NOTA DE TAPA
Hace más de veinte años que la artista plástica y diseñadora gaúcha Heloísa Crocco investiga la madera en su corazón, sus anillos y venas. Con ellos sella un mundo material en el que perpetúa la impronta y sabiduría de la naturaleza.
› Por Luján Cambariere
Su atelier-showroom-taller en Porto Alegre, un bellísimo cubo de madera con el río Guaíba delante y el bosque detrás, es sin dudas quien mejor la representa. La metáfora perfecta de su trabajo. Y punto de encuentro de infinidad de colegas y admiradores de quien es considerada uno de los nombres más reconocidos de la escena cultural brasileña por la consistencia y coherencia de su trabajo.
Como sucede con otros de sus compatriotas, la calidez puede más que la fama, y a pocos instantes de comenzada la charla con esta referente tantas veces citada en estas páginas, emerge el torbellino creativo y la enorme sensibilidad que la revela por completo. Generosa desanda como tantas veces, esta vez para nosotros, su historia. Graduada en diseño en la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (1970) y con exposiciones en varios sitios del planeta, la gaúcha Heloísa Crocco solía definirse como artista plástica (y sin dudas lo seguiría haciendo así, si no hubiera tanto defensor a ultranza de compartimentos estancos) aunque ahora se presenta como diseñadora. Un viaje a principios de los ‘80 a la floresta Amazónica cambió su vida por completo. En un mismo golpe, un doble impacto. La motosierra que desangraba la selva, puso frente a ella del modo más doloroso, la tierra en carne viva. Y así pudo ver el corazón de la floresta: los árboles y sus venas. La sangre latiendo en ella. Se enamoró a primera vista de su majestuosidad y de esas líneas que dan cuenta de los años, exposición al sol, luces y sombras. En síntesis, vida y obra de estas especies. Y en ese instante selló su compromiso con esos anillos. Topomorfose llama a la línea de investigación, un diálogo continuo y fructífero, a través del que acerca la naturaleza al arte y al diseño de objetos cotidianos. Proyecto fundado sobre los dibujos originales de la madera, orientado tanto para la exploración del potencial plástico del material, así como la posibilidad de su aprovechamiento y la ampliación de la conciencia ecológica. Piezas que expone en distintas muestras o que imprime en infinidad de soportes –papel, textiles, cerámica, cartón– que devienen en objetos que vende a grandes tiendas como Toc&Stock, uno de sus primeros y constantes compañeros de ruta en esta apuesta por un diseño sustentable. Infinitas texturas y posibilidades cromáticas que nacen “cuando la naturaleza sale de sí misma y resuelve transformarse en arte”, sentencia.
“Todo está escrito en los árboles. En los anillos que dispara en silencio la savia, en ese dibujo que se expande en forma radial por el tronco como las ondas de agua en un estanque vulnerado. Ahora sabemos que tras la corteza, en el corazón mismo de la madera, se esconde el violento bullir del mundo: los deslizamientos y cambios de pendiente de la tierra, la caída de rocas, las variaciones en el curso de un río, las crecidas y erosiones en sus márgenes, las inundaciones periódicas. Hasta podemos ver, por el depósito de sedimentos arenosos, cómo actúa el viento y en qué año las dunas se movieron, y también cuándo cambió de frente un glaciar, si se retrajo o si se adelantó, si hubo avalanchas de barro o de nieve, si los volcanes estallaron dejando las cenizas impregnadas en la piel lúcida de los árboles. El desarrollo de la humanidad depende de sus raíces vegetales y de las huellas y cicatrices que con estos silenciosos seres comparte”, escribe Pablo Thiago Rocca en el catálogo de la más reciente muestra de Crocco en Montevideo, Uruguay. Para concluir que Heloísa ha pasado muchos “anillos” de su vida estudiando cómo aplicar el diseño de los árboles al diseño de los hombres.
“Cuando los hombres cortan un árbol, éste cae y derrumba en ese mismo acto a muchísimos otros, produciendo una devastación enorme. Ahí van quedando muertos, los desechos. Mirando las vetas, las líneas de crecimiento, quedé maravillada. Cómo cambian de invierno a verano. Según los años o dónde estén ubicados. Si están al sol o a la sombra. En un valle o en una pendiente”, cuenta emocionada, ella, quien a través de cortes transversales fue investigando y descubriendo los distintos dibujos, grafismos naturales de la madera. A través de ellos, desarrolla series de padrones que transforma en sellos para aplicar a distintas superficies y así dar vida a un sinfín de objetos –bols de cerámica o porcelana, alfombras, juegos de sábanas, individuales, biombos, cuadernos, biombos, manteles– . Siempre jugando con las texturas y el diseño de las vetas. En una producción, por otra parte, que crea conciencia y oficia en sí misma de la más sutil y bella denuncia sobre la destrucción de la naturaleza. De algún modo, por esto, el proyecto Topomorfose recibió infinidad de reconocimientos como el primer lugar en la categoría revestimientos del 8º Premio Design Museu da Casa Brasileira y fue tema de una exposición individual en Osaka, Japón.
