Buenos Aires es misteriosa nomás, sobre todo por la negativa de su gobierno a hacer cumplir las leyes.
Esta ciudad vive en un es-tado de desorden realmen-te notable: pocas zonas urbanas de este porte deben tener un “vale todo” comparable al de Buenos Aires, con excepción de Lagos, donde a la nigeriana no hay orden alguno. En la ciudad porteña literalmente se puede hacer cualquier cosa sin mayor problema, con casi nulas posibilidades de clausura y pequeñas dificultades formales a la hora de habilitar obras hechas de cualquier manera. El peso de la burocracia le cae al que quiere tener los papeles en orden, el que corta costos y hace trampa no tendrá problemas mayores mientras no se muera nadie.
Un ejemplo reciente es una obra en la calle Moliere 2534, denunciada por un vecino como irregular ante la Defensoría del Pueblo porteña. El vecino de Villa Real se comunicó con el defensor adjunto Gerardo Gómez Coronado en octubre pasado y le explicó que la obra no tenía cartel, y que amenazaba irse a alturas irregulares para el barrio. Gómez Coronado envió el 8 de noviembre dos oficios para averiguar qué andaba pasando. Uno fue a la Dirección General de Registro de Obras y Catastro, DGROC, preguntando si había un aviso o permiso de obra para Moliere 2534. El otro fue a la Dirección General de Fiscalización y Control de Obras, DGFyCO, pidiendo una inspección para ver si se había quebrado la ley.
Para que el caso de la calle Moliere se transforme en el famoso botón de muestra, basta saber que la DGROC se tomó hasta el 26 de enero de este año para contestar, exacto ochenta días. Los del registro afirmaban tersamente que no, que “no se registran expedientes de Obra de reciente data para la finca en cuestión”. Esto es, que los trabajos denunciados son nomás clandestinos, sin papeles. ¿Causó esto alguna bronca en el Ejecutivo porteño? ¿Se sintió alguien burlado? Parece que no, porque la DGFyCO jamás contestó siquiera el pedido de Gómez Coronado.
Por eso, este mes el defensor adjunto le volvió a pedir al arquitecto Mario Boscoboinik, el director general que no le contestó, que haga nomás una inspección en la calle Moliere. Por si no le habían informado, Gómez Coronado le avisa de lo que descubrieron sus colegas y vecinos de edificio.
Mientras espera la respuesta, el defensor adjunto está tratando de develar un misterio todavía más profundo, el del destino del Museo del Cine Pablo C. Ducrós Hicken, que vive la vida del refugiado en un edificio de Barracas. Gómez Coronado inició de oficio esta actuación, intrigado por la curiosa obra de lo que supo ser el Polo Cultural de San Juan y Defensa.
El Ducrós Hicken tiene una curiosa historia de gitanismo. Fue fundado en 1971 luego de que la viuda del historiador y crítico cuyo nombre ostenta le donara a la Ciudad la vasta colección de su marido. Era un tesoro notable de proyectores, libros, fotos, afiches y películas, un gesto de generosidad destacable por el valor monetario de tanta máquina antigua. El museo abrió en 1972 en el Centro Cultural San Martín con un mandato de coleccionar, rescatar y difundir nuestro cine. Como si no supieran qué hacer con él, al tiempo lo mudaron al viejo Di Tella y más tarde al Recoleta. En 1998 lo mudaron a Defensa 1220, un triste edificio en la esquina de San Juan que iba a ser su hogar definitivo.
Este predio, vieja sede administrativa de una empresa, era totalmente inapto para un museo pero al menos no goteaba. Para mejor, estaba al lado del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y al borde del polo turístico de San Telmo. Ya en la gestión de Aníbal Ibarra surgió la idea de remodelar el edificio en simultáneo con el del MAMBA, que sería ampliado. Era un proyecto muy cuestionable desde lo patrimonial, con serio impacto en la fachada de la vieja fábrica que aloja al museo de arte. Pero también era un tentador milagro para el de cine, ya que incluía hasta un laboratorio de restauración y digitalización para subir nuestro acervo a Internet, además de salas como para tener una cinemateca.
En el marco de este proyecto, el museo fue mudado en 2005 a un edificio en José Salmún Feijoo 55, pleno Barracas. Allí quedó el museo todos estos años, esperando que algún día se terminara la obra para volver a su sede, remodelada como muestra la foto.
de la Defensoría porteña se acercó a la esquina en cuestión y só-lo encontró un cartel que decía que lo que hay allí es la “Ampliación y Modernización de Sedes del Museo de Arte Moderno” según la licitación 157/99. ¿Y el Ducrós Hicken? Para averiguarlo, este jueves Gómez Coronado le mandó una carta al Director General de Obras de Arquitectura Ricardo Bouche para que le devele el misterio del museo perdido. El defensor le da opciones a Bouche: si el Ducrós Hiken está incluido, ¿cómo será su edificio? Y si no lo está, ¿dónde será su nueva sede?
Para que no se piense que todos los misterios son tan graves, la Defensoría también está investigando uno casi cómico. El titular del departamento de Monumentos y Obras de Arte, Jorge Zakkour, recibió el encargo de averiguar qué pasó con los sapos de bronce de la fuente de Perú y Diagonal Sur, al pie de la misma Legislatura. Los memoriosos recuerdan que, cuando funcionaba, la fuente tenía el tradicional motivo de los sapos con chorros de agua. Ultimamente, faltan dos sapos y lo que tiene que contestar el señor Zakkour es si él los tiene para repararlos o si se los robaron.
Es que el actual gobierno porteño ni siquiera avisa cuando retira una pieza para restaurarla. Quienes frecuentan el Parque Tres de Febrero recuerdan que un día no estaba más la escultura de Caperucita Roja. Los vecinos se preocuparon, pensando que la habían robado o vandalizado, pero estaba en restauración y limpieza. El gobierno no avisó ni para calmar a los vecinos, ni siquiera para quedarse con el crédito de hacer algo.
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