Sáb 28.02.2015
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A velocidad

Un batallón de 108 restauradores está acelerando de un modo notable los trabajos en la Cámara de Diputados, con logros notables, como la sala de taquígrafos y el Salón Kirchner.

› Por Sergio Kiernan

Hay dos desgracias que les suelen ocurrir a nuestros pobres y generalmente maltratados edificios públicos. Una es la desidia de no arreglarlos nunca y quedarse tan campantes trabajando en los restos tristes del esplendor original, o la hiperactividad de arreglarlos de un modo impropio, groseramente moderno y generalmente barato. La otra es que la obra arranque, se estanque y quede inmóvil por los años de los años, y amén. Cada argentino tiene su propia lista de edificios del Estado con los andamios envejeciendo, ya parte del paisaje.

Vale arriesgar que el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, también tiene una de estas listas, y no quiere que el palacio legislativo que está restaurando termine incluido. Domínguez es fácilmente la figura política más sensible al patrimonio edificado: ya restauró el Ministerio de Agricultura en la avenida Paseo Colón –proyecto que continuó cuando él pasó a Diputados–, está restaurando el Congreso Nacional, compró la casa de Pozos 35 para sacarla de la ruina total y fue el que finalmente logró destrabar la compra de la Confitería del Molino.

Gabriel Cano / HCDN

El palacio del Congreso está gozando desde el 2012 de un renacer bajo el PRIE, el Plan Rector de Intervenciones Edilicias, que está llevando un trabajo enorme y riguroso, muy alejado de la manito de pintura que suele etiquetarse como “puesta en valor”. Quien visite el recinto de Diputados o lo vea por televisión lo verá como hace muchas décadas no se veía, con la luz de sus mármoles recuperada tras capas de mugre, los colores de sus pinturas murales reavivados y el magnífico vitral perfectamente limpio y renovado. Los pasillos interminables del edificio ya tienen casi todos sus pavimentos –baldosas de durísima loza de Villeroy & Bosh– decapados y limpios, sus dados de piedra pulidos y reparados, sus falsos acabados renovados, y cientos de puertas que vuelven a mostrar su noble madera, tratados al tono original, como lo descubrieron los cateos.

El Congreso abunda en milagritos patrimoniales, como descubrir que todas sus escaleras resultaron tener barandas de bronce, largamente pintadas para no tener que lustrar cientos de metros lineales de barras y barrotes. También encontrar las lámparas originales perfectamente arregladas y por fin descubrir cuáles eran las broncerías originales de las puertas, un diseño romano muy apto para un Parlamento. De hecho, como explican los restauradores –ver recuadro–, hasta se están adaptando cerraduras verticales para no tener que cambiar los tapaojos y poder tener combinaciones suficientes.

A todo este trabajo, Domínguez le acaba de agregar un impulso sorprendente. Ya en enero, encargó acelerar los trabajos drásticamente, con lo que ahora hay 108 restauradores más que ocupados por todas partes. Este batallón ya completó varias tareas y está ocupado en retocar, arreglar y arrancar nuevos sectores. La novedad la pueden ver los diputados desde la misma entrada sobre Rivadavia, que siempre tuvo maderas ennegrecidas por los años y maltratadas por la lluvia que alcanzaba a entrar. Ahora luce impecable, como hace un siglo, tratada especialmente para hacerla más resistente y con sus ornamentos en orden. En la misma planta baja se están retocando los basamentos de piedra o pintados, tarea que va a tener que realizarse regularmente por el intenso tránsito del palacio, y se reinauguró en su gloria la peluquería de damas.

Gabriel Cano / HCDN

En el primer piso hay una sorpresa que nadie esperaba vivir para ver. La sala de taquígrafos de Diputados era una suerte de ruina gloriosa, un lugar de boisseries oscuras y pisos maltratados cubiertos de cables enredados. Pero ahora es una belleza de maderas lustradas, con un parquet digno del palacio y sin cables a la vista. Bajo las mesas puede verse la razón: hay cajas rasantes donde se enchufa todo, puntos de contacto con una red de cableados que se tendió con enorme cuidado por debajo de las maderas nobles. Tampoco se encontrarán los irremediables splits que arruinan toda estética porque el aire acondicionado ahora es “de piso” y se oculta en cajas perfectamente disimuladas en la boisserie, o directamente embutidas en ellas. Hasta las lámparas de escritorio hacen juego, porque los restauradores recorrieron todo el laberinto hasta encontrar las que faltaban, piezas de bronce muy años treinta.

Ahí nomás se están preparando los trabajos en el Salón de los Pasos Perdidos, donde la inmensa pintura de la jura de la Constitución ya fue minuciosamente limpiada y restaurada. El Salón fue pintado y repintado con más fantasía que rigor, con lo que los cateadores tendrán que descubrir sus tonos originales y detectar sus dorados perdidos. Todos estos trabajos se realizan en paralelo con obras de ingeniería básica, como cambios de descargas pluviales y otras cañerías, y cableados de todo tipo. La diferencia es que todo contratista que entre al palacio ahora está bajo órdenes de no tocar nada sin intervención de los restauradores, que cortan pisos o paredes del modo apropiado, esperan que termine la obra y luego reparan según las reglas del arte. Esta revolución copernicana en las prioridades también rige los trabajos de arreglo de los patios internos, en etapa de arranque, y las complejas licitaciones para empezar y dejar en marcha la restauración de los exteriores del palacio, que raramente en Argentina son de piedra verdadera.

Gabriel Cano / HCDN

Y en el tercer piso hay una pequeña joya patrimonial de un tipo ya raro en este país de demoliciones y manitos de blanco. Es el pequeño Salón Néstor Kirchner, que era una ruina de humedades, caños puestos así nomás, cables colgando y maderas arruinadas, de muros de un color indefinido y manchado. Los cateos revelaron un sistema ornamental de los de antes, con stencil y puntillé, de pinturas al aceite. Después de retirar caños puestos a la bartola, cables y otras acreciones, los muros se decaparon a bisturí –literalmente, lo que equivaldría a pulir pisos con un cepillo de dientes–, se restauraron y repintaron. Con los parquets impecables, nuevamente ocultando cables y sistemas, y con aire acondicionado sabiamente oculto, el Salón ahora es una muestra del gusto eduardiano con que se decoró el palacio.

El PRIE fue una agradable sorpresa cuando arrancó y empezó a quedar en claro que nadie iba a poner nada “en valor”, sino que se iba a restaurar, con todo el conocimiento posible –varias universidades, personal especializado, técnicos eruditos– y bajo órdenes de hacer las cosas bien. Cuando se votó la compra del edificio de El Molino, Domínguez habló de revertir esa imagen de decadencia física que ya parece inseparable de todo edificio del Estado. La restauración de Diputados ya está siendo la vara con la que se podrá medir el cambio.

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Esteban Pardo / HCDN

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