Sáb 01.03.2014
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Una búsqueda interior

Paisana, de Mercedes Güiraldes, crea bordados manuales sobre materiales y elementos como boinas, sombreros, chales y muebles. Hilos que tienden puentes entre el pasado y el presente.

› Por Luján Cambariere

En tiempos en que muchas veces reina la apatía en torno del don, la verdadera vocación, lo que trasciende al mero sustento y tiene más que ver con comprender lo que uno vino a hacer a este mundo. Paisana y más precisamente su creadora, Mercedes Güiraldes, es un ejemplo de cargar de sentido la vida a través de la profesión. Entender el propio pasado con vistas al futuro y transmutar. Su base de experimentación principal son el dibujo, el diseño gráfico y la fotografía, pero hoy está seducida por madejas, ovillos, pinchazos y los tiempos del bordado.

Viendo sus trabajos y leyendo algo de lo que escribe (“El bordado atraviesa el tiempo, porque se desconoce su origen y se practica desde siempre. El bordado atraviesa clases sociales, géneros, edades y razas, porque tan sólo se necesita hilo y aguja. El bordado atraviesa cualquier superficie, porque simplemente se requiere coraje para experimentar con cualquier material. El bordado atraviesa la mente, porque se planifica o se intuye, pero siempre trae calma, porque fluye. El bordado atraviesa la soledad, porque donde uno vaya lleva su pequeña complejidad. El bordado siempre es bellísimo, porque tan sólo con hilo y aguja se unen las partes y se revela lo que ya existe”), quisimos conocerla.

Te definís como “artista y diseñadora autodidacta, interdisciplinaria y algo indisciplinada”...

–Nací en una familia aristócrata argentina muy exigente. Ya en cuarto año del colegio me sentía rara, que no encajaba en el colegio al que iba. Me quería dedicar al arte y no sabía cómo. No había nadie, salvo mi mamá, en mi entorno, con esas aspiraciones y sensibilidad. Crisis existencial, mucho dolor. Con notas de color como un campo espectacular que me permitía estar siempre en contacto con los animales, con la naturaleza, aunque siempre en conflicto con las formas de la familia. Por fin llega el momento del test vocacional y, cuando me tienen que dar la devolución, la persona que lo realizaba se quedó básicamente callada y me pidió que llamara al próximo. En fin. Nada prometedor. Hasta que en el 2003 pasó algo muy fuerte. Murió mi abuelo y en el velorio me encontré con un texto muy poco difundido de Ricardo Güiraldes (autor, entre otros, de Don Segundo Sombra y un pariente para ella nada lejano). Yo ya estaba incursionando en el yoga y la espiritualidad, tenía muchos amigos artistas, un astrólogo de pareja y esas intuiciones que tenía de mi familia se fueron comprobando.

¿Qué descubriste?

–A mi abuelo lo velaron en el Museo Gauchesco Ricardo Güiraldes de Areco. Merodeando sola, triste y confundida por ahí, descubro atrás de una vitrina un libro que decía El Sendero, notas sobre mi evolución espiritualista en vistas a un futuro. No lo podía creer. Enseguida pensé cómo era que yo no lo conocía teniendo justamente desde siempre esos intereses. Bueno, termina todo y lo primero que hago es hablar con mi papá. Le cuestiono por qué yo ignoraba esto y me da las obras completas de Güiraldes, donde hay aforismos, versos de su relación con el yoga en 1920. Una gran frase de él es “Dios es la belleza, el arte un rezo”. Textos donde habla del yoga, del arte. Esa fue la primera muestra de afecto transgeneracional que viví. Y después entendí por qué. Fue mi propio abuelo el que intentó solapar, o mejor dicho censurar, todo ese costado increíble, relacionado con la filosofía oriental, tal vez por sus propios apegos, inseguridades y miedos. Porque las ediciones de los libros las hizo él. En fin, ahí empezó otro mundo para mí.

Con ese apellido y admiración, imposible que el emprendimiento no se llamara Paisana...

