Sáb 27.02.2010
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Leve, simple, inteligente

Son sinónimos de diseño sustentable y el arquitecto brasileño Fernando Mascaro es consultor y referente cuando se trata de hacerlo a gran escala.

› Por Luján Cambariere

Lo de “diseño sustentable” se escucha hasta el hartazgo, hasta vaciarlo de significado, pero en la industria en nuestro país aún está en pañales. En otros países la cosa es más sofisticada y se habla de diseño leve, simple, durable, inteligente y consciente. Y hasta se usan categorizaciones que separan lo que es un diseño de la necesidad (para suplir las propias carencias a través del reciclaje o reuso), del eco-diseño (diseño de autor con descartes) y del sustentable (a gran escala).

Uno de los responsables de estas jerarquizaciones y de ahondar en estas cuestiones es Fernando Mascaro. Arquitecto, consultor de empresas potentes como Grendene, monstruo que ostenta a la niña mimada Melissa, la marca de calzado brasilera que sofisticó el plástico al extremo, siendo el fabricante de calzados de plástico más importante del país, con 160 millones de pares al año. Miembro de IDDS (Instituto de Diseño para el Desarrollo Sustentable) y responsable en Brasil de la edición de bibliografía especializada sobre el tema, como “Haverá a idade das coisas leves” del francés Thierry Kazazian y el trío de la serie de Diseño Sustentable conformado por “Diseño sustentable, Caminos Virtuosos”, “Agua, fuente de innovaciones” y “La lata, solución del futuro”, de otro francés, Fabrice Peltier, editados por el Senac. Sin duda, un referente al que vale la pena escuchar, cuando más allá de gustos personales, estas cuestiones se imponen como irrenunciables para la disciplina.

–¿Sos arquitecto pero con los años fuiste especializándote en diseño sustentable?

–Estudié en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de San Pablo entre 1975 y 1979. En aquella época la carrera también habilitaba para el ejercicio del diseño industrial y la comunicación visual y por obtener resultados más rápidos que con la arquitectura terminé volcándome al diseño de producto. Había algo que me atraía cuando estaba en una línea de producción, fuese una imprenta o en una fábrica. Así actué en diversas áreas –gráfico en imagen corporativa, industrial haciendo carrocerías de ómnibus, inclusive como profesor en la universidad durante seis años– hasta enfocarme en el diseño para la industria de grandes volúmenes. En aquella época surgió una oportunidad y fui llevado por mi colega y ex socio, Edson Matsuo (actual director artístico de Melissa), para montar un área de diseño y de investigación en materiales para Vulcabras, en San Pablo. Era una empresa que tenía la licencia de fabricación y comercialización de ocho marcas internacionales de calzado deportivo (Adidas, Puma, Le Coq Sportif). Yo nunca había proyectado un calzado, así que fue un inmenso y gratificante desafío, porque aprendí mucho en ese período con los distintos profesionales –del área de matricería, producción, investigaciones de mercado, nuevos materiales–. Después de tres años con el área consolidada y en pleno funcionamiento, fui a trabajar como consultor, en la división de investigación y desarrollo de Grendene, en Farroupilha, Rio Grande do Sul, liderada hasta hoy por Matsuo. Ya son 19 años de relación con la empresa. Las lecciones aprendidas en el trabajo directo dentro de la fábrica me dieron un gran empujón para repensar métodos y procesos de diseño volcados a la industria. Porque una cosa es hacer diseño para ser reproducido en una pequeña escala y otro es hacer del diseño una herramienta que además de atender las necesidades de consumo (negocio) proporcione conquistas sociales significativas (generación de empleos) y ambientales (producción limpia). Esta orientación en la práctica del diseño es la que también llevo a las escuelas de diseño a través de conferencias. El diseño como medio y parte de un sistema.

–¿El foco en lo sustentable?

–Vino naturalmente y tiene su base en la optimización de los procesos productivos. “Hacer más con menos”, como decía Buckminster Fuller. Hacer productos inteligentes con la menor cantidad posible de recursos. Esto no es una novedad. Existe desde que Henry Ford montó fábricas con producción en serie. Lo que agregamos a esto fue una mirada sobre lo social y ambiental. Esa sumatoria de referencias nos lleva, entonces, a repensar el modo de proyectar. Es preciso concebir productos cada vez más simples de fabricar, simples de transportar, simples de montar, simples de usar, simples de desmontar, simples de descartar y por ahí va. Repensar lo existente antes de proponer algo nuevo.

–¿Puntualmente con qué proyectos concretos comenzaste?

