Cuando ya parecía imposible, Diputados aprobó por unanimidad en comisiones la ley que nacionaliza la Confitería del Molino. A punto de cumplir un siglo, el edificio sale de un largo abandono que lo deterioró seriamente y empieza el camino de la restauración y la reapertura.
› Por Sergio Kiernan
Es raro que un suplemento dedicado al patrimonio edificado y al urbanismo porteño tenga un día feliz, porque generalmente se dedica a dar malas noticias, lamentar pérdidas y criticar a los que las causaron. Pero esta semana hubo un alegrón de los buenos cuando el presidente de la Cámara de Diputados anunció que una reunión de comisiones había aprobado por unanimidad la expropiación de la Confitería del Molino. Domínguez lo hizo con una gran sonrisa y avisó que recuperar el edificio es “un sueño de todos los bloques políticos”.
Será verdad, pero resulta que algunos sueñan más que otros. La decadencia del espectacular edificio de la esquina de Callao y Rivadavia lleva ya casi 18 años, en los que abundaron los proyectos para salvarlo, las confusiones y el abandono. El Senado logró aprobar en noviembre de 2012 una ley que nacionaliza el edificio, pero tras su media sanción el texto parecía que iba a dormir el sueño de los justos en cajones diversos. No es raro que esto ocurra ni tampoco es un signo de mala voluntad, pero los asuntos culturales no despiertan urgencia ni tantas ganas de invertir capital político en lograrlos.
Ahí entra Domínguez, que ya viene demostrando una sensibilidad especial por lo patrimonial. Cuando fue ministro de Agricultura, el ahora diputado se encontró con oficinas en Las Mellizas, la hermosa y curiosa sede doble del ministerio sobre Paseo Colón. El edificio estaba en mal estado, maltratado y emparchado una y otra vez pero, por suerte, no remodelado. Domínguez, sin que nadie se lo pidiera, lanzó un plan de restauración y puso como asesor técnico al indudable Marcelo Magadán. Hoy, el ministerio brilla con sus colores originales, embanderado y restaurado.
De Agricultura, Domínguez pasó a la presidencia de Diputados. Ahí volvió a sorprender creando el Plan Rector de Intervenciones Edilicias en el palacio, que sigue en funcionamiento y es simplemente el tratamiento más riguroso que tuvo jamás el edificio. Lejos de una lavada de cara, la restauración es detallista y rigurosa, con un respeto por las reglas del arte muy raro en general y casi inexistente en el Estado. Con lo que no extraña que el diputado kirchnerista comenzara a preguntar qué pasaba con El Molino y empezara el trabajo de zapa de sacarlo de su sueño. En resumen, puso capital político para lograrlo.
Este miércoles, entonces, se votó en comisiones y por unanimidad el proyecto con media sanción del Senado, y casi se vota en la sesión de este jueves. Habrá que esperar para el voto definitivo simplemente porque hacerlo de un día para el otro implica tratarlo sobre tablas y los diputados prefirieron votarlo “normalmente”, sin nada especial. La ley es muy simple y dice que el Poder Ejecutivo queda autorizado a comprar el edificio –el Legislativo no puede expropiar, pero tiene que autorizar al Ejecutivo a que lo haga– al precio marcado por el Tribunal de Tasaciones. Que éste sea el precio a pagar es importante, porque la propiedad de El Molino es confusa, las familias dueñas llegaron a pedir cifras muy altas antes de cerrar toda negociación y un edificio de esta fama puede dar problemas a la hora de evaluarlo. El Tribunal de Tasaciones tiene un prestigio bien ganado y evita estos desvíos.
Una vez comprado, El Molino será transferido sin cargo al patrimonio del Congreso y el Legislativo creará una Comisión Administradora especial integrada por los presidentes del Senado y de Diputados, y por los presidentes y vicepresidentes de las comisiones de Cultura y de Educación de las dos cámaras. Sobre su uso, el proyecto contiene una idea muy sensata y otra no tanto. La primera es reabrir la confitería por concesión, con cargo de restaurar el local, devolverle su esplendor y hacer una panadería-confitería-salón de eventos a la altura de El Molino. La segunda idea es dedicar el resto del edificio a un museo sobre su origen y un centro cultural, el De las Aspas, dedicado a la difusión de la obra de jóvenes artistas.
