Sáb 05.12.2015
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Desde lo personal

La diseñadora Vero Alfie lanza hoy su colección, One of a Kind, su trabajo más personal, con piezas únicas de su acervo material e inmaterial.

› Por Luján Cambariere

La mayoría la conoce por sus locales y marca propia de indumentaria y objetos, pero la diseñadora Vero Alfie hace muchísimo más. Durante años asesoró a otros profesionales y empresas en el armado de sus colecciones y lidera el proyecto “Visiones”, que da seminarios sobre tendencias, junto a Camila Offenhenden. Además es una amante y ferviente promotora y defensora del universo craft, los oficios y el hacer con las manos, alguien que se capacita en cuanto curso o taller pueda aquí y en el mundo.

Alfie es una profesional ultragenerosa, rara avis es un universo de egos extra large, que hoy presenta en su local de Palermo una de sus colecciones más personales, One of a Kind. Es una joya de 35 piezas únicas confeccionadas con reliquias familiares y materiales atesorados en sus viajes por diferentes rincones del planeta, comprados sobre todo en mercados y ferias. Algodón, lino, puntillas, bordados y encajes de manteles antiguos, servilletas, toallas en técnicas ancestrales que resignifica con mirada contemporánea y ofrece en pequeñas dosis a todo el que valore lo mejor del pasado y el presente. Y sobre todo la puesta en valor de estas piezas, que por su factura original y la re-visionada, son verdaderos tesoros materiales.

¿Cómo fueron tus comienzos?

–Tengo 48 años, estudié escenografía y vestuario en la Universidad del Salvador. Me gustaba mucho la moda, pero no estaba la carrera, que abrió más tarde. Yo egresé en el Liceo 12 en 1985. Quería seguir diseño gráfico o indumentaria pero después me empecé a contactar con gente que estudiaba escenografía y me pareció una carrera super completa por el tema del vestuario. Ya antes de recibirme trabajaba en moda a raíz de que mi papá era textil. Mientras estudiaba comencé a fabricar ropa con las telas de mi papá y una socia y empezamos a vender un montón a marcas como Anonimato, Via Vai, las que existían en ese momento de jolgorio total, la vuelta a la democracia, Alfonsín, que fueron épocas maravillosas. En el 89 fue el concurso de diseñadores de Alpargatas. Un año antes había participado de la Bienal de Arte Joven. Fui finalista de Alpargatas. El premio consistía en una beca para trabajar dos años en la empresa. No gané, sino que fui finalista, pero quien ganó, Guillermo Mendoza, eligió trabajar conmigo porque ya fabricaba y ya estaba muy metida en la moda. Ahí conocí a Ruben Yagmourian, dueño de Yagmour, una marca que empezaba a hacer un cambio. Dejé de fabricar y me fui a trabajar con él. Hasta entonces en las empresas se copiaba bastante, no había algo profesional. Era la primera vez de tener una persona especializada en producto en una época de muchísima demanda, donde se hacían muchas colecciones por temporada. Ahí trabajé a full entre 1992 y 1996. De ahí pasé a Vitamina. Nos creíamos primer mundo. Hacíamos mucha ropa en Italia y tuve la oportunidad de formarme en lo que hoy se llama sourcing, básicamente hacer el producto en la parte del mundo que se tenga que hacer. Hablo de la época menemista. Después pagamos las consecuencias.

También enseñaste.

–Cuando se abrió la carrera, fui docente. Después estudié cursos varios en Nueva York. Los noventa para mí fueron de perfeccionarme. Estudié tendencias en el Fyt. Volví, abrí mi estudio de diseño para asesorar marcas y a los cuatro años empecé con la propia. Entonces tenía mi marca y treinta clientes de todo tipo, desde Jazmín Chebbar hasta Todo Moda. Lo mío básicamente es el diseño de colección. Cómo tiene que estar estructurada, cuántas prendas de arriba, cuántas de abajo, mi especialidad es ésa. Cómo armar una marca comercial y una colección. Hoy me encuentro ocupándome exclusivamente de la mía y del seminario de tendencias que desarrollamos con Soledad. Hoy damos dos de moda y micro y macro tendencias en Argentina y por Latinoamérica.

¿Tu ADN?

–Hacer una marca fresca, que no pase de moda, actual, con detalles muy femeninos y románticos. Detalles y buena calidad.

