Sáb 05.10.2013
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El camino del agua

› Por Jorge Tartarini

Buenos Aires hacia 1908 llegaba a su primer millón de habitantes, era una ciudad de crecimiento salvaje y así lo padecía su sistema sanitario, proyectado para una ciudad de 400 mil. La edificación en altura y el aumento demográfico –inmigración mediante– demandaban un plan de ampliación de gran alcance que respondiera a esta realidad. Y así lo entendió la Dirección General de Obras de Salubridad de la Nación, antecesora de la primera empresa estatal de saneamiento Obras Sanitarias de la Nación, creada en 1912. Dentro de tal plan se encontraba la construcción de un gran establecimiento potabilizador que se ubicaría en la zona de Palermo, en terrenos linderos al Parque Tres de Febrero. En aquellos años, la ciudad contaba con una planta potabilizadora en el barrio de la Recoleta que, a pesar de sufrir continuas ampliaciones y ocupar cerca de 24 hectáreas, resultaba insuficiente. Las obras del Establecimiento Palermo fueron inauguradas durante los festejos del Centenario, 1910, pero recién cobraron impulso dos años después. Una primera sección de sus instalaciones se habilitó en 1913, y su habilitación definitiva se produjo en 1928, cuando reemplazó totalmente a la de Recoleta. La construcción del núcleo principal del establecimiento llevó unos veinte años, período durante el cual se levantaron los edificios de bombas, los filtros, los depósitos de decantación, la usina, la administración, el gran arco de acceso, el parapeto perimetral y un equipamiento a tono con la sobria elegancia del conjunto industrial. Fuentes de agua, templetes, garitas de vigilancia, geométricos senderos con jardines –famosos por sus rosales– y un primoroso cuidado por cada detalle, hacían de este lugar el orgullo de la gente de Obras Sanitarias de la Nación. Y así lo reafirmaban las delegaciones extranjeras y visitas ilustres que lo frecuentaban, las que –además de quedar impactadas por su envergadura– no ahorraban elogios a la apacible belleza de sus espacios verdes. Un entorno en armonía con su arquitectura industrial, con acabados superficiales que simulaban ladrillos vistos rojizos –en realidad, revoques de ese color– y elementos decorativos del neorrenacimiento jerarquizando vanos, remates, esquinas, accesos y basamentos. Las paredes de los antiguos filtros lentos, con su sucesión de vanos con arcos de medio punto, ritmados por almohadillados verticales y rematados por valvas ornamentales, son semejantes en su estética a las que presentan los filtros rápidos, construidos años más tarde. Prácticamente a lo largo de su prolongada construcción, la estética inicial del conjunto continuó vigente, guardando armonía y equilibrio entre sus distintos componentes. Esta planta, que en cada momento histórico contó con todos los adelantos técnicos y edilicios para la elevación, purificación e impulsión del agua, desde su nacimiento ha sido una de las más importantes de Latinoamérica. Y como tal, un testimonio vivo de la labor desplegada por los equipos de profesionales y técnicos argentinos en el proyecto y construcción de los sistemas de tratamiento del agua a lo largo de casi todo el siglo XX. A corta distancia, en el Río de la Plata, encontramos otros testimonios de los sistemas de provisión como son las diversas torres de toma, punto de origen del circuito que captaba el agua para ser enviada por túnel subfluvial a la planta de potabilización. Las hay modernas y antiguas, como la primera que tuvo la ciudad, proyectada por el estudio del ingeniero John Bateman. Otras “huellas hídricas”, edilicias claro, son engañosamente más visibles, como el impactante Palacio de las Aguas Corrientes de Avenida Córdoba (1894), que podía albergar más de 72 millones de litros de agua para abastecer la ciudad. O bien, un poco más lejos, adentrándonos en los barrios de Caballito y Villa Devoto, donde nos toparemos con dos gigantes de similar capacidad, levantados para ayudar en la distribución del agua a su antecesor, en 1915 y 1917 respectivamente. Hacia el Sur, en el barrio de Constitución, en Avenida Entre Ríos y Pavón, veremos el último exponente de estos grandes reservorios, alejado temporal y estilísticamente de éstos y construido entre 1948 y 1957, con formas sobrias y grandilocuentes, muy a tono con las demandas monumentalistas de un Estado fuerte que proyectaba su imagen en obras de aspecto ciclópeo. Como se ve, de los sistemas de potabilización, abastecimiento y distribución del agua hoy quedan valiosos testimonios que denotan la importancia otorgada a la higiene pública como símbolo de modernidad, civilización y progreso. También reflejan el avance técnico y el progreso científico del saneamiento y la ingeniería sanitaria, y por sobre todo la evolución del concepto de higiene urbana. Entre nosotros, es en el último tercio del siglo XX cuando el patrimonio industrial sanitario comienza a ser identificado, registrado y protegido a través de distintas acciones y normativas. Una labor no exenta de altibajos y que tiene un largo camino por recorrer. No obstante, existen indicios de que el camino iniciado a su favor cada día encuentra mayor receptividad, tanto en las comunidades como en las instituciones preocupadas por su conservación. En la medida en que cada uno de estos eslabones vayan cobrando verdadera significación, el agua no sólo podrá entenderse como un recurso natural, indispensable y vital, sino como un componente esencial del paisaje cultural de la ciudad, de su memoria y actual identidad.

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