› Por Matias Gigli
La historia de la favela Doña Marta data de 1923, cuando la Iglesia de Río de Janeiro permitió que se instalara un grupo de trabajadores en el morro Santa Marta. Esta es la favela que primero se ve cuando uno sube al Corcovado y mira en el mismo sentido que el Cristo, pero hacia abajo. El lugar es famoso además en el turismo-pobreza por el videoclip que Michael Jackson filmó en el barrio. Ese acto mediático la puso en vidriera y motivó que tanto desde las facultades de Río como otras latinoamericanas la tomaran como ejemplo y sitio de intervención para que los alumnos desarrollen proyectos de grado. Ese fue el caso que se desarrolló el mes pasado con el trabajo coordinado de la Pontificia Universidad Católica de Río y la Universidad Javeriana de Bogotá, que durante tres semanas trabajaron en el tema e incursionaron sobre el lugar.
Las vivencias de recorrer una favela no son muy distintas a las que cualquiera se pueda imaginar desde fuera. Sin embargo, la sensaciones se agigantan y lo que se presupone como complicado y tortuoso cobra verdadera dimensión. Empezando por las características naturales de la compleja topografía de una montaña, y las implicancias que producen en las demás actividades obligatorias de desarrollar: llegar a la vivienda, llevar desde una heladera a materiales de construcción, pasando por las cotidianas bolsas de compras. Se entiende que actividades como bajar la basura tampoco son sencillas ni demasiado motivadoras. Por eso y a pesar de existir un sistema de recolección del municipio, que da trabajo a sus propios habitantes, en la favela se acumula la basura. Y a pesar de existir una red de cloacas, las aguas que vienen bajando están altamente contaminadas.
Las estructuras de las casas –que dicho sea de paso están materializadas con mucho ingenio– deben sortear problemas estructurales que en nuestra pampa resultan estrambóticos. Las ménsulas están a la orden del día, los voladizos abundan y en la planta baja se utilizan todos los espacios residuales posibles.
A todo esto, y con ojos de extranjero, se verifica un fuerte compromiso del gobierno de la ciudad por mejorar el grado de habitabilidad, posiblemente porque tengan todos muy en claro que no existe la mínima posibilidad de que algún día se relocalicen sus habitantes en otro lado. Por eso se invierte en mejorar lo que existe.
Doña Marta es la segunda favela del Brasil que tiene un medio de ascenso y descenso mecánico desde el año pasado. El impacto fue altamente positivo para sus habitantes. Es un funicular con dos tramos de vías y cinco paradas, en un altísimo grado de inclinación y de recorrido absolutamente recto. Así se accede de forma gratuita a sectores del barrio en una cabina cerrada que tiene adosado un sector abierto para bajar desechos.
Por otro lado, se organizaron tres canchitas de fútbol sintético cerradas delimitadas completamente con redes. En el interior de la imbricada subida se descubren un sinnúmero de pequeños sectores públicos conformados por placitas dispuestas con bancos y mesas que en tiempos anteriores a la cabina servían para recuperar el aliento en la subida y hoy son espacios de encuentro altamente utilizados.
La última inversión en el barrio es la completa instalación de una red de electricidad con la incorporación de grandes tableros seccionales en las calles internas y la derivación en un tablero individual en cada domicilio. Son instancias intermedias que no llevan a una solución definitiva ni maravillosa pero que muestran un grado de madurez al enfrentar la realidad, que por muchos años fue ignorada, en la que viven 10.000 habitantes, todo un pueblo.
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