NOTA DE TAPA
Más allá del Puerto de Frutos, artesanos de las islas reunidos en torno de la cooperativa Manos del Delta trabajan junto a estudiantes de diseño de la UBA en un proceso de acompañamiento con eje en la inclusión social y el fortalecimiento de capacidades productivas.
› Por Luján Cambariere
El Delta del Paraná suele ser para muchos un sitio familiar, esperable, turístico. Su otra cara es un lugar insospechado al que sólo se accede después de dos horas de lancha colectivo. Un mundo muchas veces salvaje, donde la impronta de la naturaleza rige el paso de las horas y las inclemencias del tiempo; sobre todo en invierno, aísla a sus pobladores, que tienen en la artesanía una alternativa productiva.
Hasta allí, el Delta de los islotes, laberínticos riachos donde la vegetación se hace más selvática, el río corre con más fuerza y el tiempo parece haberse detenido, se vienen acercando desde hace unos años la diseñadora industrial y profesora Beatriz Galán y su equipo de alumnos, investigadores y pasantes con trabajos de los que ya hemos dado cuenta en este suplemento. Pero que en el segundo semestre del 2007, gracias al Premio Nacional Arturo Jauretche a la investigación Acción Participativa, obtenido por el diseñador industrial Pedro Senar, se hicieron más intensivos. El proyecto obtuvo financiamiento del Ministerio de Desarrollo Social y Medio Ambiente, lo que permitió profundizar el intercambio. Una serie de talleres de los que han participado, además del propio Senar, los diseñadores Manuel Rapoport, Gianpiero Bosi, Valeria Zambrano y Cecilia Besada en tareas de acompañamiento, Iván López y Ana Waserman colaborando en tareas de registro y asistencia y la propia Galán, Antonio Vázquez y Eduardo Simonetti en la reflexión teórico-práctica del proyecto y 18 artesanos de la cooperativa. Modelos de gestión de diseño para el fortalecimiento de los sectores productivos artesanales en su vinculación con los recursos territoriales es el nombre formal del proyecto. Intercambio de saberes, tiempo compartido, muchos mates y atardeceres en el río, los condimentos de estos encuentros que protagonizan artesanía y diseño de gran potencial en nuestro contexto.
Pedro Senar: –El premio Jauretche es un concurso para tesistas de maestría o doctorado que estén realizando trabajos en campo con modalidad de investigación acción-participativa. Obtuve el premio en la primera edición. Fueron 17 proyectos seleccionados de todo el país y no había ningún otro cuyo eje fuera el fortalecimiento institucional y productivo a través de aportes de disciplinas como el diseño industrial y gráfico. El premio nos permitió tener el financiamiento y el aval institucional para poder llevar adelante el proyecto en el Delta.
–El proyecto tiene como objetivo el fortalecimiento de las capacidades productivas de la Cooperativa de Artesanos Isleños Manos del Delta y la construcción de prácticas dialógicas entre diseñadores, artesanos y artistas para la creación de materialidades plurales en la diversidad cultural. Consiste en un conjunto de actividades en formato taller con modalidad de autogestión asistida, para reconstruir el tejido productivo a través de mejoras en el desempeño ambiental y simbólico de las producciones materiales. Hemos trabajado con 18 artesanos de la cooperativa. Con cada uno de ellos generamos proyectos de innovación productiva particulares y además se potenciaron algunos en conjunto.
–Esta segunda etapa fue muy diferente a la primera. Trabajamos con toda la cooperativa en estrategias de fortalecimiento productivas e institucionales, intentando potenciar los mecanismos internos de desarrollo en forma grupal. Se construyeron las estrategias y fueron llevadas adelante por los protagonistas institucionales. Es decir fueron autogestionadas, el diseñador sólo acompañó los procesos. En la primera etapa habíamos trabajado en el desarrollo de los enclaves productivos de varios de los artesanos pero en forma individual. El diseñador proponía nuevos productos o modificaciones de los existentes, anclados en la dinámica tecnológica del artesano. Pero en esa dinámica había una superposición en la tarea creativa del artesano y el diseñador y por ende incompatibilidades de gestión. Además se habían generado productos con estética moderna o posmoderna. Con una lógica de diseño extremadamente inserta en la configuración final del objeto, que ejercía una violencia simbólica que no era lo que tratábamos de construir desde el proyecto de investigación, que es un proceso de acompañamiento en diseño para sectores de la economía social. Entonces a partir de ahí empezamos a pensar qué otras alianzas podíamos hacer. Técnicamente a esto lo llamamos “taller de autoproducción asistida”, un espacio en el cual se generen dinámicas de innovación pero colaborando con el artesano de la manera menos invasiva posible.
