El sábado estuvieron saqueando piezas de la Unione Operai Italiani, el espectacular edificio en ruinas de la calle Sarmiento que está catalogado y tapiado. Todos niegan que lo vayan a demoler y la Defensoría interviene.
› Por Sergio Kiernan
En la calle Sarmiento, entre Talcahuano y Uruguay, la zona del centro que alguna vez fue hasta elegante, se alza una de las mejores ruinas de este país. La Unione Operai Italiani es el producto más alto de la inmigración italiana en Argentina, es un edificio literalmente único y, casi como metáfora del país, está abandonado, cachuzo y en riesgo de caerse. Y, como se descubrió el sábado pasado por casualidad, está siendo saqueado de a poco en un contrabando hormiga de sus antigüedades constructivas.
El edificio de Unione Operai es en realidad tres edificios. Primero vino la escuela de señoritas –la primera italiana del país– de 1885, construida en el más puro estilo público italiano. Inmediatamente se construyó el espectacular salón de actos y cultura, en un estilo ecléctico de gran lujo y belleza, con cielorrasos de doble altura, galería superior y un despliegue notable de ornamento. Pasados unos años, los italianos pudieron comprar el terreno sobre Sarmiento y llamaron a uno de sus paisanos más notables, el maestro del Art Nouveau Virginio Colombo, que construyó el volumen que hoy es fachada principal. Es un edificio de cuatro pisos y retiro, poblado de piezas artísticas ornamentales, una llamarada de arquerías, balcones, columnas y esculturas. El conjunto es tan notable que el especialista en patrimonio Fabio Grementieri lo llamó “el edificio más importante jamás construido por los italianos en Argentina”.
La Unione Operai corrió la suerte de casi todas las grandes instituciones inmigrantes del país, disueltas en el fuerte caldo de ser argentinos. La sede pertenece hoy a Unione e Benevolenza, que sigue siendo un bastión de la italianidad local pero no parece tener idea de qué hacer con el deteriorado tesoro. El edificio lleva años cerrado y sufrió desastres como un incendio, a lo que le siguió que la Guardia de Auxilio de la ciudad –-siempre bajo el patrocinio de Atila el Huno, santo patrono de la entidad–- demoliera un sector sin mayor valor y de paso boqueteara el techo del salón, como para que se arruine más rápido. En los últimos años, el aspecto de la Unione es tan lamentable que resulta un convite a los ocupas, con lo que las aberturas de la planta baja fueron tapiadas a ladrillo y cemento. Todas menos una, y aquí empieza la historia.
El sábado pasado a la tarde, un vecino paseaba por Buenos Aires sacando fotos de sus edificios. El vecino se encontró frente a la Unione Operai y vio estacionado en la puerta un coqueto, nuevo y bastante caro camión japonés, de buena marca. Por la entrada del edificio aparecieron un par de obreros sacando una puerta, ornamentada y hermosa, original de época. Al rato volvieron con herrerías y más tarde se demoraron cargando pinoteas. Curioso, el vecino entró también y se encontró a un señor bien vestido que dirigía a los tres obreros con un handy. Este señor dijo que se dedicaba a las demoliciones, en el sentido del desarme de edificios históricos para vender sus partes como antigüedades. Y afirmó que el lugar estaba en ruinas y que la ciudad sólo exigía que se mantuviera la fachada (lo que es completamente falso).
El vecino tanto insistió en que eso no era cierto que terminó echado de mala manera. Desde la vereda, comenzó a llamar y alertar a preservacionistas de varios grupos, incluyendo al equipo de la Defensoría del Pueblo encargado por su titular, Alicia Pierini, de defender el Patrimonio. Laura Weber, que asesora al defensor adjunto Gerardo Gómez Coronado, llegó rápidamente al lugar y no encontró señales de vida. O los traficantes de antigüedades habían llenado el camioncito o se habían preocupado por el visitante inesperado.
El domingo, otro interesado pasó por el lugar y se encontró con el portero del edificio. Curioso, le preguntó si estaban demoliendo o en obras. El hombre negó ambas posibilidades y hasta negó que el día anterior hubiera habido ningún retiro de piezas y materiales originales. El lunes, el defensor Gómez Coronado se contactó con Unione e Benevolenza y preguntó lo mismo. Desde el directorio de la sociedad le respondieron que las únicas obras habían sido el tapiado de entradas para evitar ocupaciones y una programada reparación de una cañería, todavía no realizada, por pedido de vecinos con filtraciones. Nadie sabía nada de un retiro de puertas y materiales originales.
Con lo que las opciones se afinan: o alguien a cargo del edificio tiene un negocito particular vendiendo la Unione Operai por partes, o Unione e Benevolenza no quiere admitir lo que está pasando.
Esta semana, el defensor adjunto va a visitar el edificio en la calle Sarmiento para ver con ojos propios su estado y sus faltantes. Lo espera una ruina gloriosa que, para que quede en claro, fue catalogada el 17 de julio de 2008 con el nivel Estructural. Con lo que no se puede demoler, ni desarmar de a pedazos, ni remodelar. El señor del camión japonés quebró la ley, posiblemente por partida doble –la de patrimonio y la más vieja de la propiedad ajena– al llevarse esas piezas de la Unione Operai.
La tristeza de ver uno de los mejores edificios del país en ruinas es suficiente como para además pensar que lo están vandalizando para hacer un dinero.
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