“Al principio había traído muchas cosas para trabajar –semillas, cáscaras–, continúa Crocco. “Pero después nada me interesó, sólo esas venas de la madera. Y empecé a trabajar con esos años de vida del árbol que de algún modo se emparentan con nuestras impresiones dactilares, nuestras huellas. Esas diferencias mínimas, casi irreconocibles, pero que nos hacen únicos”, señala. Es que al mirar, con detenimiento y en profundidad, el tronco percibió que daba para explorar los anillos con diferentes tipos de cortes de madera. Además de diferentes composiciones de los pedazos cortados. Además constató que pasándole con un soplete un chorro de arena sobre la parte blanda (esa que se forma en el verano) creaba un contraste con la parte más dura (la que se forma en el invierno, cuando la naturaleza duerme). En dos años de investigaciones visuales, amplió las posibilidades de combinaciones y seleccionó más de 200 patrones de árboles nativos de la mata brasileña. Los grafismos resultantes de las diferentes combinaciones remiten sorprendentemente al arte indígena y popular y a los principios del constructivismo, según ella. En todas las aplicaciones, usa los colores de la tierra –beiges, rojizos, marrones–. La mejor manera de dar forma al corazón de la madera.
Pero eso no es todo. Como toda cuestión abordada con obsesión y pasión (dos cualidades que Heloísa derrocha), cada año el proyecto gana en nuevas aplicaciones. En los últimos años y a raíz de otro desecho, también de madera. Pequeños recortes de pino (elliotis y taeda) que rescata de la empresa de un amigo en Rio Grande do Sul, que realiza cercas para exportar a los Estados Unidos, Crocco arma frisos. Rescatando los triángulos que antes iban a la quema y que cortan de los bordes de las puertas, diseña paneles de mosaicos de madera que se pueden armar y desarmar en forma de módulos, variando el sentido de las puntiagudas “teselas” e interviniendo de nuevas maneras el espacio. El resultado es un paseo visual y sensible por el que parece ser una impresión digital de la naturaleza.
Las pequeñas vetas de los trozos de madera han sido también resaltadas con la erosión de granos la arena (sistema de presión por aire) haciendo más visible las diferentes texturas. También a algunas las pinta y a otras, las combina con retazos de telas de colores como los de la colección que apodó Brasileirinha. Vale decir que Crocco empezó con textiles (trabajó en tapicería con Elizabeth Rosefeld, además de haber realizado cursos con Tom Hudson de la Cardiff’s College of Art of London e hizo colecciones para Manos del Uruguay y trabajos para Artesanías de Colombia). De ahí también su familiaridad y vasta experiencia con la artesanía, que la llevaron a fundar hace unos años junto a otro artista plástico y compañero ideal de ruta, el entrañable José Alberto Nemer, el Laboratorio Piracema. Programa pionero y referente de artesanato y diseño en pos de rescatar ese saber y generar una fuente de trabajo para comunidades vulnerables de todo Brasil. Justamente a Nemer le regaló hace unos años, cuando mágicamente cayó en sus manos, las enseñazas de la filosofía japonesa del Wabi Sabi. Concepto fundado en la belleza de lo imperfecto, lo impermanente y lo incompleto. Una estética, surgida alrededor de la vieja ceremonia del té, que valora los objetos que envejecen con el uso, los que están hechos de materiales orgánicos, los que respetan la simpleza o abstracción propias de la naturaleza. Cuestiones esenciales que ella venía encarnando hace tiempo, marcando su vida y su particular propuesta y visión del diseño. Emociones y sueños. Wabi Sabi es Heloísa y su romance con la madera donde al revés de lo que pudiera pensarse, la naturaleza, la utiliza a ella, como medio para enseñarnos nuevos caminos hacia la tan ansiada armonía. “Hoy apelo a un estilo de vida simple. Despojado, sin pretensiones, ni convenciones. Eso de vivir con casi nada. Con dos o tres ropas. Teniendo a los pájaros como vecinos. En libertad y comunión con la naturaleza”, remata.
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