Chamamé, comparsas, la Virgen de Itatí, el Gauchito Gil, el manejo de la lana y el cuero, acervos correntinos a la hora de crear.
› Por Luján Cambariere
En tiempos de Carnaval y a días de haberse celebrado la Fiesta Nacional del Chamamé, se puede hablar del diseño correntino, algo floreciente pese a las dificultades. Hay falta de oferta académica y de recursos económicos en la región que cuenta con la riqueza de una mano de obra que atesora técnicas artesanales ya idas en otros lugares –fundamentalmente el manejo de la lana de oveja, el cuero y el bordado– y un frondoso acervo inmaterial que pasa por sus celebraciones, su gente (parece que el gaucho más coqueto del país es correntino) y sus creencias –desde la Virgen de Itatí al Gauchito Gil–.
“En proceso de germinación”, lo describe quizás quien hoy más lo conozca, por actuar como una de sus promotoras desde la Subsecretaría de Cultura y el Instituto de Cultura Provincial de la ciudad de Corrientes, la artista plástica y gestora cultural Hada Irastorza. “Como en muchas provincias argentinas, y aunque el punto de referencia sigue siendo Buenos Aires, poco a poco los diseñadores correntinos comienzan a indagar en sus propias raíces y la de su cultura; la búsqueda de materiales o técnicas características de la región que aportan identidad y además, en algunos casos, bajan los costos de producción. Por eso, desde hace un tiempo, nos dedicamos al desarrollo de distintas actividades que incluyan el diseño en la agenda cultural –capacitaciones, charlas, debates, muestras y una semana de promoción intensiva de la disciplina (Corrientes Semana del Diseño y la Moda)– como una herramienta de desarrollo económico, creadora de lenguajes propios y que permita la permanencia de jóvenes creativos en su provincia, además de la supervivencia de usos y costumbres adaptados a las necesidades contemporáneas”, aclara.
Así, el repaso de Irastorza comienza por la indumentaria con características comunes que se repiten y, sobre todo, mucha historia que contar: “En general todos los diseñadores trabajan a baja escala y con materiales básicos intervenidos artesanalmente”. A saber, “Lucía Beláustegui, de una gran riqueza conceptual. Para el bicentenario realizó una minicolección inspirada en vestidos de una feminidad evocadora de otra época que se iban desarmando a medida que el desfile transcurría. Y en el 2011 presentó la minicolección Enramada inspirada en las bailantas de chamamé de día y con los árboles proyectando sus ramas como techo. Esta colección de accesorios y objetos –desde bolsos a portalaptops– incluye lana de oveja del sur de la provincia y suela cruda calada”.
“Por su parte, Silvina Ramírez teje incansablemente prendas exclusivas y osadas a crochet, generalmente con hilos delgadísimos que calcan la silueta o con lana ciento por ciento natural de la Cooperativa Coprolan, también de la provincia. Desde el año pasado incluye en sus prendas la técnica del miñardi, traída a estos pagos por los jesuitas. Con estas cenefas creadas con horquilla y ganchillo, Silvina realiza delicados enredos para sus vestidos o simpáticos calados para los abrigos, que no necesitan ser tan cerrados por nuestro clima. Mientras que Pimpi Smith diseña y realiza carteras totalmente artesanales, bordadas y recamadas a mano con mostacillas, lentejuelas, plumas y cristales, materiales y técnicas muy utilizados en la región en los trajes de Carnaval.”
Pero Irastorza, que estudió Bellas Artes y ganó, entre otras, la beca Antorchas, la del Fondo Nacional de las Artes y una más reciente, la Grupal FNA, también ostenta ricas búsquedas personales que dan cuenta de su lugar como el proyecto Hilando historias. Entre cobijas y jergas de las mujeres correntinas, un relevamiento sobre tradiciones textiles en lana de oveja. Más recientemente otra sobre el uso de bordados artesanales en manteles de altares, banderas y ropa gauchesca.
“El tejido en Corrientes, como en el resto del país, guarda un origen mestizo, con elementos indígenas y europeos aportados primordialmente por la influencia de la Compañía de Jesús, que introdujo el uso del telar de pedales. En nuestra provincia, el telar criollo (mezcla del vertical de los pueblos originarios y del de pedales) está bastante difundido en el sur de la provincia, mientras que en el norte, en las casas de los parajes rurales, es bastante frecuente ver telares verticales, de urdimbre continua y cuyo peine son los dedos de la tejedora. Con éste generalmente confeccionan jergas (peleros para el lomo del caballo) o mantas.”
“En 2006 comencé a recorrer la zona rural de Mburucuyá, San Miguel y Concepción buscando tejedoras que siguieran preparando sus propios hilados a partir de lana de oveja, en muchos casos esquilada por ellas mismas. Lo que en principio fue sólo un interés personal se convirtió en una investigación que derivó en una muestra de mantas y jergas realizadas por estas mujeres en el Museo Provincial de Artesanías, incorporadas a su patrimonio. La belleza de estos tejidos radica en su simpleza y monocromía, en algunos casos con una estética casi brutalista que se contrapone a la belleza compleja y laboriosa de los tejidos andinos. Estas tejedoras en muchos casos viven en zonas aisladas, fabrican sus propias herramientas y tienen dificultades para vender a un valor justo lo que hacen.”
“Y como pavo real, va erguido, pomposo y lento, con el porte cortesano, de un antiguo caballero...”, dicen unos versos del padre Julián Zini para describir al chamamecero y al hombre correntino. Hombre que se caracteriza por una elegancia inusual y distinta. Un hombre que, a diferencia del citadino, se llena de colores, ornamentos y simbolismos. Así por ejemplo un pañuelo rojo o uno azul se usan para expresar opinión y sentido de pertenencia a un partido político provincial. “Estos colores también dividen las aguas en un sentido religioso, ya que el celeste se relaciona con la devoción mariana de Itatí y el rojo es el elegido por los devotos del gaucho Gil”, cuenta ahora en referencia a su estudio de los bordados. “Flores, nido de abeja, iniciales y santos se trepan en las piernas de estos hombres o cuidan su espalda. Se convierten en amuletos hechos con amor por alguna mujer enamorada, madre o hermana orgullosa. Un plumaje colorido que acompaña el zapateo y denota orgullo. Estas prendas con influencias tarragoseras son reservadas como pilchas domingueras o para fiestas patronales, bailantas y galas especiales. Hoy esta tradición sigue viva, aunque va adquiriendo otros matices, perdiéndose técnicas y apareciendo otras, así, muchas veces el bordado a mano es suplido por la máquina y otras veces por la pintura para tela, y hay también quienes se animan a lucir recamados en lentejuelas y piedras.”
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