La vuelta del Mihanovich
Curioso refugio de artesanos y artistas de primera línea, La Cumbre nació como estación de verano para ferroviarios ingleses y se afirma como un circuito deco poco conocido y original.
› Por Sergio Kiernan
El Sofitel de Buenos Aires acaba de abrir sus puertas, después de un complejo trabajo de restauración y adaptación a nuevos usos de un edificio de alto valor patrimonial, la torre Mihanovich. El viejo edificio, tan maltratado y estropeado, fue totalmente alterado en su interior y perfectamente restaurado en su exterior. La ciudad se ganó un hotel y recuperó un hito espacial en la zona de Retiro.
El Mihanovich fue una obra original de los arquitectos Calvo Jacobs y Giménez, los mismos del golf club de Mar del Plata, el teatro Grand Splendid y la Casa del Teatro, y fue el primer edificio porteño con estructura de hormigón. Erigido como edificio de renta, también era vivienda de su propietario, el armador naval que se reservó la torre para poder ver la entrada y salida de sus vapores.
Eventualmente, la famosa torre pasó a propiedad de la familia Bencich y siguió por muchos años su destino de vivienda de alquiler. Visiblemente deteriorado, el edificio comenzó a ser reciclado en el 2000, después de un largo proceso de desalojos y relocaciones.
La obra estuvo a cargo de Daniel Fernández & Asociados, y fue en gran escala. Primero, el Instituto Argentino del Cemento Portland realizó un análisis de muestras para estudiar las patologías, sin encontrar nada especialmente grave. Luego comenzó el despeje de las plantas, el detallado trabajo de fachadas y la excavación de subsuelos de diez metros de profundidad para piscinas, gimnasio y estacionamiento, lo que implicó retirar 5 mil metros cúbicos de tosca.
Visto de cerca, el Mihanovich mostró varias sorpresas. Primero, se confirmó algo sospechado por muchos especialistas: es el primer edificio argentino con refuerzos para viento. Segundo, se pudo restaurar los peculiares cerramientos de acero naval de la torre, intactos pese a sus setenta años excepto por los torpes recortes para instalar acondicionadores de aire. Finalmente, se rehicieron las muy bonitas decoraciones de las fachadas de un modo artesanal, se reemplazaron faltantes y se lavó todo. El edificio hoy reluce con su color original.
Un problema espinoso, con fuerte impacto patrimonial, era cómo cambiar la circulación en planta baja. El Mihanovich se compone en realidad de tres edificios: la torre en sí, con 20 pisos de altura, y dos estructuras independientes de 7. Entre los tres volúmenes corría una calle interna en T, cerrada por una coqueta reja francesa y al aire libre.
La calle es hoy el impactante lobby del Sofitel, con un pavimento en damero blanco y negro en boticcino y mármol negro San Gabriel, y una cubierta de metal y vidrio. Los proyectistas necesitaban unificar los tres edificios, pero resistieron la tentación de crear un solo predio en U. La unión es discretísima y retirada, y tiene fachada metálica que la separa de las de piedra París. La reja está ahora en la línea municipal, espléndidamente restaurada.
En el centro del atrio, cuelga una espléndida araña de hierro y bronce, de 600 kilos y con 48 pantallas, de cuatro metros de diámetro, que vale la pena ir a ver. Y atrás de ella está la severa y elegante fachada original con sus entradas pedimentadas y sus columnas, sin alteraciones.
En la planta baja de los edificios laterales y en el atrio se instalan la recepción, dos bares y un restaurante. La planta baja de la torre es ahora un estar interno, área de servicios y accesos a los ascensores. Todo el interior es de un modernismo total, pero decorado por el veterano Pierre-Yves Rochon en armonía con el estilo tradicional del edificio. El hotel tiene un total de 144 habitaciones, cuatro salones de reuniones y eventos, y un business center.
¿Resultados? Por afuera, el Mihanovich reaparece intacto, como recién construido y, excepto por un esperable y discreto cartel de Sofitel en la entrada, no tiene alteraciones visibles. Esto es, se recupera para el espacio público un icono patrimonial. Más aún, es posible otra vez entrara esa calle peatonal tan fascinante, esta vez bajo techo transparente y a riesgo de tentarse por los cafés.