Vie 06.06.2003
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Como en 1908

En pleno microcentro, sigue inesperada la casona de las hijas de Roca, hoy transformada en oficinas y un original restaurante. Con verdadero cariño y respeto, sus dueños actuales la mantuvieron original hasta en los detalles. Un espacio de lujo y armonía que está por cumplir el siglo.

Por Sergio Kiernan

Hubo una vez una ciudad colonial, pequeña ella, que desapareció. En su lugar, se construyó una ciudad italianizante y criolla, que también desapareció. En sus lotes, alzaron una ciudad francesa, cosmopolita y múltiple, que casi, casi desapareció bajo las torres de oficinas. Hablamos de lo que antes fue Buenos Aires toda y hoy es el microcentro. Hablamos de una excepción más rara y milagrosa que las cúpulas porteñas: hablamos de una casa particular que quedó en plena City y se luce impecable en su arquitectura original.
El que la encuentre, por la calle San Martín entre Tucumán y Lavalle, verá un petit hotel de la gran época, con piano nobile, medio sótano con ventanas a la calle, inmensa puerta tallada y de bronces relucientes, primer piso con balconcitos franceses de reja ornada y mansarda negra. La fachada tiene una elegancia clásica, restringida, y hay que pararse para notar que es de piedra verdadera y exhibe varias tallas notables, en particular el copón de la ventana sobre la puerta principal, que da luz al hall interior.
El caserón es de 1908 y fue encargado por el general y ex presidente Julio Argentino Roca, que vivía en su vieja casa de siempre justo al lado, al arquitecto Eduardo Zauce para vivienda de sus hijas solteras. En 1936, ambas propiedades pasaron a sus actuales dueños: la casa del general, de planta baja, zaguán y dos patios, dio lugar a un edificio de oficinas que todavía existe; la casa de las chicas no fue tocada pese a las tentaciones inmobiliarias de estos 67 años.
Eduardo Gibson es quien administra directamente el petit hotel, propiedad de su tío. Hace mucho que el lugar fue dividido en tres ámbitos independientes y en 1938 se agregó un ascensor y se alteró la escalera de acceso. La mansarda fue muy alterada, el primer piso está bastante intacto y la planta baja está básicamente como fue construida. Por muchos años sede del directorio de la bodega Santa Ana, Gibson organizó eventos por algunos años en el ahora amplio departamento y recientemente decidió seguir una vocación de siempre, cocinar. Así nació Casa Roca, el norestaurante (como lo define su dueño) concebido como una casa particular donde se puede entrar a comer.
Y qué casa... Al tocar el timbre se entra al noble zaguán y se suben unos peldaños hasta la puerta de entrada de la planta baja. Al franquearla, uno queda en un recibidor de aquellos, marcado por pilastras pareadas de mármol –no del habitual trompe l’oiel en estuco– con capiteles dorados y bases de bronce, un espléndido piso en madera con guardas de mármol y una chimenea también de piedra. Hacia el fondo, cuatro escalones suben a un desnivel definido por dos columnas en el mismo estilo y material, y dos graciosas baranditas en hierro a la francesa. La pared que cierra el ambiente es francamente curiosa; la forman dos paredes curvas que se unen en una suerte de esquina hundida, cada una con una puerta también curva. Este gran recibidor mantiene su función original de primer ambiente y estar, distribuyendo la circulación hacia los otros tres ambientes que funcionan hoy como comedores.
Sobre la calle está el mayor, que antaño era la sala de estar, dominado por una gran chimenea con espejos, por un cielorraso con molduras en gran óvalo, con esquinas con decoraciones musicales, y dos grandes ventanales a la calle. Hacia atrás, pasando una de las puertas curvas, sigue intacto el comedor original de la residencia. Es un pequeño ámbito impactante, un rectángulo de esquinas pronunciadamente curvas, que le dan un aire oval, completamente recubierto por boisserie versallesca. El acceso es por una puerta doble vidriada en un extremo –la imagen de nuestra tapa– y en pendant hay una noble chimenea de mármol. Tres esquinas muestran vajilleros de madera con unas notables mesadas de la misma piedra, rotundas en su volumen y talla. Encima de las vitraleras, pequeños tableros con pinturas de frutas indican el destino del ambiente. El tercer lugar donde se puede comer en la Casa Roca es la galería de los fondos, que da a un inesperado jardín encajonado entre enredaderas de muchos años. La galería fue reconstruida por Susana de Anchorena porque era el único lugar donde la humedad –encima hay un balcón– hizo estragos. El cerramiento es original, una gran extensión de a ratos curva de vidrios emplomados, va de medianera a medianera y tiene a cada extremo una puerta para descender al jardín por dos escaleras curvas.
Impresiona la elegancia de la Casa Roca, impresiona el silencio inviolado en pleno microcentro y la cantidad de detalles –herrajes, maderas, vidrios– originales de 1908. Eduardo Gibson, aferrado con cariño y conciencia a ese trozo de patrimonio que le tocó cuidar, hasta armó un espacio interior que permite disfrutar de la casa: no parece un local comercial sino una casa particular preparada para una fiesta grande. Casi se espera que alguien hable de dónde pusieron los muebles hasta que pase el evento.

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