Los diseños de Andy Olcese –Dar del Sur, objetos naturales– dan cuenta de la materialidad del lugar y revelan el alma que pueden tener los objetos.
› Por Luján Cambariere
Cuando a la distancia, vía mail, en los infernales días de diciembre se le pregunta a la diseñadora, docente, artesana y artista Andy Olcese por sus comienzos, ella se remite a su adolescencia. O en realidad a cuando decidió estudiar derecho en la UBA porque quería “mejorar el mundo”, aunque enseguida cambió de carrera por diseño gráfico. Dicen los que saben que no importa la profesión, cuando uno sabe de su don. Esa es la guía del hacer en cualquier vocación.
“Llegó un punto en el que las preguntas del Ser me llevaron a la naturaleza. Hice un taller de cestería botánica y comencé a repartir mi tiempo entre el diseño gráfico y los objetos. Estos nacieron bajo el nombre de Objetos con-sientes, con la descripción de objetos simbólicos y ecológicos para llegar suavemente hacia ti mismo (había leído que el amor es ‘conducirte suavemente hacia ti mismo’). Recorría las plazas de la ciudad, después de las tormentas, para recolectar lo que se había caído y en ese entonces Manliba no tardaría en llevarse. Fue una época llena de anécdotas muy divertidas. Objetos realizados con palmeras, palo borracho, tipas. Amigos y conocidos me estimulaban haciendo encargos”, cuenta.
Hasta que hace diez años, en búsqueda de una mejor calidad de vida, se mudó a la Patagonia. Ahora, su vida es en el Lago Puelo, Chubut, cerquita de El Bolsón y a 180 kilómetros de Bariloche.
Ahí, como era de esperar, empezó a experimentar con todo lo que aparecía en el suelo: en los jardines, las orillas de lagos y ríos, y en las montañas. Piedras bocha, tejuelas de ciprés, maderas erosionadas por el agua, fruto de avellano nativo, alerce plateado por la erosión, cáscara de nuez, brácteas y madera de pino, entre otros. “He usado materiales que nadie imaginaba, como las fibras de los bellísimos ‘chochos’. La consigna seguía siendo la misma: no cortar nada que estuviera vivo, no dañar, no usar ningún elemento tóxico a lo largo de todo el proceso (ni lacas, ni barnices, ni pegamentos, sólo agua)”, detalla.
Allí abajo, los objetos cambiaron de nombre: Dar del Sur, objetos naturales. La frase, cuenta, pertenece a Mario Saltz (“Tocar es ser, al mismo tiempo, tocado por aquello que se toca”) y fue la que guió la producción de cada uno.
En plus, Olcese da clases en la Universidad Nacional de Río Negro y trabaja en apoyo de la artesanía ligada al diseño, en la implementación de diversas iniciativas. “Llegué como diseñadora y me convertí en artesana. O es que, si el diseñador ha de ser la enorme oreja de Ronald Shakespear (citando a quien fuera su docente y artífice de este encuentro), yo sólo ‘escucho’ la necesidad de la gente y el lugar y ‘veo’ en el desarrollo de una artesanía local responsable un posible camino de crecimiento sustentable”. Sobre eso quisimos que ahondara.
–Sí. Durante diez años di clases en la UBA, en la carrera de Diseño Gráfico y, desde su creación hace tres años, en la Universidad Nacional de Río Negro, en la Licenciatura en Diseño Artístico Audiovisual, en las asignaturas lenguaje visual y diseño gráfico. Amo la docencia. El proceso serio de enseñanza-aprendizaje da profundidad a una disciplina y a quienes lo comparten, permite trascenderla integrando en él los aspectos humanos que realmente importan. El ser además del saber, para que, entonces, el saber se transforme en una herramienta de verdadero conocimiento. Es “el beso de la muerte” del que habla Gregory Bateson. Lo que produjeron en mí: Liliana Forbes, Ronald Shakespear y Marta Zatonyi cuando fueron mis docentes. Sus enseñanzas no eran huecas, con los años, comprobé que sus vidas eran espejos de sus comprometidas palabras. Liliana sembró el mecanismo de la autoindagación, la permanente pregunta por el “¿qué pasa si?” que me da la libertad de operar, como con layers, sobre cada capa de mi vida, desde lo visual en adelante. Ronald encendió la hoguera de la pasión que lleva al entusiasmo, la valentía y a mantener los brazos en alto durante las pulseadas de la vida. Marta me señaló el camino de la conciencia para lograr que cada día valga la pena. ¿Debería denunciarlos por complicarme la vida? Ja, ja, ja. No, ¡les guardo una gratitud infinita!
