› Por Jorge Tartarini
La ciudad no siempre le dio la espalda al río. Y de ello dan prueba los tiempos de la Colonia y también los que siguieron durante la Independencia y los años de la Gran Aldea. Pero luego de la aparición del Puerto el cambio de usos y costumbres y otros factores alteraron drásticamente la relación con el río. No obstante, hubo sectores de la ribera que no resignaron sus viejos usos y en ellos la Comuna llevó adelante en los años ’20 una efectiva renovación que permitió multiplicar su concurrencia.
La idea de transformar el tramo de ribera entre Belgrano y Brasil en paseo y balneario públicos surgió durante la intendencia de Joaquín Llambías, y el encargado de los trabajos fue el paisajista Benito Carrasco. El lugar desde años atrás era concurrido por familias modestas los domingos para tomar mate al aire libre, y los bañistas se internaban en carros para higienizarse, con la idea de no ser vistos. La revista Caras y Caretas había bautizado el lugar como el “Balneario de los pobres”, por la gente del suburbio desprovista de ropa y con “modales poco urbanos”, que allí frecuentaba.
Un sofocante 11 de diciembre de 1918 fue inaugurado el “Balneario Municipal del Sur”, en medio de una multitud entusiasta –estimada por la prensa en cien mil personas– que se agolpada en la rambla. Horas antes había caído un chaparrón, pero el público permaneció en su sitio y, luego del acto oficial con misa, himno y salva de 21 cañonazos, invadió rápidamente las explanadas del flamante balneario.
A poco de su inauguración la Costanera Sur se convirtió en el paseo obligado del verano porteño. Durante el día, era un balneario popular con gran poder de convocatoria, mientras que por la noche, visitantes de otro nivel frecuentaban sus confiterías y restaurantes.
A la altura de Brasil, un largo murallón con escalinatas que descendían hacia el río se extendía entre un espigón de hormigón armado y una pérgola semicircular que remataba la avenida Belgrano. Una rambla destinada a peatones poseía amplios jardines en forma de pelouses y motivos florales, con árboles de tipas y acacias y el infaltable equipamiento urbano de farolas y maceteros de bronce importados de Francia. Años más tarde la Costanera se prolongó hacia el norte hasta calle Viamonte, y hacia el sur se completó con un sector en el que se levantaron la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova (Museo de Calcos), el Observatorio Naval del Servicio Hidrográfico Nacional y un lazareto.
El balneario contaba entonces con duchas y 380 casillas individuales para que el público pudiera guardar sus pertenencias, canchas de tenis, fútbol y un gimnasio para los niños. En los predios circundantes se levantaron restaurantes y confiterías, que fueron epicentro de bailes y entusiastas carnavales en las décadas de 1920 y 1930, su época de esplendor.
En 1921 el balneario pasó a depender del Municipio y por la memoria de ese año se sabe que concurrían unos 46.000 bañistas por día y que por el costo de dos pesos se vendían oficialmente trajes de baño, medida de higiene que hizo crecer los ingresos de la Comuna en alrededor de 6 millones de pesos.
El arquitecto húngaro Andrés Kalnay proyectó los restaurantes –gemelos– “Brisas del Plata” y “Juan de Garay” y el magnífico edificio de la cervecería “Munich”, hoy sede de la Dirección de Museos del Gobierno de la Ciudad. Entre los detalles técnicos de este último, cabe mencionar la aislación térmica del sótano, donde funcionaron las instalaciones frigoríficas más grandes del país. En ellas podían mantenerse en frío hasta 50.000 litros, que se distribuían a los distintos ambientes a través de una red de cañerías por la cual podían circular hasta 1500 litros. La “Munich” reunió a personajes de la política, de las letras, del arte, como Hipólito Yrigoyen, Leopoldo Lugones, Alfredo Palacios, Alfonsina Storni, Belisario Roldán, el príncipe Eduardo de Gales y Carlos Gardel.
Con el tiempo, el paseo fue decayendo pero sin perder totalmente su poder de convocatoria. En años recientes, este antiguo mirador del Río de la Plata fue objeto de distintas acciones de recuperación, tendientes a devolverle sus calidades originales. Atractivos que se ven perjudicados, tanto por el molesto vecino erizado de torres que tiene a sus espaldas como por la sobrecarga de uso que sufre cada fin de semana. Este último factor, haría necesario considerar un plan de manejo de su patrimonio cultural, hoy tan necesario como el implementado poco tiempo atrás para el patrimonio natural de su una vecina menos molesta, la Reserva Ecológica.
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