Sáb 13.09.2008
m2

CON NOMBRE PROPIO

Monte sustentable

En el monte santiagueño, la Asociación Civil El Ceibal, la Fundación Vida Silvestre, el diseñador industrial José Guevara y un grupo de pobladores dan una vuelta al origen rescatando un repertorio tecnológico casi olvidado y hacen posible la línea de mobiliario rural Carpinteros Campesinos de Alberdi.

› Por Luján Cambariere

Mucho se habla desde distintos ámbitos de hacer frente a la tremenda deforestación (la mayor del país con 129.000 ha/año) cargada de otras violaciones –conflictos por la tenencia de la tierra, expulsión de familias campesinas y la pérdida de los valores culturales asociados– que se vive en Santiago del Estero. Pobladores rurales obligados a bajar la cabeza frente al avance de la producción agropecuaria y distintos intereses productivos e inmobiliarios de la región.

En este contexto, tres actores diferentes pero con la misma preocupación, se unieron para ir más allá de las palabras. En el 2007, la Fundación Vida Silvestre Argentina comenzó a trabajar con la Asociación Civil El Ceibal y la comunidad de Manisnioj del departamento de Alberdi, a 350 km de la ciudad de Santiago, en un proceso de planificación de uso sustentable. El proyecto incluía la identificación de áreas de alto valor de conservación así como propuestas productivas que consideren un manejo particular para estas áreas. Ahí es donde entró a jugar un rol el diseño de la mano del diseñador industrial cordobés José Guevara, quien desde hace unos años se viene especializando en este tipo de experiencias, muchas de ellas desarrolladas junto a dos socios, Griselda Castro y Marcelo Federico, con quienes conforma el taller Nuestromonte. Identificadas las especies y ecosistemas para la conservación, un taller de carpintería rural resultaba una propuesta interesante. Guevara, en el rol de coordinador, revela en primicia para m2 los avances de un trabajo que merece ser replicado. No sólo por los objetivos propuestos, sino y sobre todo por el cruce de actores involucrados que en definitiva son lo que mancomunadamente logran que estas iniciativas se concreten.

–¿Cómo tomás contacto con el proyecto?

–En el 2000 comencé a viajar a través de una amiga, Lucrecia Gil Villanueva, quien me propuso me sumara a la asociación civil El Ceibal que estaba naciendo, para llevar adelante un taller que terminamos titulando “Recuperación y Mantenimiento de Mobiliario Escolar en Escuelas Rurales”. Fue muy interesante, se desarrolló en tres escuelas que están a 7 km de distancia entre sí y consistió en trabajar junto a padres, maestros y alumnos en la reparación de las mismas. Después surgió el interés de los chicos de la escuela en usar las herramientas que yo llevaba y así nació un segundo proyecto, donde, un poco a través de las artesanías y otro de la tecnología, comenzamos a explorar las posibilidades de tres materiales: madera, cuero crudo y fibra de chaguar. Con los niños trabajábamos con maderas blandas de la zona como el ceibo y el sauce, haciendo tallas de animales autóctonos. Y con los adultos, artesanos y artesanas del tejido, carpinteros y sogueros (trenzadores de cuero crudo), en producto. En el 2002, junto a Griselda Castro y Marcelo Federico, empezamos con nuestra tesis de la carrera –“Intervención de diseño para un uso sustentable de los recursos del monte santiagueño”– y paralelamente, fuimos becarios de Extensión Universitaria realizando un proyecto de investigación educativo-productivo que nos llevó 2 años, y que tuvo múltiples espacios en los que pudimos replicarlo. Realizamos una intervención similar en la zona rural de San José de La Dormida, en el norte cordobés, junto a artesanos tejedores, cesteros en mimbre y palma y sogueros; editamos para el Ministerio de Educación de la Nación un libro para la serie Recursos Didácticos con el tema Banco de Trabajo, recurso que fue distribuido en todas las escuelas técnicas del país. También participamos en el Proyecto Trinacional de Diseño Artesanal Ñandeva, con artesanos de Brasil, Paraguay y Argentina. Volviendo al monte, después de cuatro años que, por motivos laborales, dejé de acompañar el proceso que siguieron los artesanos, fui convocado a finales del 2007 por el Ceibal y la Fundación Vida Silvestre para comenzar un proceso similar, en esta comunidad llamada Manisnioj.

–¿Con qué te encontraste?

–En esta comunidad, la principal actividad productiva que les genera ingresos es la elaboración de postes de quebracho. Esta actividad, netamente extractiva, atenta contra la gran riqueza forestal y fauna (oso hormiguero, puma, corzuela, entre otros) con que cuenta la región, y no es sostenible en el tiempo. Los ingresos que obtienen tampoco garantizan el bienestar a corto plazo, y es por eso que la población se plantea un uso diferente de sus recursos. Si bien el nivel de impacto de estas actividades es considerablemente menor comparada con la devastación de grandes superficies con fines agrícolas, la población es consciente de la necesidad de desarrollar otras actividades productivas. Ganadería, apicultura y carpintería fueron las elegidas.

–¿Qué forma decidieron entonces de trabajo? ¿Con qué elementos contabas?

