Sáb 02.05.2009
m2

CON NOMBRE PROPIO

Flashback

Violraviol recupera un cotidiano que muchos añoran con changuitos para ir al mercado o delantales de cocina que, más que una estética, reivindican valores como la comida casera, el barrio, el hogar que no es sinónimo de casa. Elogio a la lentitud versión design.

› Por Luján Cambariere

Por el rescate en varios frentes que realizan, porque nos ayudan a cuidar el medio ambiente, porque son lindos, pero fundamentalmente porque de un golpe de retina nos devuelven a ese pasado siempre anhelado. El del mantel de plástico (que en esa época no era kitsch ni bizarro) lleno de migas de scons y mermelada de la abuela o una de sus manos agarrada a paso firme hacia el mercado, porque la otra estaba reservada al chango. O el delantal que usaban las mamás con el que salían muchas veces a la calle, pero no importaba, porque estaban llenos de volados. Y además, porque en ese tiempo se cocinaba no como una moda sino como un hábito.

La responsable de ese torbellino de emociones en formato changuito, individual, mantel, bolso y delantal, es la diseñadora de interiores Cecilia Sonzini que, como confesa amante del cotidiano, hace unos años decidió salir a rescatarlos a través de su etiqueta Violraviol. En principio, ni por una cuestión social ni sustentable, aunque hoy su emprendimiento cuele en ambos frentes. Así, en medio del estallido de color de sus estampas retro, en su casa-estudio-taller, desanda su camino para m2:

–¿Cómo nace Violraviol?

–Comencé proponiéndole a una amiga que tenía un local de ropa hacer changuitos de mercado. Hacía tiempo que venía pensando en tantas costumbres que habían cambiado. Ella estaba con mucho trabajo así que arranqué sola con los changuitos y los individuales.

–El changuito...

–Fue muy difícil su hallazgo porque los fabricantes, que no son muchos, los venden directo a las ferreterías, entonces dar con las fábricas fue complicado. Por suerte, encontré gente que estaba más abierta a cambiarlo un poco, porque yo quería modificarlos. Más que nada el color, las ruedas y algunas terminaciones, ya que para mí, el modelo en sí, sigue siendo inmejorable.

–¿Tuvo su hora el changuito?

–Sí, pero la fábrica con la que di, que es familiar, nunca dejó de hacerlos porque como le venden a todo el país, siempre tuvieron demanda.

–¿También ingresaste al mundo de los plásticos?

–Sí, a depósitos de vinilos antiguos. Básicamente porque también fui descubriendo que mucho de lo nuevo no tiene ni la calidad ni las estampas de los antiguos. Porque antes, en su época de furor, el plástico era otra cosa. Después fue perdiendo valor. Pero en su época de apogeo el diseño lo acompañaba, con lo que das con cosas increíbles. Estampas, colores. Y ahí también fue todo un trabajo de acercamiento, porque los de los vinilos son señores que los tienen hace tanto que en un punto ya no quieren venderlos. Y ahora, eso me pasa a mí, porque de algunos no me quiero desprender, como unos manteles antiguos con una costura redondeada, una confección, que no se hace más al día de hoy.

–¿Y tantos recuerdos?

–Sí, es que tiene que ver con una vida que de golpe se perdió y algunos queremos recuperar. Hoy hay una vuelta tal vez de algunos jóvenes que valoran el cocinar e ir al mercado. Yo adoro la cotidianidad, el día a día. Me doy cuenta de que me encanta el oficio, el hacer, y de ahí devienen los productos. Así es mi emprendimiento. Mis talleres son señoras que cosen. Cuando vamos probando los delantales se emocionan. Los locales donde vendo también son locales atendidos por sus dueños. Es todo coherente, sin quererlo pero se fue dando así. De un modo muy intuitivo. Y el feedback de la gente me impresiona. Se involucran un montón y te empiezan a contar cosas de su abuela, de su infancia. Es muy emocionante. Y además me fui vinculando con otras personas, desde ilustradoras a gente que hace pastelería.

–¿El nombre?

–Estuve meses dando vuelta porque quería algo muy simple. A mi hija Violeta, mi hermana le contaba cuentos sobre un personaje que era Violraviol. A ella le gusta llamarse así y quedó.

–¿Y las canastas?

–Surgen de los sunchos para empaquetar las frutas y verduras del mercado. Y los hacen artesanos que trabajan ahí. Yo quiero hacer un montón de cosas con esa técnica. Y sobre todo es lindo poder darle trabajo a una persona que encuentra en su día a día su forma de rescatarse. Lo último que hice fueron los delantales de cocina.

–¿La cuestión ambiental?

–Mi proyecto está más ligado al habitar en armonía, conectada con cosas auténticas. Con volver a hacer cosas con las manos. Cosas que la mente necesita. Más que nada se relaciona con eso. Con el mundo puertas adentro que en definitiva está directamente relacionado con cuidar el planeta. No nació por lo sustentable pero está absolutamente ligado. En las canastas, por ejemplo, entra de todo y ni se ensucian, son prácticas, así que en mi caso dejé de usar bolsas plásticas.

www.violraviol.com

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