Los vecinos de Salvar a Floresta festejaron su APH dando las gracias, mientras un viejo amigo de Buenos Aires volvió de visita
› Por Sergio Kiernan
Quienes defienden el patrimonio están acostumbrados a que buen trato viene a ser una oferta de coima para que no molesten más, paso previo al prepeo, agresión o amenaza. Estas son cosas que pasan cuando se molesta al negocio y se intenta que alguien haga eso tan desagradable, cumplir la ley. Por eso resultó especial el evento que organizaron el miércoles en la Legislatura porteña los vecinos de Salvar a Floresta. Gente de buen corazón, se juntaron con invitados para dar las gracias a quienes los apoyaron.
Floresta fue el arranque del Oeste porteño, el pedazo de ciudad que nació pasando el pueblo viejo de Flores cuando Buenos Aires se capitalizó y comenzó a urbanizarse. Quien vea un mapa de la flamante Capital Federal hacia 1882 verá la ciudad vieja, que apenas pasaba de Callao, Flores y Belgrano, el otro pueblo del área. El resto era campo abierto, chacras verduleras para proveer los mercados, tambos y algún caserío en un cruce de esas huellas anchas que hoy son avenidas.
La ventaja de estos barrios creados por los ferrocarriles y el tranvía, loteados a principios del siglo XX a un peso la vara de frente, es que fueron bien diseñados: veredas anchas, calles amplias, avenidas regulares, forestación abundante, buena infraestructura y hasta luz eléctrica de arranque. A este Buenos Aires de Floresta, Santa Rita, Villa del Parque, Villa Devoto y demás paradas al Oeste sólo le faltan plazas: nadie se imaginó que terminarían siendo los únicos lugares no pavimentados.
Floresta es hoy un barrio en crisis porque lo están cambiando de un modo violatorio. Es una zona residencial de cielo abierto, tranquila que sufre la invasión de torres especulativas pero además es maldecida por un virus golondrina: se llenó de “outlets” de la peor calaña. Este tipo de comercio es especialmente gritón y vandálico porque tiene fecha de vencimiento. Es que un outlet es en realidad un negocio de descuento o uno de segunda selección, en el que se venden saldos o se apuesta a una rebaja para mover la mercadería. Al ser una “zona” atraen gran volumen y hasta tours de compras que llegan en micros de los lugares más inesperados.
Pero registrar como “zona” es algo pasajero, provisional, con lo que el tono de estos lugares es histérico: los negocios “gritan” visualmente para ser vistos y competir con los de al lado. Para el barrio que recibe esta visita, el daño es notable porque las calles quedan sucias, cribadas de carteles, berretizadas y abarrotadas. Toda serenidad desaparece.
Este ataque despertó una reacción y los vecinos formaron su ONG, que logró que 19 manzanas fueran consideradas un Area de Protección Histórica, de acuerdo con una propuesta muy impresionante por su detalle y cordura. El miércoles, los vecinos dieron las gracias a quienes apoyaron la movida. Empezaron entregando sus diplomas a los dos diputados que presentaron sendos proyectos luego unificados, Silvina Pedreira, que preside la Comisión de Planeamiento Urbano, y Sergio Abrevaya, vicepresidente tercero de la Legislatura. En un toque muy cálido, también se los entregaron a asesores como Bárbara Rossen y Adriana Nápoli. Luego le tocó el turno al defensor adjunto del pueblo porteño, Gerardo Gómez Coronado, y a sus asesoras, Pamela Leiva y Laura Weber, que de hecho redactó el proyecto. También lo recibieron Mónica Capano, que hizo fuerza desde su Comisión de Preservación del Patrimonio Histórico de la Ciudad, y representantes de la Sociedad de Fomento de Palermo Viejo y de Caballito, que se solidarizaron y ayudaron a mover el tema. Los vecinos de Floresta Antonio Pujía, Julio Mendiguren, Rubén López, Alberto Sánchez, Miguel Middomo y Ricardo Vitiritti fueron mencionados, así como medios que difundieron el asunto, como Floresta y su mundo, All Boys Locura, Frecuencia Mataderos, La Razón y este suplemento.
El año pasado se recomendó en esta página un libro norteamericano sobre las ciudades, The Death of the Cities, del profesor Max Page, que en ese entonces estaba pasando una temporada de estudio en Buenos Aires con su familia. Page enseña Historia y Arquitectura –no historia de la arquitectura– en la Universidad de Massachusetts, en Amherst, un encantador pueblo universitario cerca de Boston. En nuestra ciudad estudiaba el duro y difícil tema de la preservación de la memoria del dolor, en particular de los lugares donde se torturó y se asesinó durante la dictadura.
Page volvió a Buenos Aires esta semana, con su familia y con un nutrido grupo de estudiantes de Amherst, en un viaje de estudio dedicado en parte a la memoria, en parte a la arquitectura y en parte al sindicalismo argentino, una mezcla que refleja el flexible eclecticismo de su cátedra. Y que también explica que sus recorridos mezclen la ESMA con la CGT, edificios patrimoniales con la ronda de las Madres, clases de castellano con una visita a una fábrica.
La revista especializada en reciclaje y restauración que edita Eduardo Leguizamón acaba de aparecer con una serie de notas sobre, como siempre, trabajos concretos sobre edificios patrimoniales. Este medio difunde técnicas y maneras de trabajar que van de la demandante complejidad del cielorraso de la capilla doméstica de los jesuitas cordobeses –patrimonio de la Unesco– y la vasta intervención en la también jesuítica San Ignacio de Loyola –la iglesia porteña más antigua– hasta los más normales trabajos que permitieron reinaugurar un magnífico petit hotel en la calle Paraguay como sede de la empresa Insud.
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