› Por Sergio Kiernan
La postal tiene más o menos un siglo y es en rigor una foto con el dorso preimpreso, como se estilaba en esa época. Casi iridiscente de tanto nitrato de plata, fue impresa y vendida por la mítica librería Michell’s de Cangallo 580, y apareció hace unos días en una caja de postales en San Telmo. Además del cielo completamente despejado de medianeras, cableríos y torres que enmarca el palacio Pizzurno, descripto como “Board of Education Building, Buenos Aires”, llama la atención que todavía no existía el segundo piso del edificio. Donde estamos acostumbrados a ver una mansarda negra que más o menos copia la central, aunque con ventanas horizontales bastante truchas, se puede ver una terraza con balaustrada y copones, muy italiana. Es tentador ponerse a especular sobre qué pensarían los que odian los “falsos históricos” y le hubieran encajado al Pizzurno un segundo piso de hormigón y vidrio, como le hicieron a la pobre facultad de Ciencias Económicas en la avenida Córdoba. Pero el objetivo de estas líneas no es el palacio sino lo que está adelante.
En agosto del año pasado se terminó la remodelación de la plazoleta frente al edificio, un espacio que no estaba incluido en la declaratoria de monumento histórico del palacio, ni en la de la plaza Rodríguez Peña, justo enfrente. Por eso, el gobierno porteño le dio rienda suelta a su imaginación y creó un horror exantemático de bloques de cemento grises y colorados, mesas de hormigón y cubos cementosos con hierros insertados para usar de asiento. La plazoleta ganó además una reja alrededor de su mástil, que no estaba en absoluto vandalizado, y se transformó en un lugar visualmente complicado y materialmente berreta.
A la comparación con lo que había antes de esta obra vergonzosa, canteros simples con feos bordes de ladrillo suburbano, se le puede agregar lo que estaba hace un siglo y que se descubre en la postal. Lo que se alcanza a ver es que no había mástil sino un monumento ecuestre con la República al pie y dos delicados parterres con flores. Lo interesante del asunto es la perfecta unanimidad entre el edificio y la plazoleta, que se hacen compañía sin rupturas ni discordias. Para más, el edificio es nacional y la plaza municipal, y de hecho la plazoleta fue creada para darle perspectiva al flamante palacio educativo, lo que muestra dos instancias de gobierno diferentes trabajando en sintonía.
Los ejemplos de este tipo abundan, con el diseño público acompañando el entorno, sea oficial o privado. La plaza Pellegrini, paquetísima en Alvear y Libertad, fue concebida como pendant a los palacios y todavía pega perfectamente con su entorno. Y las plazas de Puerto Madero, modernosas y algo estériles como son, funcionan perfectamente entre la frialdad urbana de las torres y la vocación de country que tiene ese barrio. ¿Por qué entonces hacerle un bodoque de bloques de cemento coloreados al Pizzurno? Además de la incompetencia y el mal gusto de los autores, que ya deberían haber devuelto sus títulos profesionales, hay una pérdida de memoria y un evidente clasismo: la Pellegrini está en el corazón de Recoleta, el Pizzurno en el Centro y para peor la usan los emos... Es por tonteras así que el gobierno porteño termina resultando un factor importante en el deterioro de la propia ciudad que tiene que gobernar.
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