Sáb 18.06.2016
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Un mundo de cacharros

La marca de cerámica del pajarito usa una técnica primitiva con
una paleta de colores fuertes y una sensibilidad moderna

› Por Luján Cambariere

Marysol Portela estudió cerámica en el secundario y en la misma escuela municipal hizo su tecnicatura después de un largo viaje recorriendo Centroamérica con varias de sus compañeras ceramistas. Fue una rica experiencia de formación formal y vital, donde aprendió y experimentó muchas de las técnicas indígenas primitivas que aplica hoy a su colección Mundo Cacharro. Piezas de paleta y estética moderna con macetas, por tazas, todo tipo de contenedores, cuencos y bellas teteras, que fusionan técnicas antiguas con lenguaje contemporáneo y el sello personal de un pequeño pajarito posado en cada una de ellas.

–¿Cómo empezaste?

–Luego de terminar el secundario en cerámica, partimos junto a varias compañeras a viajar por Centroamérica. Fue en esa oportunidad cuando junto a dos de ellas dimos un taller de cerámica en Nicaragua en la Isla de Solentiname. Un hermoso pueblo de artistas campesinos. Con su ayuda encontramos arcilla bajo el lago, cerca de una orilla. Trabajamos el barro y fue como si despertara de una larga siesta de millones de años, ancestros, semillas, cultivos, serpientes emplumadas, volcanes y fuego. Es que ellos trabajaban virtuosamente la madera en una paleta de colores increíbles. El pequeño pueblo nos deslumbró con lo que ya traía en su historia y guardaba en sus manos. Es que la cerámica tiene esa magia de recordar de dónde venimos. Para mí fue una experiencia fundante. Volví y comencé la tecnicatura. Aunque fue luego de mudarme a las afueras de Buenos Aires, tener mi propio taller y empezar a dar clases, cuando arranque con el proyecto propio que creció de un modo tan rápido que al poco tiempo sumé a mi marido, Diego Lorenzi, que es diseñador industrial.

D.L. –Nos conocimos cuando ella estaba terminando la tecnicatura. Yo trabajé mucho en gráfica y en el estudio de mi familia ya que tengo padres y hermana arquitecta pero la cerámica empezó a fascinarme. Aún me extraña que nos la enseñaran en los talleres de la universidad.

M.P. –Que él se incorpora al emprendimiento fue de crucial ayuda porque enseguida sistematizó la producción y armó dispositivos. Yo venía muy aferrada a la manera tradicional de hacer todo demasiado artesanal y cuando él se suma al proyecto, desde otra formación, más libre de prejuicios, empezamos a trabajar con moldes. Que obviamente sigue siendo trabajar de un modo artesanal pero con otra dinámica.

–¿Cómo nace la colección?

M.P. –A mí la cerámica siempre me fascinó pero no le había encontrado la vuelta al color, siempre me faltaba algo. Paralelamente amaba la técnica del esgrafiado, que es muy primitiva, así que cuando empecé con lo propio no dude en aplicarla pero empleando una paleta de colores propia y mis dibujos más contemporáneos. Me encanta dibujar pero sobre la pieza así que se fue dando. Empecé hace tres años, con un minicuenco, todo a torno, a mano, siempre con el pajarito.

–¿Cómo es la técnica?

M.P. –Yo utilizo en todas mis piezas el esgrafiado. Siempre me gustó, aunque el esgrafiado tradicional es en tonos tierra. Como a mí me gusta pintar y dibujar con mis herramienta, sobre las piezas, empecé a aplicar mis ilustraciones y mi paleta a mis piezas. Mucho tuvo que ver el haber descubierto en el taller de alfarería en gres de Maximiliano Abbiati la alta temperatura con la posibilidad de sus colores. Toda la cerámica precolombina esta esgrafiada. Estamos super acostumbrados a verla pero quizás en color y creo que eso es lo que más llama la atención de mis objetos.

–En tus piezas se nota el trabajo de ilustración.

D.L. –Es increíble verla dibujar las piezas en el momento. Por más que usemos para algunas moldería, todas terminan pasando por sus manos. Es muy lindo verla decorar a mano alzada cada una. Cada flor, mini gaviota o detalle que dibuja. El las piezas se ve la historia y sensibilidad de sus búsquedas.

–Y así se fue agrandando la familia?

M.P. –Sí, a los cuencos se sumaron frascos, macetas, teteras con asas de madera de pinotea que hace Diego, el minicuenco y nuestro hijo Milo de siete meses. Es hermoso poder trabajar desde acá, manejando todo el proceso. Mundo Cacharro nace con el deseo de hacer aquellos pequeños objetos de nuestra vida cotidiana distintos, diferentes, llenos de color. Trabajamos el barro con amor, y esperamos que eso se refleje en lo que hacemos.

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