–No sé. Lo que le preocupa inconmensurablemente a esta diseñadora es ver cómo seguimos usando las palabras para dividir, encasillar y limitarnos; cuando, en realidad, los conceptos y definiciones deberían servirnos de trampolines seguros desde donde lanzarnos al misterio infinito que somos. Hablamos de interdisciplina, globalización e hipertexto pero nos aferramos a ciertas definiciones con un terror contradictorio. Gui Bonsiepe denuncia “la obsolescencia de las taxonomías tradicionales para organizar las áreas del conocimiento humano” como un impedimento para el crecimiento del diseño. Mis experiencias en el campo diseño-arte-artesanía me llevaron a la conclusión de que las discusiones teóricas son el primer y principal obstáculo para avanzar en las soluciones de las necesidades reales de la gente real, impidiendo mejorar la cualidad de vida de comunidades enteras. Si nos atenemos a definiciones estrictas mi trabajo en el taller no existe, se desmaterializa entre las palabras: diseño gráfico, industrial, arte, artesanía... He comprobado varias veces, queriendo participar de alguna exposición o concurso, que mi producción objetual es impresentablemente innombrable. Volviendo a la pregunta, me pregunto: ¿Me transformé en artesana? ¿Me había transformado en diseñadora alguna vez? Mmmm... no creo haber sufrido transformaciones en ese sentido, siento que he buscado diferentes herramientas para transitar mi camino y, que en todo caso, es el caminarlo lo que me ha ido transformando.
–Vivir acá es literalmente como alejarte 1800 km de tu vida y tu profesión. Tomar una distancia tal te permite reflexionar sobre lo que quedó allá, tan lejos, que ni se ve. Entonces, como no ves mucho, recurrís a la memoria y sólo aparecen las cosas importantes. Al mismo tiempo hay un efecto inverso para las cosas que no son importantes, esa misma distancia hace un efecto de lupa: la frivolidad (o “el poder y la gloria”) se ve inmensa, la locura desborda la lente y ahí comenzás a recorrer otros 1800 km, pero esta vez, hacia adentro. No estás solo, la naturaleza te mira todo el tiempo, te observa mientras despliega abrumadoramente su sabiduría. No te quedan muchas opciones: o te volvés rápido o tratás de comprender todo el proceso. Otro aspecto importantísimo: las personas. Acá diseñás siempre para amigos, conocidos y personas que vas a cruzarte por la calle al día siguiente, tan reales, cotidianas y concretas que sus problemas de vida coinciden con sus problemas de diseño. Jorge Frascara, otro maravilloso teórico del diseño, tituló uno de sus libros Diseño Gráfico para la gente, el “para” es el punto de partida del diseño y “la gente” significa todo lo que tiene que ver con ella (desde la horticultura orgánica hasta la nanotecnología) y, por supuesto, también implica el medio ambiente, donde esta gente despliega su potencial humano.
–El diseño gráfico sigue las rutas tradicionales. Los objetos tuvieron un período de cuatro años de comercialización en la Feria Regional de El Bolsón y algunos negocios de artesanías, sumados a los encargos especiales, lo que me llevó al borde del agotamiento. Dejé la feria y desde entonces comencé a venderlos en mi casa a través del boca en boca y en un negocio de decoración local. Aunque mi producción suele ser muy limitada, en ambos períodos los han comprado personas de diversas nacionalidades. Así como no encuentro una definición aceptada para ellos, tampoco sé muy bien por qué nacen. En mi taller, el lenguaje visual es quien actúa como un decodificador entre universos aparentemente dispares y distantes, permitiéndome conectarlos y recrearlos. Las dicotomías pixeles o fibras, cultura o naturaleza pasan a tener distancias tan cortas como el observador y lo observado. Sé que en ellos se encuentran, dialogan y discuten mi formación profesional, mi amor por la naturaleza, mis valores y creencias. Sé que los crea la intención del dar, de que sean una contribución positiva a la vida en todos los seres. La mayor riqueza que me han dado han sido profundas experiencias sobre la naturaleza humana. Exhibiéndolos, muchísimas veces, quienes los compran o simplemente los miran, tocan o huelen, han compartido sus bellas historias de vida. He visto sabias miradas llenarse de lágrimas, me han regalado amistades del alma y montones de enseñanzas. Un ejemplo: estaba produciendo “porta sahumerios” como corresponde, pero me parecían tan hermosos antes de hacerles el agujerito para el sahumerio, que entré en una acalorada auto-discusión acerca de por qué necesitamos que tooodo sirva para algo, ¿Cuántas cosas y situaciones aparentemente inútiles se nos revelan valiosas cuando finalmente las comprendemos? No les hice el agujerito a tres de ellos. Al día siguiente yo no podía ir a la feria y una compañera iba a llevar mi mercadería. Le di el listado de objetos con sus precios “y estos (los tres portasahumerios sin agujerito) valen tanto”, le dije. “¿Y qué son?”, me preguntó inocentemente. Concluí mi perorata con que podía llamarlos “cuadros de mesa” (¡lo mejor que se me ocurrió!) y se fue. Esperé ansiosa su regreso para escuchar que no se había animado a exhibirlos porque qué le iba a decir a la gente, con qué cara, etc. Dos días después fui con ellos y los puse sobre la mesa (a esta altura ya habían comenzado a corroerme la inseguridad). Se acercó un turista extranjero y me preguntó qué eran “esos” como disculpándome, le conté las torturantes disquisiciones finalizando con un “¡así que son cuadros de mesa!”. Sonrió. Se llevó los tres. ¡Y yo ni te cuento cuánto me sigue enseñando esta experiencia! Desde hace tres años produzco aún menos, me he dedicado más a la docencia y a la investigación para lograr instalar en la Comarca (nos llamamos así los seis pueblos más cercanos) una revitalización consciente del sector artesanal. Lo siento necesario, lo veo urgente, lo creo posible.
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