Hoy es el día internacional del Comercio Justo, un movimiento que trabaja entre otras cosas en darle su verdadero valor a la artesanía.
Parece increíble que cuando se nombra el binomio “Comercio Justo” tantos se hagan los desentendidos. Y no nos referimos a quienes desconocen el movimiento que nace hace más de treinta años en Holanda con una causa bien específica –tomar conciencia del carácter desigual de los intercambios entre el Norte y el Sur–, sino a la gran cantidad de personas que no conciben que estos dos términos puedan ir juntos. Individuos que, a pesar de que el mundo se resquebraja y los viejos modelos hacen agua, siguen mirando al costado, por lo que las organizaciones internacionales dedicadas a esta problemática decidieron unir esfuerzos para darle visibilidad dedicándole un día para celebrarlo. Renombrar lo obvio. Básicamente: una distribución de los ingresos que aseguran condiciones de trabajo justas y dignas donde exista igual ingreso por igual trabajo para las mujeres y se combata la explotación infantil; el estímulo al cuidado del medio ambiente y las actividades productivas sustentables; el pago de un precio justo a los productores a través de, por ejemplo, minimizar la cadena de intermediarios, el pago al contado o en plazos razonables para ambas partes en términos previamente acordados; el privilegio a productores marginados o con poco acceso a la comercialización y un compromiso para mejorar sus condiciones de vida (la de los productores) tanto en los aspectos materiales como culturales, ya que el objetivo principal del movimiento es la reducción de la pobreza.
En nuestro país, algunas de las organizaciones sociales que más fuertemente trabajan para preservar y recuperar la dignidad de las comunidades aborígenes y rurales a través de la artesanía –Fundación Silataj, Niwok y Mercado de la Estepa– y que ostentan, por otra parte, una de las primeras tiendas bajo estas prácticas en Buenos Aires, Arte de Pueblos, dándonos a todos la posibilidad de ejercer un consumo responsable, el otro gran protagonista de la cadena, decidieron festejarlo con una llamada de tambores al aire libre. Una treintena de bombos del Grupo Folclórico Sol Argentino entonados en pos de combatir la pobreza, el cambio climático y la crisis económica. Un “Big Bang” global que, por otra parte, hoy se escuchará en las calles de todo el mundo.
“En 2001, la World Fair Trade Association (IFAT), de la cual Silataj es una de los tres miembros argentinos, adoptó el segundo sábado de mayo como el Día Mundial del Comercio Justo para crear conciencia en todo el planeta. Organizaciones como News! (un grupo de tiendas de comercio justo de Europa) y la marca-organización People Tree de Japón fueron esenciales por su trabajo para motivar y crear este día. Desde ese momento se celebran festivales en todo el mundo”, cuenta Dolores Bulit, periodista, voluntaria de la institución y una fuerte promotora del movimiento en la Argentina. “Según la WFTO (Worl Fair Trade Organization), suma Sebastián Homps, de Arte y Esperanza, otra de las organizaciones locales que celebra este día, hoy son más de un millón de trabajadores y pequeños productores los que forman parte de este movimiento que está nucleado por 3000 organizaciones de distintas regiones. En Argentina el fenómeno está creciendo y ya es posible adquirir desde artesanías indígenas hasta yerba mate, pasando por la producción de remeras, vinos, aceites y mermeladas. Si bien esta forma de economía está caracterizada como solidaria, en su práctica es mucho más que eso: es una forma humana y consciente de concebir el intercambio comercial, en donde la explotación, la pobreza y la desigualdad son los males que se intenta erradicar y no los agentes de los que se saca provecho. En otras palabras, el Comercio Justo está orientado a crear un desarrollo sustentable en los sectores marginados y no dándoles asistencia al corto plazo, pagando a los productores un precio justo acompañados por una gran difusión (con gran ímpetu en los países centrales) para hacerse conocida y exigirles a los compradores que estudien lo que consumen. De esta forma, el Comercio Justo no se limita a los participantes de la cadena de producción sino que se extiende a los ciudadanos comunes adjudicándoles un papel muy importante: el de valorar y exigir políticas transparentes a la hora de comprar, ya que al adquirir un producto, cualquiera sea, se está aceptando las políticas que lo hicieron posible”, remata. En un mundo que nos demuestra paso a paso que las desigualdades tarde o temprano se pagan, hasta por estrategia, vale escucharlos.
Así dadas las cosas, todo parece más o menos claro de Norte a Sur, pero qué ocurre con el establecimiento de estas relaciones en la región. Por decirlo de algún modo, de pobres a pobres. De nuevo, las organizaciones locales acercan sus conclusiones.