–Por tratarse de algo tan acotado, nos centramos específicamente en la realización de mobiliario, y empezamos con una banqueta apilable, para seguir con otros productos donde la complejidad de realización va aumentando de manera progresiva, paralelamente al avance de las habilidades y el compromiso del grupo. Ahora estamos realizando una serie de tres asientos también apilables llamado Trío –silla con respaldo y dos banquetas– que también funcionan como mesita matera. Posteriormente, seguiremos con muebles contenedores: alacena, botiquín, ropero. Para la construcción de estos elementos vamos a usar otras maderas, que pueden ser más blandas, debido a que tienen menores solicitaciones mecánicas que una silla, y se van a incorporar otros materiales propios de la región como chaguar y totora. Un dato interesante es que no utilizamos pegamento, ni clavos o tornillos: son productos en los que intervienen exclusivamente materiales provenientes del lugar, el monte. También estamos experimentando el encerado con cera de abeja. Toda la población tiene un vasto conocimiento del monte y su riqueza; cuentan con gran diversidad de maderas, y conocen muy bien para qué sirve cada una. Por ejemplo me enseñan que: “el quebracho colorado se usa vertical, como columna, y el quebracho blanco, horizontal, como viga”. Esto es en función de sus propiedades mecánicas (recordemos que sus techos son muy pesados, y el quebracho colorado es muy resistente a la compresión, pero podría quebrarse si se usa horizontal) y también guarda una relación directa con el recurso existente: hay más cantidad de quebracho blanco que colorado, que además tiene un crecimiento mucho más lento. Con huiñaj se hacen los mangos de hacha, pala y otras herramientas, también es excepcional para sillas: muy estable y de un color amarillo hermoso, y se va acentuando con el paso del tiempo. El huiñaj florece anunciando lluvia. Actualmente estamos utilizándolo para los asientos. Los jóvenes tienen una habilidad casi innata en el uso de las herramientas, y cuando empiezan con alguna que no conocían (como el cepillo de carpintero, formones) aprenden con rapidez. En Manisnioj no hay energía eléctrica, por lo que todos los trabajos se realizan con herramientas manuales. Sólo en el aserrado inicial se usa motosierra.

–¿Quién diseña el mobiliario?

–Los productos que se están elaborando son el resultado de las múltiples sesiones de diseño participativo llevadas a cabo con artesanos e incluso algunas decisiones son producto de consultas a carpinteros o artesanos urbanos, con los cuales tenemos contacto. Se puede decir que mi labor como diseñador acá responde al rol de un articulador. Es aquí donde la propiedad intelectual del producto resultante es compartida. Estos productos son el resultado de un profundo análisis del mobiliario propio del lugar. Facilitar las tareas de producción, ocupar menor espacio al momento de transportar y guardar los productos y reducir al máximo la cantidad de materia prima utilizada en su elaboración, fueron las premisas que rigieron estos diseños. En general los asientos tienen una geometría simple, se pensaron secciones rectas para facilitar los cortes de madera, y la comodidad se logra a través de las superficies de doble curvatura en asiento y respaldo, generadas con tejido de tiento o cuero entero, y resultan ser muy cómodas. Cada intervención es sistematizada, lo que permite nutrir otros procesos y articular con experiencias similares. También consideramos importante poder transmitir parte de la historia del lugar y su gente, y trabajamos en el desarrollo de una etiqueta para cada producto, donde figure información sobre los materiales, el proceso, el lugar, los artesanos y el modo de comercialización elegido. El grupo se ha bautizado Carpinteros Campesinos de Alberdi, cada producto va a llevar una marca de calor, similar a la usada en el ganado, que también estamos diseñando juntos.

–¿Cómo es la experiencia de intercambio?

–Muy valiosa. Todo el tiempo es un ida y vuelta, un trato sencillo y a la vez muy profundo. Cuando un carpintero me cuenta sobre el trabajo que aprendió de su abuelo, siento que se mantiene vivo lo más genuino de ese oficio. Es entonces donde mi labor toma un valor que trasciende a los objetos: el mueble pasa a ser una consecuencia de todo eso. Es necesaria una gran cuota de prudencia al momento de intervenir en este proceso. Cada decisión tomada para determinar la conformación final de cada producto está fundada en una respetuosa lectura de la cultura objetual de la región. El rescate de un repertorio tecnológico casi olvidado, como por ejemplo la importancia de los encastres, prescindiendo de clavo y pegamentos para las uniones madera-cuero, madera-madera representan un valor que jerarquiza el producto.

–¿En lo personal?

–El aprendizaje es continuo. Ellos llevan una vida absolutamente ligada la naturaleza, a sus ciclos. Esto va determinando ritmos, modos, una forma de vida muy diferente. Sus relaciones sociales también son distintas. En una ocasión, cuando hicimos un viaje a Córdoba con chicos que por primera vez conocían una ciudad, se sorprendían por todo, pero particularmente les llamó la atención ver niños mendigando. Me decían: “¿Por qué están solos?”. Ellos viven algunas carencias, pero en general son subsanadas solidariamente. En mis comienzos, solía salir con los niños al monte, y me enseñaban: “Ese es algarrobo negro, ese sombra de toro, guayacán, mistol, ceibo rosado, vinal”, parecía que nunca iba a poder aprenderlos. A la vez, esa situación de cierta ignorancia mía abría la posibilidad de que el aprendizaje sea mutuo. Considero que este modo de trabajo puede replicarse en otros lugares, donde se conjuguen recursos naturales y comunidades que demanden un aporte del diseñador como operador cultural, interviniendo en las actividades productivas, revalorizando los saberes populares y las tradiciones, y contribuyendo a promover el desarrollo y la identidad regional.

* D.I. José Guevara, [email protected]

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