› Por Sergio Kiernan
El Museo de Arte Moderno de Nueva York cerró el año con una gran exposición sobre la Bauhaus, el tan influyente y tan poco entendido movimiento modernista alemán que tuvo catorce años de gloria antes de caer ante Hitler. La exhibición del MoMA es un esfuerzo para poner en contexto a la Bauhaus, que fue parte de esa tormenta cultural y política que recordamos como la Alemania de Weimar. Es por eso que las piezas del movimiento –escenografías teatrales, vitrales, muebles, fotografías, planos, maquetas, textiles y estructuras vidriadas– son acompañadas por más de 400 obras de artistas como Paul Klee, Vassily Kandinsky, Marcel Breuer, Laszlo Moholy-Nagy, que compartían un mundo con los arquitectos en sí.
Lo notable de la Bauhaus es que su trayectoria fue breve como una cañita voladora, pero de una influencia realmente internacional. La escuela fue fundada en 1919 en Weimar, la capital alemana de posguerra. El país acababa de perder la Primera Guerra Mundial, la monarquía había caído, la república era acosada por extremistas de todo tipo y abrumada por la primera hiperinflación (la segunda llevaría a los nazis al poder). La escuela-taller creó rápidamente varias sedes, hizo famoso a su director Walter Gropius y diseminó un estilo modernista de ideas profundamente artísticas. La Bauhaus sigue viviendo tanto en los rascacielos corporativos como en las interminables filas de monoblocks de vivienda popular del mundo entero, una especialidad de la casa.
En 1933, Adolf Hitler llegó a la suma del poder y Gropius cerró la última escuela que quedaba, la de Berlín. La impresión general es que el grupo se dispersó en el exilio, excepto por algunos de sus miembros judíos que no pudieron escapar a tiempo. Pero otra exhibición, inaugurada en julio pasado en Weimar, revela que la historia fue mucho más complicada.
Resulta que los nazis no eran tan reacios a la arquitectura moderna como parece, particularmente recordando los bodrios grandilocuentes de Albert Speer, el arquitecto privado del Führer. Varios miembros de la Bauhaus no fueron arrestados, otros pasaron del campo de concentración al estudio y otros no fueron nunca molestados y siguieron trabajando como si nada. La muestra se concentra en la obra de Franz Ehrlich, alumno de Klee, Moholy–Nagy, Kandinsky y Josef Albers, cuya historia fue rastreada por los curadores de la muestra y se destaca nada más que porque los archivos conservaron buena parte de sus obras.
Ehrlich era comunista y fue arrestado a los dos años del régimen nazi, en 1935. Después de dos años de palizas y maltratos en Spandau, fue enviado al flamante campo de prisioneros de Buchenwald, que consistía en unos pocos edificios provisorios rodeados por una alambrada y se especializaba en casos políticos. Ehrlich fue inmediatamente asignado a uno de los grupos de trabajos forzados que limpiaban el terreno y cavaban, pero a las dos semanas se mandó una caradurez completa: se presentó en el taller de carpintería, dijo que era arquitecto –había sido asistente en la oficina de Gropius en Berlín– y se puso a dibujar. Cuando el encargado del taller vio que sabía dibujar en serio, lo puso a diseñar la nueva entrada del campo de concentración.
El lugar sigue ahí, íntegro y transformado en un museo doloroso. Los visitantes que saben de arquitectura sienten una incomodidad singular al ver las grandes puertas de hierro sostenidas por columnas de piedra rústica: el estilo es puro Bauhaus. En el medio de las rejas se ve una inscripción en letras martilladas, Jedem das seine, que se puede traducir como “A cada uno lo suyo” y es una adaptación de una frase latina de uso legal. El sentido original indica que cada uno es dueño de sus derechos, que no pueden ser retirados. El uso nazi es tan irónico y sórdido como el “El trabajo libera” que todavía campea sobre Auschwitz. Ehrlich diseñó el cartel en el estilo sans serif que había aprendido con el diseñador de la Bauhaus, Joost Schmidt.
El encargo le cambió la vida. Pronto era un prisionero privilegiado y el comandante del campo le encargaba los muebles para su vivienda. La empresa constructora que tenía el contrato para expandir el campo de Buchenwald lo hizo su diseñador en jefe y en 1939, cuando le conmutaron la pena –algo rarísimo para un comunista–, le ofreció el mismo trabajo, pero con un muy buen sueldo. Ehrlich aceptó y hasta se casó con su prometida, que lo esperaba desde su arresto en 1935.
Como después de todo era un ex prisionero y su lealtad política era dudosa, a Ehrlich no lo dejaron trabajar en las instalaciones sensibles, como la cámara de torturas, la “clínica” para experimentos médicos, el depósito subterráneo de cadáveres y el crematorio. El diseñador creó el master plan para la expansión de Buchenwald, un zoológico para animales alemanes –ciervos y jabalíes, separados de los hambrientos prisioneros por una alta alambrada–, dormitorios para presos y una fábrica de municiones donde trabajaban. También se dedicó a los edificios recreativos para los SS a cargo del campo, con un casino, comedores, un chalet para cuidar halcones de caza y muchas, muchas viviendas. Entre ellas, la de la ilustración, que muestra su diseño para la casa del comandante del campo, en estilo alemán tradicional, pero con una esvástica integrada y muebles de diseño modernista.
En 1941, Ehrlich fue trasladado a Berlín, siguió produciendo diseños para Buchenwald y, como si ya fuera un especialista, le encargaron la expansión del campo de Sachsenhausen. Entre otras cosas, el proyecto incluía una casa para recibir a Hermann Goering, el jefe de la fuerza aérea y un bon vivant. Los dibujos sobrevivientes muestran que Ehrlich siguió diseñando en un estilo campestre y decimonónico, folklóricamente alemán, pero con todo tipo de accesorios claramente de la Bauhaus, como relojes, mobiliario y los equipamientos de sus baños.
Ehrlich murió en 1984 después de una larga carrera como arquitecto en Alemania del Este, siempre afirmando vagamente que su posición le había permitido “ayudar” a otros prisioneros, pero no “combatir” al régimen. Estas explicaciones eran aceptadas y a nadie se le había ocurrido investigar en serio qué hicieron los más de 1300 alumnos y profesionales que pasaron por la Bauhaus. Se conocían algunos casos extremos, como el de Fritz Erl, que se hizo Waffen SS y terminó diseñando las cámaras de gas y los crematorios de Auschwitz. Erl y su socio, Walter Dejaco, fueron juzgados en 1972 como cómplices en un exterminio, pero juraron que no sabían para qué se iban a usar sus diseños y fueron exonerados. Otro caso fue el del brillante diseñador gráfico Herbert Bayer, creador de los famosos posters de la Bauhaus y, mucho más tarde, de los de muchas marcas comerciales en EE.UU., que también fue autor de buena parte de la estética comunicacional del Partido Nazi antes de la guerra.
Este lado de la historia quedó oculto por el brillo de los exiliados y la memoria de los muertos en los campos de concentración, como el diseñador textil Otti Berger, el pintor Friedl Dicker-Brandeis y la diseñadora de metales Lotte Mentzel.
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