–Yo estaba muy peleada con ese lado de la familia, tenía una crisis de identidad terrible hasta que se rompió ese límite. Hasta que descubrí al verdadero Güiraldes y entendí por qué sentía lo que sentía. Que yo no era tan rara. Y ahí sentí que tenía que hacer algo con eso. Por supuesto, seguí con mis estudios de yoga. Me fui seis meses de viaje, volví, me empecé a dedicar a la fotografía. Iba al campo, volvía. Curaba caballos con homeopatía. Se me reían. Y la llegada de mi hija, Ela, de tres años, me sacudió para hacer lo mío. Primero fue un curador, Javier Ortiz, que con infinita paciencia –porque yo estaba en el posparto–, me ayudo y curó mi primera muestra de fotografía después de ser madre. Igualmente, todavía en esa época comenzaba algo y lo dejaba. Miles de cursos, estudios. No los podía sostener, sobre todo después de tanto sistema en mi vida. Mientras tanto trabajaba de diseñadora gráfica. Pero con la maternidad volvió la necesidad de expresarme lejos de la computadora y fundamentalmente de estar cerca de mi hija. Soñaba con un trabajo que me permitiera estar con ella. Y, pide y se te dará... En ese tiempo vivía en lo de mi mamá, que es una virtuosa artista que no terminó de apostar a su talento y que fue la única que me acompañó siempre y me empujó hacia las artes, y me la pasaba dibujando, garabateando cosas, pero sintiendo que eso no tenía ningún sentido. Se venía el invierno y no sé cómo apareció una boina y la empecé a bordar. En realidad fue mi mamá, de nuevo, la que primero me dio un saco de mi abuela y lo empecé a intervenir. Y enseguida ella me dice por qué no le hacía unas rositas que yo dibujaba por ese entonces. Y desde ese momento no pude parar.

¿Lo primero que produjiste?

–Me inventaba puntadas y me acuerdo de que caminaba un montón por el barrio de mi mamá en Victoria con el cochecito, y justo había un local, Chichipio, que las vendía. Siempre das o buscás de quien necesitás aprender y di con esta señora, buenísima, Adriana Pineta, que vendía boinas lisas y cuando vio lo que yo hacía me ofreció vendérmelas al costo para que yo siguiera haciéndolas. Después me compró una mi hermana, una amiga y ahí empezó de boca en boca. No había mente, no había miedo, lo cuento y pienso que ojalá pudiera volver a ese estado.

¿El bordado?

–Estaba interiorizada con los oficios japoneses de método, presencia, belleza y contemplación: el ikebana, el tiro con arco, la ceremonia del té. Pero sentí que tocaba el cielo con las manos cuando me encontré, más recientemente, con que además existía el nuido o “el camino del bordado”. En medio de una época de mi vida caracterizada por el caos y la incertidumbre, me dispuse a integrar mi conocimiento de las artes visuales a través del bordado, casi sin saber cómo coser un botón. Mi experimentación artística había comenzado con el dibujo, la pintura y la danza, y después del secundario me dediqué casi exclusivamente a la fotografía, al diseño gráfico y al estudio profundo y enseñanza del yoga.

Entonces, sin pensarlo demasiado (una de las características del puerperio es la incrementada intuición en detrimento de las funciones racionales), me puse a intervenir el saco antiguo de mi abuela, usando antiguos retazos y ovillos de mi madre. Quizá dos días más tarde encontré la boina borravino de mi madre, y motivada por ella me puse a garabatear sobre la lana como lo hacía sobre el papel, empecé a pincharla. La boina me hablaba de mi abuelo paterno y sus boinas coloradas con pompón negro que tapaban su pelada de viejo paisano y elegante. Mientras mi beba dormía o jugaba yo me sentaba, cosía o hacía “eso” con la aguja y el hilo, eso que se llamaba bordar. Ese acto casi sexual de metal y fibra. Ese movimiento que integra la verticalidad de la trama con la horizontalidad de la urdimbre en un acto de sublimación de la materia. Las dos disfrutábamos, cada una en lo suyo, pero juntas. Y jugando, amamantando, mal dormida y paleando el encierro con paseos de cochecito por las calles de Victoria –ávida de charlas y compañía–, entré al bellísimo local atendido por su dueña, Adriana, como conté, una leonina intensa que vendía ropa de autor seleccionada, mucho sombrero y boinas. Muy maternal y espontáneamente, Adri apostó a lo mío y empezó a venderme sus boinas al costo para que yo pudiera intervenirlas. Hasta que desistí de intervenir boinas importadas y encaré a la única fábrica de boinas vascas en nuestro país, marca Tolosa y Espinosa. Tenían que ser argentinas. De a poco y con la inmensa creatividad a la que la maternidad nos impulsa, fui aprendiendo este oficio, sola (cuando se es madre soltera no hay tiempo para talleres, workshops ni nada), pero acompañada, por mi hija, mi madre y tantas generaciones de mujeres y madres dedicadas y olvidadas. Incluso antepasados. Sólo un mes más tarde y en confianza de lo que se desplegaba, formé “Paisana por Mercedes Güiraldes”, haciendo eco de mi abuelo el Comodoro e incluso de su tío Ricardo, un místico como pocos, que desde algún lugar secreto también me guía. Entonces se fusionaron el arte, el femenino, el masculino, el yoga-zen, la genealogía y el aire de campo. En mí moría la niña y afloraba mi propia identidad de confluencias. Hoy la cosa se sigue desplegando. Recibimos muchos pedidos. Soledad y Melita me ayudan. Y así las Paisanas abrigan y alegran cabelleras, ideas y pensamientos en distintos puntos del país y del mundo.

