Sáb 16.11.2002
m2

Nuestra herramienta

Dos exposiciones de dibujos de arquitectura y una reflexión sobre por qué es una disciplina necesaria y a la vez en problemas.

Por Matías Gigli

Los arquitectos dibujamos pensando en nuestros problemas. Lo hacemos básicamente para clarificar las ideas. Dibujamos para comunicar a un tercero nuestros proyectos mientras se materializan, dibujamos para completar nuestros trabajos. Además, dibujamos las obras como una manera de explicar y de justificar nuestra producción. Solemos dibujar obras de arquitectura de otros colegas como una forma de estudiar una determinada producción que nos ha llamado la atención, y a veces lo hacemos sólo porque nos gusta. Esta semana se pueden ver en Buenos Aires dos ejemplos de esta manía de dibujar de los arquitectos, en exposiciones en el Marq y en la FADU.

Dibujos de Roli Schere
Rolando Schere es uno de aquellos arquitectos que, además de correr de obra en obra, de entrega en entrega, se da el tiempo para dibujar. Juntando dibujos, armó un libro con Juan Molina y Vedia que es corolario de una tanda de trabajos en torno a la obra del mexicano Luis Barragán y que ahora exhibe en el Marq. Son recorridos dibujados: el clima, los espacios, además del color y las texturas, la conjunción de lo natural y lo construido, se ven reflejados en bocetos, dibujos rápidos, momentos de una obra que tienen la riqueza de lo cambiante. Lo de Schere son sólo instantes que destiló para regocijo propio.

Roberto Frangella: arte solidario
Con el objetivo de sensibilizarse con el hambre y la desesperación de muchos, Roberto Frangella organizó una jornada de encuentro en el espacio central de la FADU. Convocó a treinta y dos arquitectos vinculados con la plástica y, a la vista de todos, se pusieron a trabajar con un tema solidario. Allí, junto con la Red Solidaria, despuntan el vicio de manchar un papel Cacho Soler, Jaqui Llauró, Roli Schere, Roberto Frangella, Gustavo Nielsen, Mono Cajide, Néstor Otero, Sardin, entre otros.
Aquí, el dibujo se inscribe como lenguaje e intenta hacer entender las necesidades de otros. La muestra se completa con una gran escultura que se irá armando con la caja de leche que se le pide a cada visitante como aporte. Después, la obra será tomada por los que la necesitan.

Curiosidades de arquitectos
Lo extraño es que a los arquitectos nos gusta dibujar, pero pocos lo hacen, pocos lo enseñan y menos aún lo aprenden. Y para aprenderlo hay que hacerlo en cualquier parte menos en nuestra facultad. ¿Por qué? Es que allí todos están muy apurados, de día se tienen que ir porque tienen muchas cosas que hacer, de tarde nadie cursa, de noche están cansados.
El dibujo requiere de constancia y dedicación, sudor, un poquito de talento. A los arquitectos nos cuesta sentarnos y quedarnos trabajando un rato seguido. En otros tiempos no pasaba: es que los lugares son también responsables de los actos de los que los habitan. Cuando la facultad quedaba en la calle Perú, todo estaba más cerca y el lugar era propicio para trabajar. Era chico, y en invierno hacía frío. No obstante se trabajaba, dicen los que lo vivieron.
Además cuentan que los bedeles preparaban los tableros con la gran hoja en blanco, la mojaban para que seca se convirtiera en un gran parche tenso. Para sacar el trabajo, había que cortarla con gillette. El trabajo duraba días y se podía dejar en la facultad, sin perderlo. La tarea consistía en dibujar con carbonillas calcos de esculturas y relieves griegos, romanos, góticos y renacentistas. Por suerte la de Bellas Artes aún queda en la escuela De la Cárcova. Los uruguayos, gente más tranquila y cuidadosa, aún conservan la suya en la Facultad de Montevideo. Eran otros tiempos. Recuerdos famosos; en la historia existen famosísimos ejemplos de un artista que toma la obra de otro como punto de partida para generar su propia producción: Picasso recordando a las Meninas de Velázquez, Francis Bacon pintando a Julio II que Velázquez ya había hecho antes, y bien.
Gaudí tomó la obra de ceramistas catalanes y las convirtió en añicos para generar su propio producto. Guillermo Roux no dudó en tomar ilustraciones de viejos libros e incorporarlas fragmentadas a su obra. Schere recorrió con curiosidad la obra de Barragán y, a su modo, lo tradujo al idioma del papel.

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