Sáb 07.02.2015
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Anuncios, inundaciones, fotos

Aunque es verano, el gobierno porteño trabaja para la campaña y hace obras para la foto, mientras se descuidan como siempre las cosas aburridas, municipales. Y lo que se hace se hace tan mal que hasta se inundan librerías.

› Por Sergio Kiernan

Allá por el Renacimiento inventaron la noción de la ciudad ideal como concepto de urbanismo. Ya existía la Ciudad de Dios, teológica pero no material, y ya se hablaba hacía rato de la belleza de tal o cual ciudad. La novedad era la de crear o imaginar espacios urbanos de armonía planeada, utópicos pero de ladrillo y piedra, construidos por las reglas del arte y con la proporción áurea, recién descubierta. Esta idea formidable fue el nacimiento de una manera nueva de ver la vida común, y otra manifestación de la nueva manera de ver al hombre.

Por desgracia, Buenos Aires es gobernada con una utopía mucho más ramplona: que su jefe de Gobierno sea electo presidente, que sus amigos y colegas de la industria hagan negocios, que su ministro de Planeamiento se sienta un creador. La ciudad es pensada publicitariamente, la prioridad es la foto y a nadie le importa en absoluto que las cosas duren lo que un suspiro, de tan malhechas y pensadas. Como es año electoral, la cadena de la felicidad se acelera en los tiempos porque hay que hacer muchos anuncios, “estar en los medios” y mostrar gestión. El futuro es una abstracción, cosa del sucesor de Macri.

Lo que explica que en un diario amigo el macrismo en gestión anuncie que va a acelerar su plan “prioridad peatón”, arruinando 76 cuadras más con baldosas malas y mal puestas, luces compradas de saldo en China y bolardos de metal, de los que hay que poner para salvar la confusión de nivelar innecesariamente acera y calle. Las obras se hacen tan mal que al diario amigo le costó encontrar un tramo de semipeatonal donde no se notaran los baldosones flojos, juntando agua los días de lluvia.

Todo el proyecto es ejemplarmente macrista, en su concepción del espacio público y de la gestión urbana. Como está de moda combatir el tránsito pero nadie en el gobierno porteño tiene un plan coherente para moderar el problema sin fastidiar al votante, se opta por el gesto para la foto. Como el gesto implica gastar millones sin cuento en obras para la industria mimada del Jefe, todo “cierra” de inmediato. No se busca que menos coches lleguen al centro, ni se crean opciones nuevas de transporte, ni mucho menos se le cobra al que lleve un auto a la zona, como hace Londres. Simplemente se ponen todas las líneas del barrio en la Nueve de Julio, en el suculento metrobús cada vez más costoso, y se crean semipeatonales.

Pese a que técnicamente la obra pertenece a Espacio Público y el que da la cara para defenderla con argumentos penosos es su subsecretario de Uso, Patricio Di Stefano, la idea es una mascota de Daniel Chain. El arquitecto y ministro de Desarrollo Urbano es el tipo de persona que no ve ningún problema en seguir construyendo en la misma ciudad donde sus subordinados inspeccionan y autorizan, porque es un “orgánico” de la industria. También tiene la curiosa fijación de nivelar las calles y poner bolardos, que en su imaginación es una firma de autor. Esta obsesión la empezó a mostrar cuando quiso peatonalizar Defensa y se enteró de que no podía sin una ley de la Legislatura –¿no hay abogados en Desarrollo Urbano?– e inventó el uso mixto, ahora rebautizado Prioridad Peatonal, que sirve para hacer las obras por decreto.

Lo que no tienen ni Chain ni sus colegas de Espacio Público es un standard de calidad aceptable, con lo que los resultados son bastante penosos. Los materiales usados son muy malos, comparados con los que usan por ejemplo en Ciudad del Cabo, donde de alguna manera pueden pagar baldosones más resistentes y ladrillos más duros. Las luminarias públicas son simplemente ofensivas en su baratura, sobre todo cuando terminan frente a alguno de los muchos edificios de buen padrón y valor patrimonial del centro. Todo tiene un cierto aire de inutilidad y muestra el principal síntoma de rechazo de las peatonales de todo el mundo: se usan como estacionamiento de motos. Los vecinos piden que las despejen y pongan multas, pero el problema es que no hay dónde ponerlas.

La baratura y el descontrol de las obras quedó simbolizado en diciembre cuando los contratistas rompieron un caño de agua e inundaron varios sótanos de la calle Esmeralda, a la altura de Córdoba. Si alguien hubiera planeado el incidente para perjudicar al macrismo, no le hubiera salido mejor, porque en la inundación se anegó el sótano de la librería Helena de Buenos Aires, especializada en ediciones antiguas y grabados, con un fuerte gusto por los temas porteños. Hacer obras nuevas destruyendo libros...

Y también el patrimonio que yace enterrado bajo el asfalto o el empedrado. El centro, no les importa a los macristas, es de lo más viejo que tiene Buenos Aires y guarda rastros de su evolución. Al arrancar superficies aparecen, por ejemplo, líneas ferroviarias del siglo XIX, como la que resulta que bordeaba el Círculo Militar por el lado de Marcelo T. de Alvear. Los durmientes y las vías no sólo fueron arrancados sin contemplaciones y llevados como escombro por los contratistas, sino que ni siguiera fueron medidos, fotografiados o registrados como corresponde a una ciudad civilizada. El ministro de Cultura, Hernán Lombardi, nunca protestó por este descaso.

Mientras tanto, las aburridas y municipales necesidades de la Ciudad no son prioridad. Los baches siguen ahí, las plazas se remodelan pero no se mantienen –no hay contratos para los amigos– y, como sobra la basura, se culpa a los vecinos “por sacarla fuera de hora”. Es que la campaña manda y gobernar realmente la capital de los argentinos nunca fue verdaderamente el tema del macrismo.

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