Montevideo restauró su maravilloso y olvidado Mercado Agrícola como proyecto de inicio de la revitalización de un barrio en crisis. Y está funcionando.
› Por Sergio Kiernan
La confusión entre progreso y novedades es una de las difíciles de aclarar, porque presenta la ventaja irresistible de ser lucrativa para los que la sostienen. Este amplio sector incluye el marketing, que te hace sentir adorable y moderno con tu nuevo lo que sea, y también a los especuladores inmobiliarios. La receta para los problemas urbanos resulta la misma en ambos casos, porque ambos sectores venden básicamente lo mismo, con lo que los problemas de un barrio se solucionan con juguetes -farolitos chinos, bancos incómodos, esculturas berretas de ídolos- y con superconstrucciones feas, altas y rentables.
Pero resulta que nada de esto es cierto, como puede comprobarlo quien se de una vuelta por la capital uruguaya y vea el muy hermoso Mercado Agrícola de Montevideo, una joya del Art Noveau escondida por atrás del parlamento. Con casi una manzana de superficie, el MAM es el proyecto patrimonial con el que el municipio local arrancó un proceso de recuperación de un barrio cuyos problemas son evidentes.
Hay que comenzar por la geografía, porque esta zona de Montevideo no es de las que los visitantes recorren. Desde el Centro se toma la avenida Lavalleja, un proyecto de Diagonal muy ambicioso y de a cuadras muy logrado, con piezas importantes de ese modernismo uruguayo tan estético. Son unas cuantas cuadras y el conjunto resulta desparejo, en particular a mitad de camino, ya lejos del Centro pero no tan cerca del edificio legislativo. Al llegar al final de la avenida se entiende el problema, porque el notable Congreso uruguayo -un palacio espectacularmente bien decorado, con una piel de piedra clara envidiable y conjuntos estatuario estupendos- surge aislado en una enorme plaza redonda. El tránsito en este carrefour es intenso y por eso el lugar mata a su entorno, reducido a “eso alrededor de los autos”.
Quien se anime y cruce tendrá que pasar por una plaza modernuda que le encantaría a los macristas con sus cementos y hormigones, vacía y sin uso. Atrás arrancan las maravillas: los edificios universitarios de Medicina y Química, decenas y decenas de casas de todo tipo, formato y época, locales precioso, cafés a la antigua, todo casi sin irrupciones del estilo comercial actual. Entre esas calles de barriada obrera se encuentra de golpe el MAM, cuyo uso original era más como el de nuestro Abasto y que también originó un barrio propio.
Después de la caminata, queda en claro que este barrio de uso específico tiene los mismos problemas que nuestro Abasto, con poblaciones críticas y un stock de edificaciones patrimoniales con usos marginales. Pero en lugar de un shopping guarango, los orientales eligieron una reutilización que no oculta el edificio detrás de las cartelerías. El Mercado puede ser disfrutado en toda su estética y su sencillez. Por afuera, sus muros de símil piedra muestran un trabajo rítmico de texturado que le da movimiento y compensa la horizontalidad. Las gráciles torrecitas sirven al mismo fin, agregando toques de herrería y un poco de ludismo a lo que finalmente es un gran galpón. Las entradas son invitantes, en particular la principal sobre la calle La Terra: el arco de mayólicas Art Noveau y el cartel del mismo material, colgado de la herrería, son simplemente irresistibles.
Y no hay por qué resistirse, ya que al entrar uno es recibido por la espectacular techumbre del lugar. Ingresar a un mercado de este tipo es mirar para arriba, esperando una estructura metálica de las que, de Eiffel para acá, se esforzaron por deleitar además de sostener techos. En este caso, se le suman hectáreas de madera rojiza impecablemente limpiada y restaurada, todo iluminado por los ventanales originales. De hecho, este es otro detalle sabio de la restauración del lugar, la falta de “novedades” en el planteo de luz que deformen el espacio original.
El MAM actual mantiene su rol de mercado, ahora dirigido a la venta por menor, y se estira con herboristerías, una especiería de primera línea, varios excelentes cafés y restaurantes, y un bazar gastronómico. Se le agregaron negocios de otros rubros y, siendo Montevideo, una librería, y no faltan cosas como promociones de grandes marcas y autos en cuotas. Hasta hay un supermercado en el feo anexo... Pero no hay ni un gesto que tape el edificio, con lo que se nota un estricto código interno de uso, exactamente lo que nunca hay en los casos argentinos. Hasta está el detalle del par de locales construidos en oficinas originales del edificio, que se componía más que nada de puestos, que conservan sus pavimentos originales, unos encáusticos bien elegidos.
El mercado ya está dando señales de que funciona como atractor y revitalizador de su barrio. Justo enfrente están reciclando un enorme edificio de apariencia industrial, que ya tiene un sector de viviendas y está terminando otros dos. Y por todos lados se ven carteles de venta de casas y otros edificios.
Mientras el uso del patrimonio como herramienta económica y urbana se extiende por la ciudad, en el barrio histórico se siguen viendo novedades. El hermoso Museo Nacional de Artes Decorativas -por allá usan el plural- está comenzando una necesaria restauración. Por la calle Artigas se encuentran locales nuevos, como un restaurante que combina anticuariado con gastronomía: te sirven con vajilla de época y si te gusta te la llevás. El Cabildo, al fin, luce su fachada restaurada y sin andamios.
En la calle 25 de Mayo, el Museo de Arte Precolombino e Indígena ya está muy avanzado en la restauración de sus vastos y lindos interiores. Como recuerdan los lectores de m2, el edificio fue creado como un spa acuático y hotel, pero pasó largos años como comando de la Armada y luego fue abandonado. El Museo surgió como una coproducción de privados, del Estado nacional y del Municipio, y su restauración dobla como taller para una escuela de oficios constructivos perdidos.
Hablando de coproducciones, esta semana el MAPI inauguró una exhibición etnográfica que reúne al Museo Ruso de Etnografía de San Petersburgo y a la Diputación de Valencia, a través de su Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad, y su Museo Valenciano de Etnología. La muestra se dedica a Siberia y presenta treinta trajes, atributos, esculturas y otros objetos rituales de los chamanes de por allá. Y también un centenar de fotografías tomadas en diversas expediciones rusas de hace más de un siglo, que prueban al más negado que aborígenes siberianos y aborígenes americanos son un solo pueblo. Es sencillamente imposible no ver los parecidos, aun en contextos tan diferentes.
El material es tan impresionante que el responsable de Patrimonio de la Diputación, Joan Gregori, y el director del MAPI Facundo de Almeida están en Buenos Aires en este mismo momento para traerla de gira cuando cierre en Montevideo. Es que los valencianos les donaron las fotos a los uruguayos, con el compromiso de mostrarlas por el continente.
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