El proyecto de Atlantic Yards en Brooklyn es un desarrollo grande y con la rareza de haber convocado a un arquitecto creativo. Pero la crisis financiera puede limitarlo y matar un par de soluciones originales.
› Por Sergio Kiernan
Atlantic Yards es uno de los grandes proyectos de urbanismo en Nueva York, una ciudad que contiene algunos desarrollos comerciales gloriosos –como el Rockefeller Center– y varios otros desastrosos, como los de Donald Trump. En este caso, los terrenos de Brooklyn despertaban algunas esperanzas por su tamaño y porque el desarrollador, Forest City Ratner, no había recurrido a los sospechosos de siempre sino que había llamado a Frank Gehry, lo que indicaba que el proyecto iba a ser algo más que grande y alto. En 2006, la ciudad aprobó el proyecto, anclado por un enorme estadio de baseball y con un edificio francamente original. Gehry proponía un par de manzanas de edificios residenciales monótonos y olvidables, pero más compensaba con una solución para el estadio muy fresca y bien pensada. Pues bien: la crisis financiera en EE.UU., que es básicamente inmobiliaria, puso en peligro todo el proyecto. Peor aun, es muy posible que se construya no más, pero baratito y empezando por el estadio solito su alma.
El proyecto comenzó en 2003, con la desactivación de toda el área, una serie de cuadras típicamente neoyorquinas –largas y finitas– entre Atlantic Avenue y Flatbush Avenue, pleno centro de Brooklyn. En 2006, y en buena parte gracias a Gehry, el proyecto ganador fue el de Ratner, que logró a duras penas superar las protestas del barrio. Sucede que Brooklyn es un viejo barrio de clase media que se vio invadido por empresas y personas que huyen de los precios siderales de Manhattan y levantan los de su nuevo hogar. Para peor, para 2006 ya quedaba en claro que el proyecto urbanístico para reemplazar las Torres Gemelas iba a ser de lo más pedorro –traducción liberadísima de “shabby”– y los brooklynites estaban en armas.
La Ratner calmó más o menos las aguas mostrando once edificios de viviendas no excesivamente altos, de los cuales una buena proporción serían a precios subvencionados. Esto último es una figura legal que hace que la municipalidad cambie FOT por una promesa de precio al costo para una proporción de lo que se construya, de modo de mantener a la clase media en la zona y ayudar un poco la angustiosa crisis de la vivienda en Nueva York. Justo al lado, en el triángulo que forman Flatbush y Atlantic al separarse, se alzaría el proyecto-ancla, un estadio de 18.000 butacas que pasaría a ser una atracción importante en este centro urbano.
Resulta que Flatbush y Atlantic, en Brooklyn, es como decir Cabildo y Juramento en Belgrano. La esquina capitanea la zona comercial del barrio-ciudad, con el shopping Atlantic Terminal, varias torres de oficinas y muchas cuadras de comercios. Construir un estadio en un lugar así puede ser simplemente desastroso en términos urbanos, ya que los estadios suelen ser objetos espeluznantes y cerrados que parecen alimentarse de la energía vital de las calles que los rodean.
Así como las cuadras residenciales fueron de lo más rutinarias –edificios asimétricos pero disciplinaditos, pegaditos a la línea municipal, con todos los locales posibles en la planta baja y alguna plaza pública para ser buenos vecinos– Gehry se jugó bastante más en este triángulo con estadio. El óvalo en sí no es llamativamente original, pero el arquitecto logró una solución interesante al puntuar su perímetro con cuatro edificios asimétricos y mucho más entusiasta que le dan densidad y lo enmarcan como un objeto urbano.
El edificio de la punta, volcado exactamente a la esquina aguda de Flatbush y Atlantic, es el más alto y original. Miss Brooklyn es un contrapunto imaginativo a su vecino de enfrente, el fálico, cuadrado y convencional Williamsburg Savings Bank, que le asoma por encima del shopping. Miss Brooklyn tiene pantallas de vidrios en ángulos dispares, un atrio inmenso, vistas perimetrales y la capacidad de ser un volumen luminoso, icónico. Además, tapa buena parte del estadio que, rodeado de otros tres edificios menores, termina siendo como un pulmón de manzana con cuatro atrios urbanos de entrada. Cuando hay juegos, estos atrios enmarcan pantallas gigantes que muestran al público, cuando el estadio no se usa, son espacios oscuros con algún sentido propio.
En Brooklyn se ilusionaron con este nudo urbano, que podría ser una Times Square sin los rosaditos de Disney. Los críticos de arquitectura se exaltaron y se ilusionaron con que Nueva York podría por una vez en la vida salir del “cinismo del desarrollo comercial”, buena etiqueta de Nicolai Ourousoff, del New York Times, para la actitud mercantilista que tan bien conocemos en Buenos Aires. Las primeras señales de alarma surgieron el año pasado, cuando la Ratner pidió permiso para bajar el porcentaje de vivienda subvencionadas y subir la de condominios más caros. Luego vino el encargo a Gehry de simplificar el Miss Brooklyn para hacerlo más barato. Y ahora la versión bien firme de que la crisis impediría financiar el proyecto entero y la primera fase se limitaría al estadio, sin sus cuatro escoltas necesarias. Donde había ilusiones hay ahora indignación y hasta un llamado a tratar de piquetear la obra, para que Brooklyn no termine con un estadio rodeado de una playa de estacionamiento a cielo abierto y asfaltada en pleno centro.
Lo peor es que todo el proyecto fue aprobado y Ratner no sólo puede cambiarlo completamente, mientras respete alturas y superficies, sino que hasta puede vender los permisos de obra a otros desarrolladores. El proyecto puede potencialmente en un carnaval insufrible, tan malo como algo de Trump o de nuestro arquitecto Alvarez. La expectativa es si Gehry va a dar un portazo, como ya hizo en otras ocasiones, hasta cuando no era tan famoso.
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