–Para nosotros el producto es un instrumento que nos permite contribuir con las organizaciones de la economía social, propiciando cambios y mejoras de las condiciones de trabajo. No es un fin en sí mismo. Lo que a nuestro entender no le resta valor sino todo lo contrario. La cooperativa posee un local comercial y un público comprador que valora la producción material de la institución. Nosotros intentamos acompañarlos para generar los cambios que el artesano manifiesta necesarios para mejorar sus condiciones de trabajo y esto lo hacemos desde el diseño. Algunos de esos resultados que evaluamos como positivos de los 62 nuevos productos generados en el taller es lo que está sucediendo por ejemplo con los peces y las mariposas. A través de ellos se generó una ampliación del valor del jornal de trabajo diario (que fue el interés manifestado por la artesana). Esto se da en la conjunción de la disminución, a menos de la mitad, del tiempo de trabajo por producto (ya que la estructura es de menor complejidad) pero además aumentó el valor de cambio en relación con los que anteriormente realizaba. Otro ejemplo son los productos de corteza de álamo. El taller potenció la transmisión de técnicas de tejido entre los artesanos, debido a que la cooperativa tenías más demanda que oferta de este producto. Además se desarrolló una modificación en la adquisición de la materia prima: se pasó de extraer la corteza y quemar el tronco, al re-uso, es decir a utilizar el costanero de descarte de los aserradores para realizar piezas artesanales disminuyendo el impacto ambiental (práctica alineada con los principios de la institución). Por otro lado, el taller colaboró con la adquisición de medios de producción con el objetivo de disminuir el riesgo y las lesiones producidas por el esfuerzo físico de la producción de algunos objetos. Los productos de varilla de Sarandí, por ejemplo, que antes se cortaban con una tijera de podar uno a uno, ahora se están comenzando a realizar a través de sierras de banco, lo que permite también ampliar el catálogo de productos ofertados.
–Si bien su definición está en construcción, hoy nosotros entendemos los procesos de acompañamiento en diseño para las organizaciones de la economía social como una práctica proyectual que potencia la formación de dispositivos autogestionados con carácter dialógico y plural para el fortalecimiento productivo institucional, bajo el principio de la valoración de la diversidad cultural. En general, el objetivo que persiguen estas prácticas desde el diseño apuntan a lograr: autonomía de las acciones de innovación, fortalecimiento de las prácticas en pos del trabajo satisfactorio y la accesibilidad de los integrantes al medio físico y cultural, adaptación de las producciones para ser realizadas con mayor protagonismo por los miembros de la organización, utilización de las fortalezas de la cultura local, incorporación o construcción de nuevas redes locales y fortalecimiento de los vínculos con las ya construidas y/o la utilización de recursos naturales en forma sustentable. El producto es el instrumento para materializar estos cambios.
–En general siempre buscamos no ser invasivos. Charlamos, nos reunimos, tratamos de ver cuáles son sus intereses, qué pasa con sus tecnologías, qué es lo que más les gusta hacer, lo que menos. Cuánto tiempo les lleva cada producto. El artesano, en general, es un creativo, como el diseñador, el artista. Así que como cualquier otro creativo, su proceso de generación en general es interno y particular. Y cuando vos tenés que compartir esa autoría por la intervención de un diseñador o por colega implica un cambio institucional en tu proceso. Que obviamente conlleva otros beneficios. Ya el solo hecho de tener la excusa puntual de juntarse para ver cómo producía cada uno, intercambiarse técnicas, ideas, experiencias y generar un espacio común fue muy importante para todos. En muchos casos, mucho más que nuestras propias opiniones frente a lo que sucedía.
