda solución que no pasa por sentarse en una silla sólo puede ser una solución temporal que requiere muy buena forma física”, de algún modo, explicando ya desde el inicio, el fanatismo de diseñadores de todas las épocas, corrientes y países, en dedicarles tanto tiempo y desvelo. Y por si quedaran dudas, remata: “Sentarse: mantener la verticalidad en posición física de descanso, es decir, relajando el máximo número de músculos compatible con una capacidad razonable para usar el cerebro y las manos en favor de una enorme diversidad de subfunciones útiles para vivir, como comer, beber, conversar, conducir, trabajar, descansar, contemplar, mandar, juzgar”. La lista obviamente sigue y todo “merece un diseño de silla”.
“La silla es el objeto más diseñado de la era moderna. Y, sin embargo, es también el que más se sigue diseñando”, continúa Zabalbeascoa en su capítulo dedicado a la historia de la silla. “¿Qué ocurre? ¿No sirven las que ya existen?” La respuesta, según ella, está más allá de las propias sillas. A la par, o incluso, por encima de su funcionalidad, economía, estética o conexiones psicológicas, la silla es un valor en sí mismo, explica. Hablan de personas, valores, avances técnicos, descubrimientos científicos, ambiciones y motivaciones. Así, según ella, hay sillas que hablan. Sillas-nodrizas, de las que partieron las ideas que auguraron nuevos tiempos para los asientos. Sillas experimentales, en las que se probaron esas intuiciones. Sillas-manifiesto, cuya economía, funcionalidad o forma describe una idea del mundo. Y hasta sillas-disputa, que han separado los destinos de algunas amistades entre diseñadores, enfrentado a productores y dando trabajo a historiadores que tratan, como ella, de averiguar quién llegó antes a ellas, aportando datos de lo más jugosos.
“Muy pocos diseñadores han dado su nombre a una silla. La Panton (1960) es la heredera más limpia del imaginativo danés, y las Cesca (1928) o la butaca Wassily (1925) de Marcel Breuer, que hablan de la importancia que para el húngaro tuvieron su hija y sus amigos. Sin embargo, y a pesar de no haber sido bautizados como sus progenitores, hay muchas con sus nombres.” Es que fueron los usuarios los responsables, según ella, de nombrar a las Mies, las de los Eames o la chaise longue de Le Corbusier. Hay otras que están descriptas por los espacios que ocuparon, como la Midway de Lloyd Wright. Otras por su nombre, como la Tulip (1956) de Saarinen o la Ball Chair de (1965) de Aarnio.
Y continúa: “La historia de la silla es una historia asentada que, sin embargo, crece cada año. No se reescribe, aumenta”, sostiene. ¿La perfecta? Según Zabalbeascoa no existe. Será cuestión de seguir, como ella relatando la historia desde el comienzo, paso a paso. Por lo que así lo sigue haciendo en este primer capítulo, sirviéndose de bellas ilustraciones, dando cuenta de los asientos que existieron desde la época de los romanos, pasando por los egipcios, el Renacimiento, los Luises del siglo XVII, para llegar a la industrialización de finales del XIX, que fue la que sustrajo a la silla del ámbito artesanal y la condujo al mundo de la industria y el design.
Y sigue acercando datos y más datos. “Un nombre sobresale en la historia durante el siglo XIX: Thonet. La particular fabricación de las butacas de esta empresa austríaca revolucionó, con su producción en serie”. Después detalla la llegada de los modernos con su falta de ornamentación y relevo de materiales. El pasaje de “sillas para todos” a “sillas como símbolos”. La Red and Blue Chair de Rietveld, considerada la primera butaca moderna (1918). Los franceses y los tubos de acero. Los escandinavos y la naturaleza. Para llegar al modelo 3107 del danés Arne Jacobsen, la silla más imitada de la historia. El matrimonio Eames, el plástico con Eero Saarinen. Los ’50, los ’60, los ’70 con el pop, para acercarnos de a poco y de forma no menos precisa y contundente a nuestros días. Los ’80 con Memphis. Los ’90 con Starck. Y a finales de los ’90 con los nombres que son hoy protagonistas. ¿Un detalle? La primera ilustración del libro que arranca en este capítulo es la del sillón BKF de los argentinos Bonet, Kurchan y Ferrari.
