Dom 01.12.2002
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Un rancho de Palladio

En perfecta armonía con la pampa y la arboleda criolla, una casa de campo inspirada en la Villa Saraceno del maestro italiano prueba el vigor del lenguaje neoclásico. Funcional, elegante, sencilla, fue construida con lo que se consigue en cualquier corralón.

› Por Sergio Kiernan

Había una cosa a favor, la arboleda que ya era amplia, alta, personal, lo que uno quiere alrededor de una casa. Para mejor, un prado al frente, demarcado por dos cipreses y bajando tranquilo en este campo ondulado. El problema era transformar el aterrador “chalet” de techo de fibrocemento, dividido en una planta de celdas, en un “rancho simple”, pedido explícito del cliente. Alejandro Moreno, un enamorado del lenguaje neoclásico, contrapropuso un “rancho palladiano”. El resultado, unos cuantos años después, es un ejemplo de buen transplante de una idea rectora a estas pampas, una casa elegante, aplomada y sin aires, que no desentona entre caballos y pasturas.
Es un rincón al norte de la provincia, allá donde el campo empieza a tener relieve y ganas de parecerse a Entre Ríos. La propiedad era un tambo estrictamente utilitario y despectivo de toda comodidad y estética. La reforma fue considerable: el interior desapareció, las paredes recibieron refuerzos, los techos fueron cambiados. Simétricamente colocadas, surgieron dos casas, una para las hijas de los dueños, otra para los caseros.
Moreno se inspiró en la Villa Saraceno, la primera de la obra rural del maestro Andrea Palladio, que se alza desde 1550 en la campaña de Vicenza, restaurada en 1994 por el Landmark Trust. “Es la más simple de sus villas –explica el constructor–, o sea la ideal para un rancho sencillo.” Entonces, lo que se ve hoy es una casa de planta cruciforme, techo a dos aguas de tejas –tejas compradas de una demolición, para ganar en textura- con dos volúmenes proyectando con sus propias cumbreras en ángulo recto sobre el eje principal. De un lado, el volumen es un pórtico real de cuatro columnas, con un arco a cada lado. Del otro lado, el volumen se repite como prolongación de la sala: están las cuatro columnas, están los dos arcos laterales, pero todo es ventana y vista sobre una vieja avenida de árboles, estrecha y enfocada en un airoso copón, cerca del alambrado.
El toque Saraceno se ve en el tratamiento del pórtico y su contraparte. La misma sencillez franciscana de las columnas, la misma línea fuerte marcando la horizontal en todo el perímetro, los mismos bloques de mampostería sugiriendo capiteles, las mismas claves uniendo arco y moldura. Palladio construyó su villa en tres niveles, subsuelo, piano nobile y ático, mientras que Moreno se limitó a uno, por lo que la moldura sobre los arcos se pega a la del pedimento, también simplícima y sin los modillones del original.
Este es todo el despliegue de la casa, que por demás tiene ventanas sin enmarcar, muros lisos y la más mínima sugestión de pedimento en los laterales. El interior también refleja en tono sencillo la planta típica del maestro italiano. Del cómodo pórtico –de estructura a la vista, muy amable en su materialidad– se entra a la sala rectangular, zona central de la casa, por una puerta de dos hojas flanqueada por dos ventanas, todo rematado en arcos de medio punto idénticos a los de los pórticos. A izquierda y derecha se encuentran bandas simétricas, una con dos dormitorios de huéspedes y baño, otra con suite principal y cocina. La única asimetría está afuera: a la derecha, como quien llega, el pasto fue reemplazado por un pavimento de ladrillo apoyado con canteros, lugar de asados y mesas de amigos.
A izquierda y derecha, con exacta simetría, se alzan las dos casas complementarias. Palladio no construía graneros o galpones separados de la casa principal: sus villas sistemáticamente tienen barchesse, las alas tradicionales de la casa campesina italiana, reinterpretada en la gramática neoclásica. Estas casas-barchesse son cubos muy criollos, muy simples y muy concordantes con ese continuo cultural que une lo italiano, lo español y lo americano. Moreno les dio una galería a lo largo del frente que repite el motivo del pórtico –el mismo orden de columnas, los mismos arcos laterales– sin pedimento y sin mayores vueltas. Las casasreposan en perfecta armonía de proporciones y perspectivas con el foco central. Adelante, en posición, dos estatuas clásicas terminan de remarcar el orden de todo el espacio, roto solamente por la anarquía de las copas de los árboles en un contrapunto excelente.
Con sus colores mediterráneos y su simplicidad formal, el conjunto resulta amable, elegante sin ser formal ni forzado. En los interiores sucede exactamente lo mismo, con la sencillez estructural destacando el buen gusto relajado de objetos y arreglos, en particular de piezas como el espléndido frente de chimenea del dormitorio principal.
Esta casa de campo es otra prueba de la potencia enorme del lenguaje de proporciones y armonías, de su capacidad de viajar y de expresarse con cualquier cosa que se encuentre en el corralón del pueblo. En los años que lleva esta propiedad, ya pasaron muchas modas arquitectónicas. Ciertamente, el rancho palladiano va a ver muchas más, siempre igual a sí mismo.

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