DOMENECH I MONTANER
› Por Sergio Kiernan
Tal vez lo único que se le pueda reclamar a Gaudí es que su brillo tapó a toda una generación. Quien recorra el patrimonio modernista, en Argentina como en España, por encima de todo en Barcelona, podrá notar al fin del día que hubo un verdadero batallón de creadores de primer nivel, una generación entera, un envidiable movimiento. Cataluña quería llamarse Catalunya, se restauraba como nación, exhibía su rol de rica región industrial y asomaba como centro cultural. Los catalanes hicieron lo que tantos antes y tantos después, reinstalar su lengua y obsesionarse con ella. Y le agregaron algo bastante más raro: inventaron una arquitectura propia. Y qué arquitectura.
La llamarada del modernismo catalán fue tan potente que hasta les robó la modernidad a los zoncitos que le siguieron, que se tienen que conformar con el cachivache de “movimiento moderno” para sus torpezas en hormigón. Lo que hicieron esos catalanes fue crear edificios con lo último de la tecnología de época –luz eléctrica, vidrio bombé, agua corriente, hasta ascensores– combinada con las artes tradicionales más rancias, un simbolismo deliberado, un historicismo romántico y un nivel de calidad y creatividad inolvidables.
Lluis Domenech i Montaner fue parte central de esta movida tan rica en resultados y para sacarlo un tanto de la sombra de Gaudí se acaba de inaugurar una muestra en el Centro Cultural Borges, acompañada de un estupendo catálogo que resume su obra. La muestra es invaluable como introducción al tema, pero tiene la desventaja de ser medio “itinerante”: fotos, transparencias backlit, algunos textos. Un poco que poco –sobre todo por ocho pesos de entrada–, pero en fin.
La obra más famosa de este Domenech es el Palau de la música catalana, un teatro musical que bien puede ser la obra cumbre del interiorismo modernista, lo que es mucho decir. El Palau está en pleno centro viejo de Barcelona, ese laberinto de callejas medievales rumbo al puerto, y guarda una sala de un barroco moderno furioso, colorido, de una belleza ornamental que quita el aliento. Inaugurado en 1908, en simultáneo con nuestro Colón, esta sede del Orfeó Catalá es patrimonio de la humanidad según la Unesco y todavía impresiona como un ícono de la nacionalidad catalana. Es más que simbólico que, privados de crear edificios públicos de carácter político, los catalanes crearan un teatro como bandera.
Lo mismo puede decirse del hospital de la Santa Creu i San Pau, también patrimonio de la humanidad, también simbólico, pero en este caso inmenso. Resulta que el primer hospital de la ciudad fue erigido en 1401 y en 1901 se retomó la idea en un campo por entonces fuera de Barcelona. En las varias hectáreas se alzó una fantasía en estilo medieval catalán que sigue deslumbrando con sus techumbres en coloridas mayólicas y sus espiras “orgánicas” de puro cuño modernista.
Justamente, y como corresponde a un modernista de primera agua, lo que es un embelezo en la obra de Domenech es el detalle, las herrerías, los vitrales, el trencadís, los murales en todo tipo de materiales, las tallas en madera. Y, todavía más, las intrincadas combinaciones de varios materiales, como las que se ven entre maderas y mayólicas en el restaurante del hotel España, donde de un bosque en diagonal y tallado, trincado de mayólicas azules, se alza un mural también en mayólica poblado de sirenas lindas y Art Nouveau.
De alguna manera, Domenech i Montaner se hizo tiempo para diseñar estas maravillas y varios edificios públicos y privados más, y también para ser uno de los diseñadores gráficos más importantes de su tiempo. Es una combinación natural en su caso: por parte de madre era miembro de la familia Montaner, dueña de una de las editoriales más importantes que haya visto la lengua española.
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