Allí cuentan la propia historia de Andreu. Una vida de continua superación por mantener a flote un pequeño taller artesanal de ebanistería, que con el tiempo y no pocos esfuerzos trocó en potente empresa, líder en España. Allí cuentan cómo Francisco Andreu comenzó de cero, pero habiendo mamado desde su nacimiento todos los procesos de manufactura de la silla, desde la selección de la madera, la localización de bosques maderables y aserrado del tronco hasta los procesos de lijado, barnizado o el tapizado de los asientos, cómo comenzó en su propia casa, en las afueras de Valencia. Corrían los ’50 y se esforzaban en la precariedad total. Luego llegaría la electricidad y con ella las sierras, lijadoras y un taladro. En los comienzos de los ’70, una desgracia, el incendio en la fábrica, hizo que se mudaran y ampliaran.
Así, la firma siguió creciendo y colonizando los talleres cercanos y especializándose en el trabajo en madera de haya. Fue en estos años que los diseñadores –industriales y gráficos– entraron en la compañía. Querían seguir creciendo y entendían que ése era el camino. Es a finales de los ’80 cuando de la mano de Ximo Roca, Josep Lluscá, Jorge Pensi, Nancy Robbins y Alberto Lievore, entre otros, lograron componer un catálogo de talla internacional. Ya la campaña publicitaria del ’93 da cuenta de los 220 modelos de sillas y 230 opciones de tapizados que ostentaba la firma. El Concurso Internacional de Diseño que realizan desde el 2001 redobla la apuesta y prueba el camino elegido. “Llega un momento en la vida en que al alcanzar los objetivos y al asistir a la muerte de las empresas que habían sido tus modelos referentes, te preguntas dónde debes poner de nuevo el listón para seguir creciendo”, se pregunta Francisco, para quien a pesar de su edad y camino recorrido, lo mejor está todavía por venir.
“Los diseños deberían tener títulos de créditos, como los tienen las películas”, arranca Ubeda, en el capítulo dedicado a los designers. Es que según él, y con justa razón, cada uno es la suma de muchos esfuerzos que atañen a la creatividad y a la producción.
De cada uno de los 24 profesionales que pueblan estas páginas, entre los que se encuentran desde un Mario Bellini a un Javier Mariscal, resumen su historia acompañada de un retrato y un puñado de fotos de sus productos, las mil y una sillas. Aquí citaremos arbitrariamente las palabras que tiene sólo para dos, porque son compatriotas. “Jorge Pensi (Buenos Aires, 1946) es un buen diseñador de sillas”, sentencia Ubeda. “Durante mucho tiempo se le ha considerado como el mejor de los que tenemos en este país, aunque en los últimos años su ex socio Alberto Lievore le está disputando el trono. Pensi es uno de los creadores argentinos que ya ha hecho historia en el diseño español. Estudió arquitectura en su país, se interesó por el diseño industrial, produciendo sus propios muebles hasta que se estableció en Barcelona en 1977. Su carrera solista comenzó a brillar con el aluminio pulido, primero en sus lámparas Regina y Olimpia, y después con la silla Toledo que diseñó para Amat en 1988. Ese mismo año le dieron el Premio Nacional de Diseño y proyectó para Andreu la silla Sankay, con el propósito de conseguir un asiento de madera ligera que fuera tan resistente como otro de metal. En nada ha brillado tanto como en este terreno, le pusieron la etiqueta de especialista y le costará desprenderse de ella.”
Mientras que De Lievore (Buenos Aires, 1948), quien junto a Jeanette Altherr y Manel Molina trabaja actualmente en la dirección de arte de la empresa, dice otro tanto: “Es el diseñador que mejor ha madurado entre todos los veteranos del diseño español. Estudió arquitectura en Argentina y formó parte del cuarteto Grupo Berenguer junto a Pensi, Norberto Chaves y Oriol Pibernat”. ¿Algunas perlitas? El sofá Manolete, la silla Rothko y la Lynn con la que inició su vínculo con Andreu (1989). Desde entonces y con sus actuales socios no deja de sumar aportes de calidad como la silla Radical o los modelos de la serie Manila.
Por último y a modo de cierre, de nuevo Andreu, confiesa que la edición de este libro marca un hito en su vida. “En 1955, tras siete años como aprendiz de ebanistería, pensaba que nunca dejaría de cortar madera, y en cierta manera así ha sido”, señala para quien las sillas han sido su razón de ser. Y a las que les rinde homenaje de un modo contundente desde estas páginas, que resultan una verdadera joya para los amantes, como él, de esta pieza de culto.
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