¿Los desafíos del movimiento en la Argentina? “Establecer el concepto de Comercio Justo en la conciencia colectiva. Esto es, hacer que el consumidor descubra que cuando realiza una compra debería saber de dónde viene y cómo se produce. Pero además de informar sobre esta actitud, el desafío más amplio es colocar el comercio justo dentro de una concepción más amplia como es la economía social, lo cual supone instalar el tema como tema político. Que se encuentre en las agendas y se instale en los municipios, provincias y a nivel nacional. Como lo iniciado por Surcos Patagónicos en el planteo de una ley de iniciativa popular presentada ante la Legislatura de Río Negro que ahora está en estado parlamentario”, comenta Roberto Killmeate, director de Asociación Surcos Patagónicos y fundador del Mercado de la Estepa.
“El mayor desafío es que los consumidores se empiecen a involucrar, porque ya hay muchos productores y organizaciones trabajando con conciencia en todo el país. Pero tampoco creo que sea suficiente que logremos crear un pequeño mercado con compradores fieles: todos debemos replantearnos qué consumimos y por qué lo hacemos en un nivel general de nuestras vidas. Porque todos los males que más o menos sufrimos están relacionados de alguna forma con la forma en que consumimos. Y creo que el Sur, más que el Norte, tiene la creatividad, la necesidad y –debiera– la iniciativa para mostrar al mundo que un consumo más local, menos desigual y más consciente puede ayudarnos a cambiar la realidad desde adentro, sin apelar a soluciones externas. El comercio justo en el Sur, además, necesita más manos que ayuden. Como todo movimiento social, necesita del trabajo voluntario para crecer y difundirse. ¿Qué les contestarías a las personas que lo relacionan sólo con un nicho? Que se quedan en un escenario pequeño y de corto plazo. El verdadero origen del comercio justo allá por los años ’60 era modificar de plano las desigualdades del comercio internacional, un objetivo que hoy siguen planteando los movimientos sociales más comprometidos. Modificar y crear leyes acordes con la economía social, modificar de plano la forma en que comemos y compramos, mejorar las condiciones de los que producen nuestra comida en el campo, crear nuestra soberanía alimentaria son los cambios que realmente necesitamos. Y en el caso de la artesanía aborigen, es preciso ver la desigualdad en la que viven los habitantes de nuestros pueblos originarios aun siendo poseedores de una riqueza cultural increíble y valiosa. Ese es el trasfondo real de una pieza de artesanía. Si un comprador es capaz de ver esa contradicción, en vez de ver un simple regalo, me siento satisfecha”, agrega Bulit.
Dividiendo o pausando el término, como más les guste, se rescata su esencia. Porque, como diría a su tiempo Octavio Paz, “las artesanías pertenecen a un mundo anterior a la separación entre lo útil y lo hermoso”. Y ellos, los artesanos, con su oficio que sabe de otros ritmos y cuidados, lo hacen carne. Paradójicamente o no, son quienes reciben los mayores atropellos. No se valora su trabajo, no se cuida su patrimonio material e inmaterial, no se respetan sus tiempos. Por eso no es casual, que sea uno de los segmentos donde más trabaje el movimiento y donde se obtienen los mejores resultados.
Es que en el reinado de la acumulación sin sentido y la lógica del “déme dos” o del “todo por dos pesos”, que es más o menos lo mismo, es difícil entender el tesoro en técnicas y materiales que encierran estas piezas. En lo que nos toca, la mayoría de ellas de pueblos originarios. Los tejidos en chaguar con las que se hacen desde cinturones, adornos, pasando por todo tipo de bolsos y carteras y los utilitarios –desde juegos de cubiertos, tablas, fuentes, bols, peines– y objetos en maderas de palo santo de la comunidad wichí; los textiles en lana de oveja y platería mapuche; las cestas y paneras en carandillo, fibra extraída de la hoja de palma, de la comunidad pilagá. Un emblema de este tipo de vínculos, ya que como ellos han sido los primeros maestros en respetar estos postulados, en un mundo alejado del más común de los sentidos se debe machacar esto de que el comercio debe ser justo.
Arte de Pueblos: Libertad 948, Buenos Aires, 4816-4351.
Fundación Silataj: Vuelta de Obligado 1933, Buenos Aires, 4785-8371.
Mundo Aborigen: Rivadavia 155, Ciudad de Córdoba (0351) 424-3278.
Arte y Esperanza: Balcarce 234, Buenos Aires, y Pedro de Mendoza 587, San Isidro.
Artesanías Argentinas: Montevideo 1386, Buenos Aires, 4812-2650.
Mujeres microempresarias: Rivadavia 781, 4299-7798.
Otro Mercado al Sur: Calle 10, entre 54 y 55, La Plata.
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