Además sos súper hacedora con tus propias manos...

–Mi desahogo y relax pasa por aprender oficios. Coser, bordar. Soy muy defensora de que un diseñador tiene que aprender y saber bordar, coser o tejer y de que hay que volver a los oficios. Vos ves un mantel antiguo y esas telas hoy no las tenés, pero se pueden volver a hacer, por eso hay que aprender. Además hoy hay un revival de todo eso. A todas las chicas les gustan. He festejado cumpleaños con mis amigas haciendo cosas crafties y todas felices. La razón social de mi empresa, la que abarca todo, se llama, de hecho, Crafty. A mí me encanta la identidad. Yo hago de todo. Y vivo haciendo cursos y talleres. Mis colecciones siempre tienen algo hecho a mano o una recuperación ancestral. La riqueza para mí hoy esta ahí. Ese precisamente es el nuevo lujo. Es lo único que nos va a diferenciar. Porque realmente no es lo mismo una camisa de seda natural que de poliéster. Si vos tenés una camisa clásica con un bordado a mano en el cuello, la gente lo va a valorar. En un mundo tan estandarizado y aburrido, los materiales nobles y las técnicas originales son fundamentales. Sobre todo hoy, que la compra de un celular compite con la de un vestido, entonces si hacés productos exclusivos, lográs que la experiencia de compra sea espectacular. Tiene que tener magia. Algunos lo hacen a través del humor, por ejemplo, y yo lo hago a través de los detalles.

¿Qué perlitas a nivel técnicas o materiales aplicás?

–Por ejemplo las randas tucumanas que descubrí hace dos años y me apasionaron. Muchos diseñadores me preguntan cómo hago para exportar y yo siempre digo que creo que lo logro de ese modo. Trabajando con lo propio. Ahora estoy trabajando para mi colección de invierno con Ramón Baigorria, artesano tejedor de ponchos exquisitos de Belén, Catamarca. Y están quedando unas prendas increíbles.

¿Qué cosas disfrutás más y cuáles padecés de tu trabajo?

–Padezco firmar cheques, los impuestos y lo que más me gusta es generar estos proyectos cápsulas dentro de mi marca. Para ellas soy muy abierta a trabajar con otros. No soy de las que hacen las cosas sola. Si veo algo que me gusta siempre propongo trabajar en grupo o dupla. Sobre todo porque además es importante que los diseñadores entendamos que lo que más importa es el hacer. Si no nos quedamos en el discurso sin contenido. Además eso refresca mucho la marca. El año pasado saqué una línea deco –objetos de cerámica– y fue un exitazo y este año seguimos con esta edición limitada.

¿Lo más fácil y lo más difícil?

–Lo más difícil es hacer cosas exclusivas porque no tenemos acceso a muchos materiales y sobre todo lograr el precio, porque estos últimos años no fuimos competitivos. En el 2003 empecé a exportar y se complicó en 2012. A mí me gusta el tema de marcas posibles. Hoy pienso que falta una marca de la región más masiva, que trascienda los límites de Latinoamérica primero y no tener cadenas extranjeras invadiéndonos. Ese para mí sería un golazo del Mercosur. Unirnos varios países para crear y producir juntos y venderle al mundo prendas accesibles.

Contanos de esta nueva colección tan especial ...

–Son piezas únicas, resultado de 15 años de juntar y atesorar manteles, puntillas. Viajar por mercados del mundo de ciudades como Londres o Boston e ir comprando piezas súper especiales. E hice como en la película La fiesta de Babette, donde la protagonista se gasta toda una herencia en una cena. Yo agarré muchas cosas que coleccioné durante años y las puse al servicio de esta colección. Me dicen si no me da pena, por ejemplo, usar el mantel de mi abuela y explico que hoy quiero festejar así. Entender que cada pieza tiene su historia. Más que nada, las prendas salieron de toallas, manteles, cortinas y fue muy diferente de producir una colección tradicional porque fue tomar cada pieza y estudiar dónde poner el calado, por ejemplo, y luego decidir el resto y adecuar la moldería a eso. Además, ni bien la empecé a contar, la gente se súper enganchó. Se despertó algo increíble. Hay mucha puntilla, bordados de vainillas, puro algodón. Ninguna pieza se repite, son numeradas. Una gran puesta en valor.

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