–Por más paradojal que pueda parecer comencé a trabajar en diseño sustentable con productos. Mi primera gran intervención fue en la división de investigación y desarrollo de Grendene en el 2002. En esa época me asocié al estudio francés O2France, liderado entonces por el designer Thierry Kazazian, y durante dos años preparamos y trabajamos en una estrategia de acción focalizada en un cambio de actitudes (al final la práctica del diseño no es otra que la innovación en conceptos y posturas sin olvidarse de tres factores: negocio, sociedad y medio ambiente y estas cuestiones de comportamiento). Un cambio de referencias y quiebre de paradigmas que llevó tiempo y demanda ajustes periódicos, pero hoy, después de casi ocho años, nos llevan a afirmar que Grendene es una empresa consciente. Por otro lado, el estar ocupado en la producción industrial tiene que ver con que sólo ella puede provocar una democratización del diseño. Es triste entender que hoy sólo un pequeño porcentaje de la población accede a él. Ok, podemos diseñar una silla para ser expuesta en el MOMA y vendida en cinco mil dólares, pero cómo hacemos esa misma silla para que sea reconocida y comprada por las grandes masas a cincuenta dólares. Una cosa no elimina a la otra, pero es preciso que se dé una mayor atención al diseño para las clases C, D y E que mueven enormes negocios y, consecuentemente, generan enormes volúmenes de residuos pos-consumo. Además de eso, si no hay buen diseño tampoco hay preocupación por proyectar productos que tengan en cuenta los puntos de vista de la sustentabilidad. Es preciso que haya un cambio radical de posturas, principalmente por parte de los diseñadores, para que entiendan mejor esos mercados. Es preciso salir del tablero y estar en las calles interactuando con los potenciales clientes para entender mejor sus necesidades y deseos. Proyectar para los iguales es una tarea más simple que proyectar para los grandes grupos de consumo que poseen eventualmente referencias diferentes de las nuestras. Trabajar en diseño requiere de una formación y actuación multidisciplinar, donde es preciso ser un poco ingeniero, sociólogo, economista, administrador, recordando que también somos consumidores y tener siempre en mente la palabra innovación.

–Además sos miembro del IDDS: ¿en qué consiste la organización?

–IDDS fue creado por iniciativa del diseñador Fábio Souza, al que tuve la oportunidad de conocer en Estocolmo en un congreso sobre prácticas sustentables en el 2005. Su meta es diseminar estos conceptos a través de cursos –Análisis del ciclo de vida de los productos, design de desmaterialización, diseño sustentable de embalajes– principalmente para el medio industrial. Como en Brasil esta práctica es relativamente nueva (se habla hace mucho tiempo pero se hace poco) todavía hay mucha resistencia causada por el desconocimiento. Convengamos que el concepto mismo de diseño aún no es fácil de ser introducido en las empresas, y cuando hablamos de diseño sustentable la cosa se complica aún más. Piensan que hablamos de hacer beneficencia, de abolir el consumo, cuando es todo lo contrario. El diseño sustentable no está en contra del consumo, sino a favor de un consumo inteligente y consciente. Entiende al diseño como un negocio donde ganan todos. Así como otros profesionales, soy miembro del consejo científico del instituto y desde ahí tenemos pensado aumentar su visibilidad con escuelas e industrias. Los diseñadores son los que suelen propulsar las mudanzas en los comportamientos de consumo. El diseño es una herramienta altamente eficaz para eso, en tanto es preciso hacer algunos ajustes en la currícula de las carreras. Trabajo con diseñadores en mi día a día y percibo que el foco recae siempre más sobre la producción de resultados más elitistas, por lo que es preciso hacer un cambio. La mayor parte de las escuelas está muy lejos de la realidad industrial y de las necesidades de los mercados de consumo, pues no hay una política eficaz para hacer esa aproximación. Ni las facultades consideran esto como una necesidad prioritaria, ni las industrias perciben lo importante que es para ellas invertir en la formación de profesionales que a futuro podrán mudar el rumbo de sus negocios. Me relaciono con escuelas de Estados Unidos y Europa, donde esto es una práctica común. Empresas automovilísticas, de electrodomésticos, objetos, vestuario, que subsidian laboratorios y talleres para ejercitar la práctica proyectual. En eso estoy empeñado, aunque por aquí aún hay mucho por hacer.

–¿Próximos proyectos?

–Este año estaré enfocado en el proyecto “Diseño de R$1,99” sobre workshops para alumnos que quieran dedicarse al diseño para masas.

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