Sáb 12.01.2008
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Vanguardistas de Moscú

Una de las sorpresas de Moscú es su notable stock de arquitectura. La vieja capital soviética tiene mala fama, en particular frente a su competidora zarista San Petersburgo, que fue el más notable experimento urbanístico en la historia humana. La vieja ciudad rusa, mentalmente, es la Plaza Roja, los rascacielos stalinistas, hectáreas de monoblocs y algún convento salvado de la piqueta. Nada más falso.

Moscú es una ciudad atorranta, grande y en varios sentidos muy bien planeada, con un sistema de avenidas en eje y varios anillos concéntricos, como si fueran más de una General Paz. Para mejor, tiene al río Movska con sus suaves curvas, lo que significa puentes y costaneras. Al centro, todavía hoy, está el Kremlin –palabra que significa “fortaleza”– y la plaza más célebre del país. Además de su espléndido subte, Moscú tiene una ciudad dentro de la ciudad en el mejor estilo neoclásico afrancesado, un conjunto inmenso y de notable coherencia. No es para menos: fue construido todo en una década cuando la ciudad se incendió –o fue incendiada– durante la ocupación de Napoleón, en 1812. Lo que era un caos embarrado de casas de madera resurgió como barrios enteros de una belleza notable.

Luego estuvo el período moderno, que en este contexto significa la vanguardia soviética antes de que Stalin bajara la cortina. Resulta que a todos los ismos de las artes plásticas vale sumarles los de la arquitectura, que sobrevivieron al conservatismo impuesto a partir de 1932 mucho mejor que la pintura o la escultura. Resultó que era medio difícil crear un realismo socialista en ladrillos y hormigón, por lo que la arquitectura soviética logró mantener una cierta audacia formal que se expresaba en los lugares más insólitos. Moscú es una ciudad donde vale la pena ir a ver la antena de radio diseñada por Vladimir Shukov en 1922 para la estación Shabolovka, o el garage de Kurochkin de 1936, o las panaderías centrales y hasta los mataderos nuevos, de 1931. Son edificios y estructuras que superan por mucho la simple funcionalidad y se largan a ser bellos y originales.

Ahora que Moscú es la capital de una Rusia capitalista y en pasmosa expansión, todo este patrimonio está en peligro. Igualito que las estaciones de servicio porteñas, la tierra donde estas maravillas se asientan vale oro y la piqueta arrecia. Unas pocas obras del modernismo están mas o menos a salvo, como la oficina de telégrafos de la avenida Tverskaia, cerca de la Plaza Pushkin, y una cajita de joyería del art decó ruso. Pero la mayoría corre el riesgo de ser barrida. Por suerte, ya se están movilizando los patrimonialistas, con un fuerte apoyo del Museo de Arte Moderno de Nueva York, que ya en septiembre de este año tuvo una exposición y simposio sobre qué hacer para que no desaparezca la obra de estas vanguardias perdidas. Pilares en este movimiento son Clementine Cecil, una de las fundadoras de la Sociedad Preservacionista Arquitectónica de Moscú, y el diputado Serguei Gordeev, presidente de la Fundación de la Vanguardia Rusa.

¿Qué raro, no? Un diputado que presida una fundación cultural tan refinada... En fin, más informes sobre lo que está en riesgo y lo que se está haciendo en el site del MOMA, www.moma.org.

Y para quien siga creyendo que los soviéticos sólo construían monoblocs cuadrados, vale la pena hacerse una búsqueda en Internet de la obra de Frédéric Chaubin, un fotógrafo francés que pasó los últimos años recorriendo el viejo Pacto de Varsovia retratando edificios notables y volvió con un tesoro inesperado. En 2007, Chaubin mostró sus tesoros en la muestra CCCP: Cosmic Communist Constructions Photographed, que prueba definitivamente que el modernismo ruso no murió sino que se diversificó en edificios fantasiosos, inspirados en el concretismo y la ciencia ficción, y que buscaron imponer un paradigma alternativo con resultados muchas veces notables.

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