18 proyectos, más de 60 productos, pero sobre todo, al escuchar cada uno de los testimonios de los artesanos y diseñadores, un fuerte intercambio entre la teoría y la práctica. No es casual entonces que la etapa que más destaquen ambos sea la visita a los talleres de cada artesano en las islas. Así, durante el proceso, algunos mejoraron su packaging, incorporaron un logo a su marca, optimizaron la terminación del producto, ampliaron su horizonte mejorando su tecnología o mixturándola con otros colegas de la cooperativa, o realizaron nuevas familias de objetos. Pero, sobre todo, se enriquecieron con el saber del otro. Y eso se evidencia en cada caso. Elsa Larrosa, según sus propios compañeros, es la artesana más virtuosa. Con la capacidad técnica más elaborada, una calidad de tejido increíble. Por su paso por los talleres sumó a sus utilitarios (contenedores y mochilas en tejido vegetal) productos más decorativos, donde se resalta y justifica su alta calidad técnica y por los que puede ganar más. Opción que Elsa trabajó a través de animales de la zona –peces y libélulas– de forma bidimensional. “Un cesto puede llevarme dos días de trabajo y como hay mucha competencia a veces no se paga la calidad. Ahora hago más de cuatro adornos por día y gano por cada uno lo mismo que por un cesto”, detalla Larrosa.
El de Pablo Noelting es otro buen ejemplo de intercambio. “Vivo en Arroyo Torito, donde con mi familia hacemos de todo un poco. Doy clases de apicultura, tengo colmena, atiendo colmenas de terceros, corto pasto, tengo animales de granja y autóctonos y hacemos artesanías. Todo bajo el nombre de Aguapé, que significa camalote en guaraní”, cuenta Pablo, quien ahora, además, está pensando en reunir todos sus emprendimientos bajo el formato de turismo rural. “Pablo trabaja con palitos de Sarandí, rama negra o falso índigo, como se llama verdaderamente, en todo tipo de utilitarios y adornos (bandejas, canastos, fruteras, lámparas). Seguimos con la misma tipología de objetos pero le dimos un libro de geometría de la naturaleza y a partir de ese libro y algunas charlas se empezaron a generar bastantes productos cuadrados, hexagonales, curvas alabiadas, que le permitieron jugar con otras configuraciones”, cuenta Senar. Además, continúa, cuando fuimos a visitarlo Pablo tenía tiradas en el taller unas hojas de palmera. Empezamos todos a jugar con eso y salió una lámpara. Yo lo llamo diseño comunitario, porque han participado todos y de manera extremadamente natural. “A mí me encantó el trabajo”, vuelve a sumar Pablo, “porque quería desarrollar cosas con mayor valor agregado. Sabía que a mis productos les faltaba un escalón, un salto. Salir de lo cuadrado. Con los palitos, la figura que más se da es el cuadrado, del cuadrado pasamos al hexágono y después a reducir la cantidad de esquinas. De tres esquinas a dos haciendo semicírculos y trabajando formas más complejas como las helicoidales. Un nuevo mundo para mí con el que puedo abrirme a nuevos mercados”, detalla mientras trabaja con la diseñadora gráfica en el logo de su marca, donde aparece la planta típica del Delta, ese bello camalote de flor violácea.
El de Yolanda Yerba también es un caso emblemático. Especializada en cestería botánica con hojas de dracena, filodendro, formio y varas de sauce, en su paso por los talleres sumó corteza de álamo y sauce, una demanda que tenía la cooperativa.
¿Aportes del diseño? “Todo cuenta. La terminación de los productos, la presentación. Pero ojo que nosotros también les damos ideas a ellos. Fue buenísimo el intercambio de teoría y práctica. Y además, para el grupo que vive muy alejado fue genial encontrarnos”, aclara.
“De la experiencia, lo que más me iluminó el trabajo y la profesión en sí, es darme cuenta del diseñador de procesos, no de productos. Porque en realidad los productos son parte de un proceso, y si abrís la cabeza te das cuenta de que es así. La diferencia acá es que acompañás. Dejás hacer. El diseñador es funcional a lo que el artesano está necesitando. Quizás pasa por ajustar un problema técnico para construir algo o simplemente detalles estéticos o un refuerzo en lo comercial. Cada artesano tiene su realidad y necesidades y uno tiene que estar ducho adaptándose a eso, ser muy observador para encontrar esos espacios de real necesidad donde uno pueda aportar y no tender a irse para donde uno cree”, señala Rapoport.
“Realmente pasa por interactuar”, suma David Ricciardo, artesano y fabricante de cortinas de junco. “Me encanta eso de crear entre uno que sabe de diseño y nosotros de la técnica y el material. Interactuar entre teórico y práctico. Porque lo interesante es que yo sin esa idea tampoco llego a crear algo nuevo”, remata.
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