El problema con esto no es la buena intención, ni las ganas de darles a los artistas un ámbito, sino que el edificio es simplemente enorme para dedicarlo sólo a esto. Sus miles de metros cuadrados consisten, para peor, en departamentos y no en lofts o salones, con lo que crear un centro cultural significaría un destrozo masivo, prohibido por su condición de edificio protegido. Lo sensato, que seguramente ocurrirá, es que habrá museo y centro cultural, además de muchos otros usos, que al final hay espacio para todos.
La cuestión es que de manera inminente El Molino pasará al Estado y ahí comenzará la agradable tarea de restaurarlo. La obra de Francisco Gianotti está por cumplir un siglo –fue iniciada en 1915 y terminada a tiempo para el centenario de la Independencia, en julio de 1916– y necesita muchísimo trabajo. El exterior está sucio y tiene seguramente mucha necesidad de reparación de su piel, por no hablar de las reservas que despierta el estado estructural de la cúpula. El interior, como se puede ver en las fotos tomadas en una excursión en 2012, es catastrófico pero mantiene sus elementos, con lo que se puede reparar (una ley de la naturaleza indica que todo edificio es recuperable excepto cuando invirtieron buenos dineros en “modernizarlo” y le arrancaron sus partes).
Y así podremos volver a ver cosas literalmente olvidadas, como la mansarda de tejas doradas al mercurio, los espectaculares mosaicos que recorren el coronamiento de la fachada, las pequeñas esculturas de rostros sufrientes, la cúpula iluminada a pleno y la marquesina de hierro con sus luces prendidas. Lo que sería una gloria también es resolver el misterio de un elemento perdido: resulta que Gianotti coronó el edificio, por pedido de su cliente, don Gaetano Brenna –un tano muy patriota– con una docena de estatuas representando las provincias de la vieja república. Las esculturas desaparecieron hace décadas y nunca más se supo de ellas. ¿Se podrán ubicar? ¿Se podrán reproducir de documentación de 1916?
Mientras llega esta etapa, a disfrutar de la buena nueva del primer paso para la recuperación de un hito porteño, de uno de los edificios más famosos de este país.
La ministra de Cultura decidió algunos cambios en las áreas de patrimonio que contienen otra buena noticia (un lujo). Teresa Parodi nombró a la historiadora Araceli Bellotta, la directora del Museo Histórico Nacional, directora de Patrimonio y Museos. Bellotta seguirá al frente del museo de Parque Lezama, ad honorem, pero se va a ocupar también de veinte de los treinta museos nacionales del país. La idea de la ministra Parodi es dar un apoyo especial a estas instituciones, que guardan una parte importante del patrimonio histórico del país.
Si esto suena como un énfasis de la parte museos sobre la parte patrimonio, es porque falta la segunda parte del anuncio de la ministra, que es la creación de un ente nuevo, el Centro de Investigación de Patrimonio Arquitectónico Argentino. Esto es, hay una especialización de funciones muy cuerda y una gran continuidad, porque al frente del flamante Centro estará el arquitecto Alberto Petrina, que fue hasta la asunción de Bellotta el director de Patrimonio y Museos. Según el anuncio oficial, el Centro –que también depende de la Secretaría de Gestión Cultural– se va a especializar en el patrimonio edificado y buscará profundizar las tareas que se realizan desde el ministerio. Entre otras tareas, el Centro dará continuidad a la producción del catálogo de Patrimonio Arquitectónico Argentino, cuyo segundo y enorme tomo es inminente, y creará una base digital de información como hay pocas en el mundo. El primer tomo del catálogo fue distinguido por la Cámara Argentina de Publicaciones con una mención de honor.
El Centro será también un destaque del recambio generacional, contando con, entre otros, los arquitectos Juan Pablo Pekarek y Alejandro Gregoric, y de Fermín Labaqui como encargado del área audiovisual de la serie Patrimonio y Nación. Memorias del Futuro, que conduce Petrina en la Televisión Pública. Este equipo estuvo muy involucrado en el enorme relevamiento del catálogo.
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