› Por Matías Gigli
En el Centro Cultural Recoleta se exhibe la muestra Viktor Sulcic, arquitecto. Como ya se mostró en este suplemento hace dos semanas, se trata de un arquitecto con formación académica que estudió en su Europa natal. Se destaca el manejo de principios eclécticos en proyectos como el Banco Hipotecario, que ilustró la tapa, o el Cementerio de Luján. Con un dibujo exquisito, entendía una arquitectura elaborada a la que le faltaba poco para dejar de existir. Un ejemplo claro es el dibujo que ilustra la tapa del catálogo de la muestra, donde Sulcic propone revestir la tribuna de Boca a modo de un gran vaso clásico. Manejaba los órdenes y entendía a las estructuras como un esqueleto a decorar.
Sulcic era brillante, simplemente representó el desfasaje de dos disciplinas: la ingeniería preocupada por el uso racional de materiales, las grandes luces y la reducción de los tiempos; la arquitectura preocupada en encontrar un lugar en su tiempo, contando con profesionales de vanguardia, y otros que, sin despreciar su capacidad, siguieron hasta el final de sus vidas reproduciendo un mundo ya agotado.
La muestra es poco clara en cuanto al alcance de Sulcic en el trío profesional de Delpini-Sulcic-Bes y deja a la figura del ingeniero José Luis Delpini, verdadero mentor y columa vertebral del estudio, a la sombra, apenas nombrado en letra chica. Se entiende el entusiasmo de la embajada de Eslovenia en mostrar la trayectoria de un inmigrante de esa nacionalidad, pero no es necesario ignorar el aporte fundamental de la obra de ese estudio, que fue el alarde estructural, distinto en cada obra, aporte único de Delpini. De la obra construida que se exhibe en la muestra se destacan la cancha de Boca Juniors y el Mercado de Abasto, y acá es donde la muestra falla. Se ignora que el punto central de estos dos importantes ejemplos pasa por sus aspectos estructurales, campo indiscutido de Delpini.
El Mercado de Abasto es una de las más elegantes y gigantescas estructuras con formas en arcos prefabricados de 26 metros y de luz libre a 36 de altura, con la cubierta formada por casetones de glassbeton (vidrio armado transparente), primera aplicación en el mundo de 14.000 metros cuadrados de ese material en una cubierta. La cancha de Boca fue ganada por concurso y Delpini logró proyectar una tercera bandeja de tribuna, proyectada sobre la línea de vereda y ampliando la capacidad de público. Delpini luchó con la forma bajando el volumen de hormigón y el acero, utilizando láminas de hormigón de pequeño espesor. Luego luchó contra los encofrados y se dedicó a prefabricar elementos estructurales con forma, como grandes arcos de hormigón y medias láminas cilíndricas de 2.5 cm de espesor. Finalmente, su máxima genialidad consistió en los preformados, donde logró espesores increíblemente pequeños como recubrimiento de delgadas armaduras siguiendo las isoestáticas de tracción. Así Delpini logró libertad definitiva en el diseño estructural.
El ingeniero Juan María Cardoni, discípulo de Delpini y albacea de su obra, lo destaca como maestro del diseño estructural en nuestro país y lo recuerda como un hombre de grandeza de alma que lo llevaba a repartir fama, honores y dinero hasta con el último de sus colaboradores.
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