La diseñadora Alicia Roselló es precursora del movimiento “maker” en Barcelona. A su tienda Duduá le suma talleres, la gran feria Festivalet y el libro 30 proyectos para la vida moderna.
› Por Luján Cambariere
Desde barcelona
Egresada de la carrera de Diseño digital y animación, una vez que se vio título en mano entre computadoras las 24 horas del día, le dio un ataque. Vivir entre “ordenadores” no era lo que deseaba. Lo que hizo fue correr a la matriz, a pedir a su tía que le enseñara a tejer crochet o, dicho a la española, ganchillo. Al principio no fue fácil, porque el punto era apretadito, los hilos finitos y la tía de la edad de su abuela, muy exigente. Pero casi enseguida empezó el descubrimiento de un submundo de neoartesanos, sobre todo japoneses, que hacían del ganchillo un arte mayor.
Alicia Roselló abrió en 2006 un local para estas cuestiones en el Borne barcelonés y comenzó a vender productos de diseñadores de todo el mundo, a hacer talleres y a organizar un sinnúmero de ferias y exposiciones. Esto decantó en el Festivalet, la gran feria que se acaba de mudar a Gràcia. Y en libro que acaba de lanzar, 30 proyectos para la vida moderna, junto a su socia en alguna de estas andanzas, Nuria Picos Rodríguez, y que da cuenta de un mundo hecho con las manos.
¿Cómo pasas del diseño digital al crochet?
–Trabajando todo el tiempo en el ordenador, tenía necesidad de hacer algo con las manos. Investigando por Internet vi que en Japón eran un boom los amigurumis (muñecos) con desarrollos increíbles, pero acá la técnica del ganchillo, que ustedes le dicen crochet, era siempre lo mismo: el tapete, la colcha. Y me pareció fabuloso modernizarla. Entonces llamé a mi tía, que es mayor como mi abuela y es crack del ganchillo, y le pedí que me enseñara. Corría el 2004 y nadie hacía ganchillo aquí. Le llevé fotos de lo que quería hacer como si hubiera encontrado el tesoro, pero ella empezó a hacerme aprender con una aguja pequeñita e hilos mínimos. Lo bueno fue que aprendí la técnica bien. También empecé a probar la serigrafía autodidacta, porque mi generación en el cole no hacía nada de nada. Socialmente se veía como algo muy viejo, pero yo le veía muchísimas oportunidades y que se podía evolucionar mucho más. Además es mágico convertir un ovillo en algo nuevo. Y la técnica se estaba perdiendo. Empecé a investigar. Vi que en Estados Unidos había muchas cosas, entre ellas una chica Faythe Levine, de Milwaukee, que investiga el fenómeno de lo hecho a mano y ahí terminé la carrera, y pensé “qué rollo, ahora me voy a poner a hacer logo”. Entonces me decidí a montar una tienda para vender productos hechos a mano de diseñadores de todo el mundo. Y romper el esquema de que cuando decías artesanía todo el mundo se imaginaba algo viejo, antiguo, no contemporáneo. Fue en ese momento del boom digital cuando nació Duduá, con la intención de recuperar las técnicas artesanales que formaban parte de nuestra historia y cultura y que habían sido relegadas a pasatiempo de sofá para mayores de sesenta años.
¿El nombre?
–Acá en Barcelona hay todo un tema con los idiomas –español y catalán–, ya que muchas veces pertenecen a ideologías y modos de pensar diferentes, así que quería un nombre que no existiera tampoco en inglés. Duduá era una palabra de un estribillo de una canción de un grupo que me gustaba mucho, y me gustó y quedó. En el piso de arriba hacía exposiciones y talleres. Traje amigurumis de todo el mundo, hasta con forma de sushi. Y luego, como yo quería aprender y no podía ir a otro lugar, vinieron a enseñarme a mí y a otros amigos en el local, con lo que al tiempo sumamos clases. Luego costura, encuadernación. Y siempre me inventaba algo, porque estaba en una calle muy pequeña, con poco acceso, donde había que llamar la atención de la gente para que se acercara. Así que, por ejemplo, hacíamos concursos de pasteles de fantasía. Con el tiempo y la crisis decidí cerrar porque se hacía muy cuesta arriba y unos vecinos de allí me comentaron que abrían una gran tienda en otra zona, y tenían espacio y mudé mis petates a esta región donde estoy ahora sumando nuevos talleres.
¿Cómo surge el libro?
–Editorial Planeta me propuso hacer un libro de tutoriales. Yo nunca lo había pensado, pero ellos querían que fuera un libro por alguien con experiencia local, ya que siempre venían de afuera traducidos. Yo quería entonces poder presentar Duduá, cuestión que el libro está formado por treinta proyectos con sus tutoriales paso a paso, pero también están las cosas que hemos hecho y nos gustan, como el concurso de pasteles de fantasía o la guerrilla de ganchillo.
Contanos de la guerrilla del ganchillo...
–Yo trabajo en radio, y ahí hablando de propuestas de otros países que salen a la calle a tejer surgió la idea de utilizar el móvil de la radio pero para causas sociales. Así salimos a tejer una gran alfombra a una plaza del centro para generar conciencia de la necesidad de la creación de más espacios verdes en la ciudad, otra vez tejimos candados para las bicis en una época en que había muchos robos y otra nos encadenamos a un banco con barbas para pedir más presencia masculina en las labores.
¿Todo lo hacés vos sola?
–Sí, pero hubo un tiempo, en 2011, en que estuve un poco agobiada, por eso desde entonces sumé para algunos proyectos a una amiga Nuria Picos. Con ella hicimos el libro, ella además es la profe de bordado, ya que estudió en el Royal School of Needlework de Londres y realizó proyectos varios, como “electrotextil con leds”. Pero si, en definitiva, soy muy de como decimos aquí: “yo me lo guiso, yo me lo como”.
* Duduá: Diluvi 5, Gràcia, Barcelona.
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