› Por Matías Gigli
Los arquitectos Carlos Hernández Correa y Edgar Mazo Zapata acaban de recibir un premio por su reciente “Casa Manantial”. La obra está en Poblado, en el municipio de Envigado, Medellín, y que se gane un premio no sería motivo de una nota en particular. Excepto que la distinción fue entregada, en realidad, a la pileta de natación que crearon estos arquitectos para la casa, un objeto realmente notable.
Todo nadador sueña con una situación así: una tirita de veinticinco metros de largo, con sólo dos andariveles de ancho, que al final da el efecto perfecto de que uno se caerá indefectiblemente sobre la ciudad de Medellín. Fantástico. La casa acaba simplemente como un complemento necesario, exigido por el programa y organizado por dos volúmenes de hormigón a cada lado unidos por un conector vidriado.
La casa tiene 850 metros cuadrados y está implantada en un lote de 60 mil metros, arriba de los cerros y con Medellín al oeste. Es un proyecto de interés a pesar de tener un planteo por demás observable, cosa que la hace digna hija de su tiempo (cita obligada: complejidad y contradicción). Para repasar: a un paisaje normalmente se lo enfrenta, se lo observa en todo el desarrollo de la casa. Ejemplos sobran, pero desde Buenos Aires se entiende fácil contraponiendo la magnífica vista de Medellín desde las alturas con nuestra austera barranca bonaerense y las visuales al Río de la Plata.
Basta recordar las blancas y longitudinales casas de Antonio U. Vilar en San Isidro y Belgrano, componiendo su arquitectura con todos los puntos marcados por Le Corbusier. Ya pasados sesenta largos años, crisis del pensamiento arquitectónico de todo tipo de por medio, parece que es necesario inventar todo de nuevo. Y aquí los colombianos priorizan el espejo de agua sobre la casa, simplemente una determinación de “partido”. La casa se compone de dos volúmenes “brutalmente” de punta hacia el paisaje. Por suerte, tanto el conector y las dos tapas de los paralelepípedos que conforman la casa son vidriados, cosa que permite no olvidarse de que allá abajo está Medellín. Una compleja trama de parasoles de madera tamiza la luz del oeste y permite mediar entre las vistas al valle y la intimidad que una casa necesita.
Es la casa de un nadador del perverso siglo XXI, no cabe ninguna duda. Bien merecido está el premio a la piscina.
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