¿Cómo surgió el nombre?

–Obviamente la maternidad me conectó con mis raíces, no podía dejar de pensar en mi crianza, la boina, el gaucho, el campo. Conocía de Güiraldes el texto del gaucho, el apero. El tiene unos textos bellísimos, por ejemplo, sobre la montura donde explica que el gaucho no necesita más que eso porque es dueño de la tierra y el cielo. Y yo necesitaba resignificar, transmutar mi pasado. Convertir ese desamor y dolor en algo.

Y después empezó a crecer. Y fue todo muy especial y coincidente. Porque el bordado no es casual. El nombre viene porque yo sentía que quería ser una paisana en la ciudad. Habitar mi tierra. Por todos lados desarrollar esa conexión con la tierra, raíces, pasado, futuro. Generaciones atrás. Una integración, un yoga perfecto. De hecho en el yoga de Patanyali o Patanshali (siglo III a. C.), la biblia del yoga, la palabra “Sutra” significa sutura. Sutra es algo que se ponían los maestros, porque significaba unir. Por todos lados fui encontrando sentido.

¿El concepto?

–Artesanal y contemporáneo, del campo a la calle. Autóctono, puro, personal, espontáneo. Las boinas son ciento por ciento lana o ciento por ciento hilo. Los bordados son ciento por ciento realizados a mano, en muchos casos no hay planificación y no hay un diseño igual al otro (a veces sólo parecidos por pedido). Usamos lanas nobles y botones y adornos originales, pero a veces es difícil encontrar lanas puras de colores divertidos. Además Paisana borda boinas, chales de picote, llama, e incluso muebles.

¿El proceso?

–Cada vez que busco cierto resultado las cosas no funcionan, sólo cuando libero al acto creativo de expectativa, brilla en todo su potencial y con su propia luz, y ahí devengo en artesana/intermediaria entre el vacío y la forma. En mi emprendimiento y mi trabajo cada vez que intervino la mente más racional y calculadora las cosas se trabaron. Cada vez que liberé la intuición, solté y me entregué al espíritu original de Paisana, ese femenino silencioso de la entraña supo manifestarse. No es fácil, va en contra de mucho de lo establecido como “método” a seguir, da miedo, mucho miedo, pero deviene en una verdad tan ineludible como un niño que acaba de salir de la entraña de la madre, con miedo, dolor y ante todo visceral y carnal coraje.

Contame del precioso reloj bordado y su texto...

–Necesitaba bordar sobre tela negra. Un poco de oscuridad y con todo esto de la astrología que a mí me llena, me tranquiliza, me guía. Un mapa universal. Decidí bordar un reloj en el que el tiempo me lo marquen los astros. Está hecho en hilo metalizado y algodón.

¿Además das talleres?

–Sí, quería reunirme con mujeres. Que nos volvamos a juntar. Conocí a una amiga y ahora ella es mi socia en los talleres que damos.

¿A futuro?

–Ahora tengo dos bordadoras, y sigue sin prisa pero sin pausa. Aunque Paisana tiene espíritu propio, no está en mis manos. Desde el vamos que yo no lo controlo. Lo que sí controlo más es mi costado de artista. Estoy preparando obra y haciendo el libro de Güiraldes. Pretendo reeditar dos de los textos con mayor contenido espiritual y político humanístico.

http://paisanamg.com/

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