En Arcos y Roosevelt ya construyen una que los vecinos denuncian está fuera de las normas, mientras en Olleros denuncian que viene otra.
› Por Sergio Kiernan
Una de las decisiones políticas que deberíamos tomar los porteños es la de prohibir las torres, transformándolas en una rareza, algo del borde de la ciudad, de los suburbios o de zonas especiales. En el contexto porteño, esto parece una utopía o una extravagancia, pero en este mundo hay tantísimas ciudades sin torres, sin nada tan alto. Imitar a Nueva York –o más patético, a Dallas– para quedar como San Pablo no es un destino natural, una definición de normalidad.
El verdadero problema de las torres no es su existencia misma, sino su inserción en el tejido urbano. Esas berretadas de Puerto Madero que fueron tan útiles para blanquear dinero y siguen sirviendo para guardar dólares, son una mancha en un horizonte de la ciudad, pero al menos están aisladas. Quien quiera entender la diferencia no tiene más que arrimarse a esas cuadritas, pararse al lado de los monstruos e imaginarlos en un lugar real, urbano, y no en el barrio cerrado del puerto. Así se entiende muy rápido que descajetan toda escala, dejando todo el entorno reducido a maqueta y la gente a hormigas.
Los especuladores inmobiliarios entienden esto, no se crean, pero se lo pasan por las partes porque tienen una sola prioridad, la de maximizar el rendimiento de la tierra. Ya sea porque consiguen una pichincha y se van para arriba o porque les cobran duro y tienen que amortizar; la cosa es que la altura es lo único que importa. La ciudad ya está constituida de edificios de todo tamaño caracterizados por las líneas horizontales, subproducto de la obsesión por la altura. Como hay un límite, cada piso tiene el vano mínimo que exige el código, con lo que es imposible toda proporción.
Y pobre del que proponga levantar estas alturas mínimas para obtener edificios bien proporcionados, como los racionalistas... será despedido o considerado un gil por sus colegas. Perder de ganar un mango es pecado mortal en ciertos círculos, con lo que el contador es quien dirige el diseño del edificio.
Es lo que acaban de descubrir los vecinos de la plaza Alberdi, plena Comuna 13 de Belgrano camino a Núñez. En la esquina de Roosevelt y Arcos, los especialistas en apilar cemento de Mirabilia están construyendo otra torrezota con “ammenities”, 25 pisos, locales y un aspecto de Muro de Berlín masivo que está también de moda para aprovechar mejor los terrenos. Mirabilia es quien perpetró otras torres cercanas en Gorostiaga y Tres de Febrero, y en Soldado de la Independencia y Eslovenia, y también el espectacular espanto doble llamado Mirabilia Palermo.
El gobierno porteño, por supuesto, no hizo nada más que sellar y colacionar los papeles para que la torre se haga, englobando parcelas y eligiendo libremente dejar espacios abiertos –las ammenities– para poder irse para arriba. No extraña, porque en general cuidan su industria favorita, pero además los Mirabilia tienen una relación de privilegio con la mesa más chica del macrismo. Los vecinos acusan que el edificio existe sólo por una excepción al código sólo explicable por un caso de favoritismo.
Sucede que esa esquina está zonificada como R2aII, residencial y de una altura moderada. De ninguna manera y bajo ningún concepto se puede trepar a los 25 pisos, lo que más o menos triplica la altura máxima permitida, excepto... que uno deje terreno libre y apile todos los metros legales en un edificio de menor planta y por lo tanto mayor altura. Esto puede no violentar penalmente los reglamentos, pero ciertamente no es la idea de crear zonas residenciales, sobre todo en un barrio célebre porque las calles parecen desfiladeros oscuros por la altura de todo.
Los vecinos apelaron, protestaron, presentaron escritos y fueron prolijamente ignorados por el gobierno porteño. Les fue mejor en la Defensoría del Pueblo de la CABA, que el 16 de diciembre consideró que “la obra autorizada no cumplimenta con las normas de tejido vigente debido a que la altura y la superficie autorizada triplican lo permitido para el distrito”. La Defensoría agregó que tampoco se cumplen “las disposiciones establecidas para alturas de edificios en esquina y planta baja libre”.
El problema es que los defensores sólo pueden dirigirse a los funcionarios involucrados, pero no paralizar nada. Con lo que el final de la nota es para que Guillermo García Fahler, director general de Registro de Obras y Catastro, “disponga la revisión” de los permisos. Buena suerte con eso.
El edificio, como muestra la foto, ya está crecidito y tomando la forma apabullante que Mirabilia muestra con orgullo en el sitio web creado para venderlo. El nivel de alienación es tal que ellos mismos exhiben cómo la torre tapa todo en un render que, indican, es “la vista desde la plaza”. El diseño es la mediocridad habitual, sin ninguna gracia arquitectónica que lo rescate. Sobre Roosevelt se estira un volumen bajo con los locales y la piscina en el techo, mientras que sobre Arcos el edificio se retira para dejar un poquito de jardín. Los renders de interiores deschavan terminaciones de madera berretita, techos bajos, mucho vidrio montado en metal doblado y una notable proliferación de baños, nuevo signo de status. En la sanata marketinera de rostros sonrientes, gente joven, muebles de revista de decoración y niños felices, los balcones pasan a ser “terraza” aunque tengan menos de ocho metros cuadrados.
Para unir el insulto a la injuria, el gobierno porteño está “mejorando la plaza”, lo que incluirá un enrejado. Los vecinos están tratando al menos de evitarse esta segunda cerrazón en su barrio y realizan jornadas y actos. Los ayuda la Comisión de Asuntos Sociales del Consejo Consultivo de su comuna, y se comunican por medio de comisión13sociales de Facebook.
Mientras, en la linda calle Olleros se prepara otra pequeña tragedia urbana muy parecida. La cuadra del 1900 es la parte en la que se acaba el bulevar, justo arriba de Luis María Campos y enfrente de la embajada de Alemania, la que tiene el mejor parque y destruyó una notable residencia patrimonial. En el 1965 se puede ver una de las casonas que fueron la gloria del barrio y todavía lo son si se sube un par de cuadras más. Es un edificio de planta baja y dos pisos en un vago estilo americano, de ladrillos –zonzamente pintados de blanco– que regla confort y se monta muy bien en el raro relieve del barrio y la calle.
Pues los Vecinos de la Calle Olleros denuncian que la van a demoler para construir un edificio de diez pisos, lo que supera por mucho los cuatro permitidos en el barrio por ley. Estos vecinos afirman que pidieron los detalles del trámite por la ley 104, la de difusión de los actos de gobierno, pero no les dieron ni la hora.
Quien se acerque al lugar podrá ver la casa entera, pero cachuza, con sus ventanales medio abiertos y las hojas del primer otoño sin barrer. No hay cartel, no hay señales de demolición, pero sí una posible explicación a la altura inesperada: hay otros edificios en la cuadra. Como se sabe, los macristas a cargo de estas cosas siempre están dispuestos a hacer favores a la industria, y uno muy jugoso se llama “enrasamiento”. Si uno tiene un lote con zonificación baja entre dos edificios más altos, construidos en tiempos felices cuando se dejaba especular en paz, es normal dar una excepción para que no quede un hueco, algo tan feo.
Esta es la teoría del “diente cariado” que tantas alegrías les dio a los constructores, permitiendo demoler edificios patrimoniales que quedaron encerrados entre monstruos. Por supuesto, el erario no ve ni un pesito por estas cosas, con lo que los vecinos de Olleros terminan subsidiando la destrucción de Olleros.
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