› Por Sergio Kiernan
Aprovechando el feriado de Semana Santa, están talando los paraísos viejos de la esquina de Amenábar y Dorrego para que se pueda construir una torre enorme y tan derivativa y fea como es la norma. Los vecinos estaban indignados por la torre, que termina de romper la escala del barrio, invadiendo una calle que a esa altura es avenida sólo en teoría. Ahora están todavía más enojados por la tala, que arrancó esta semana de arriba para abajo, pensando en que no los vean.
Por supuesto, eso es una ñoñería en estos tiempos en que cada transeúnte tiene una cámara encima conectada a Internet, con lo que estas picardías saltan enseguida a las redes sociales. Lo que más bronca da es que se están cargando varios de los árboles, de casi un siglo y altísimos, solamente para entrar los camiones más cómodamente. No hay ninguna razón técnica para liquidar la arboleda, ningún problema de raíces o de seguridad estructural. Es simplemente que los intervalos entre paraíso y paraíso resultan estrechos para los camiones con acoplado que traen los hierros y otras piezas largas y grandes.
Como el gobierno porteño está compuesto por colegas de la industria, hay simpatía por el problema de estos molestos objetos demorando la obra, y la autorización para matarlos es rápida e implícita. Es un tema de dinero, como sabe la gente seria que no se engancha en romanticismos nostálgicos y que suele decirle “ecológico” a un edificio con un jardincito adelante.
Mientras tanto, el responsable casi último de todo esto, el ministro de Planeamiento, Daniel Chaín, anduvo de viaje por Colombia. El ministro, curiosamente, fue a Medellín a ver cómo se integra urbana y socialmente a las poblaciones marginales, carenciadas, al tejido urbano. El viaje mostró la sorpresa de un Chaín sin saco ni corbata, debido al calor tropical, pero no de un cambio de actitudes reales. Medellín fue elegida para el encuentro de la ONU por el verdadero cambio físico y social que se está logrando con obras para los que menos tienen y más necesitan. Esto al PRO le da estatista y no importa que su propio asesor en el tema, el colombiano Jorge Melguizo, sea un ex alcalde de la ciudad y autor de varias de esas obras. Chaín se limitó a avisar que él no copia modelos, que va a sacar sus propias conclusiones y que está satisfecho con lo que se hizo en las villas porteñas, que es mapearlas y darles un mínimo de obras...
Una reciente, rápida y lluviosa visita a Río de Janeiro permitió ver algo de lo que se está haciendo en la ciudad para recibir el Mundial, pero sobre todo hacer una suerte de road test del subte local. Lo primero es más simple y se resume en una desopilante frase tradicional: todo lo que se hizo es “para inglés ver”. Con enorme retraso se está tratando de terminar una nueva salida del aeropuerto, cosa de que el visitante tome una rampa flamante, construida sobre el agua y colgada de unos cableríos muy bonitos, para llegar más rápido al eterno embotellamiento de la autopista. También se reforzó el tema de la separación de carriles dedicados al transporte público en el Centro, se están ensanchando un par de autopistas internas y se reformó el entorno del Maracaná.
Como se ve, no mucho que afecte la vida cotidiana del carioca, excepto por un evidente esfuerzo por limpiar más la ciudad, que incluye corteses fiscales de uniforme que te multan si tirás un pucho en la vereda. Pero en Río hay un par de cosas que funcionan muy bien sin hacer tanta alharaca. Una es el tema de los carriles dedicados al transporte, que evitan que el intendente local ande vendiendo metrobuses. Las avenidas principales, que no son tantas, tienen simplemente una línea azul al medio que indica que por la derecha circulan ómnibus y taxis ocupados, y que a la izquierda circula todo el resto del mundo, buses escolares incluidos. Esta sencillez no funcionaba tan bien dada la tendencia a la anarquía del brasileño, tan familiar al argentino promedio, hasta que hubo un verdadero esfuerzo concertado para cambiarlo.
Quien recuerde el Brasil de siempre se sorprenderá con la corrección relativa actual de sus motoristas. Esto fue a fuerza de multas, sistema de scoring llevado con rigor y de policías de tránsito que se dedican a algo más que cuidar la Nueve de Julio. Respecto de los carriles exclusivos, se respetan religiosamente porque hay cámaras y un par de personas en alguna oficina de la ciudad mirando los videos. Cuando ven una infracción, aprietan un botón y el programa fija una imagen, identifica el coche y envía la multa por mail o por correo. Los cariocas ya saben que no hay apelación ni jeitinho, porque la computadora manda la serie de imágenes mostrando la situación. Hasta los taxistas paran por la izquierda para recibir pasajeros y hasta para dejarlos, por las dudas.
Nada de esto le interesará a Macri –o a Chaín– porque es barato, simple y no implica darles contratos enormes a sus socios en la industria de la construcción. Pero tal vez se interese más por un detalle del metro carioca, que es tan feo y tan desangelado como la línea H, pero cobra el equivalente a dos dólares por viaje. La diferencia es que los trenes pasan constantemente, cada dos minutos máximo, con lo cual es una felicidad usar el sistema y hasta en las horas pico se viaja con comodidad. Las dos líneas se concentran en el muy poblado norte, donde vive la mayoría de los cariocas, y recién ahora está entrando en Ipanema, con dos estaciones prometidas para el Mundial que, apuestan todos, no estarán listas a tiempo. El plan es que algún día se pueda ir hasta Tijuca bajo tierra.
¿Cómo logran los cariocas que los trenes pasen seguido? Simple: antes de hacer anuncios electorales, compraron los trenes necesarios y los fueron agregando a medida que avanzaban los túneles. Con lo que la gente se banca que el boleto sea tan caro (que lo es, hasta pasando el retraso cambiario del real, porque un boleto de ida cuesta un café y medio en un bar no muy caro, unos 13 pesos).
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