Entre hoteles
Como parte del programa que busca revitalizar la hotelería de la Avenida de Mayo, el Castelar cumplió otra etapa y restauró su spa.
Si se piensa en la importancia de una calle en términos de hoteles –como si fueran una divisa–, la Avenida de Mayo fue el centro del mundo. Viviendo en esta Buenos Aires volcada al lado norte, cuesta pensar la ciudad con Irigoyen, o Victoria, como se llamaba entonces, como gran calle comercial y la Avenida como lugar de paseo, política y compras, el lugar donde pasaba todo, Santa Fe y Corrientes fundidas con grandes confiterías y bares de fuste.
La Avenida no es lo que era, pero sigue siendo una pieza única y en proceso de sanación. Fue la primera obra urbana preplaneada, antes que las diagonales y la 9 de Julio, y fue construida, subte y todo, en pocos años, lo que le da una unidad visual sólo rota por las demoliciones que reemplazaron edificios nobles y coherentes por ejemplares de ínfimo valor. Una parte del trabajo es el programa de la Ciudad que busca revitalizar la hotelería del lugar, parte del trabajo de la secretaría de Cultura en el Casco Histórico.
El boom turístico que vive el país puso en caliente el tema hotelero, que recibió fuertes inversiones. La más visible es la de grandes capitales para grandes emprendimientos de alto precio, seguida por decenas de hoteles de mediano precio y tamaño, varios situados en edificios reciclados. Algunos de los viejos hoteles que parecían vencidos por el tiempo lograron una segunda vida, como el Savoy sobre la avenida Callao.
Los hoteles de la Avenida ya no tienen el lugar dominante que supieron tener, y la Ciudad busca reposicionarlos, que es una manera más de reanimar el barrio. Esta es una tarea compleja que involucra al Estado, a particulares, asociaciones locales y ONGs con un lado conservacionista.
Entre los veinte hoteles que marcan la avenida, el Castelar es en cierto modo la excepción. Para empezar, fue el chico nuevo en la clase porque lo inauguraron en 1929, cuando sus vecinos ya habían madurado. Su arquitecto, Mario Palanti, tuvo el tino de no hacerse el modernito y su fachada dialoga bien con el academicismo que impera en la Avenida, está cómoda con sus vecinos.
Francisco Piccaluga, fundador del hotel, era un republicano que bautizó su negocio en homenaje al primer presidente de la República Española, Emilio Castelar y Ripoll, un acto fundacional que marcaría sus primeros tiempos. Cuando en los años ‘30 se pusieron de moda las peñas literarias, el subsuelo del Castelar alojó una republicana y progre, con asistencia regular de Federico García Lorca, Conrado Nalé Roxlo, Alfonsina Storni, Oliverio Girondo y un muy joven y poco conocido Jorge Luis Borges, fan confeso de los republicanos.
García Lorca vivió en el hotel varios meses en su última visita al país, y el año pasado se ambientó su habitación y se montó una exposición en el hotel para recordar los 70 años de su llegada.
El Castelar tiene grado estructural de protección y está pasando por un bienvenido y sostenido proceso de restauración. Este mes, el hotel reinauguró su spa en uno de sus subsuelos, una obra de rescate a un ambiente muy modificado. Se trata del sector masculino –el femenino fue prácticamente hecho a nuevo hace años, y no tiene retorno–, que había sufrido cambios apenas parciales. El trabajo incluyó mucha carpintería, con un rescate de la serie interminable de cabinas individuales, puertas batientes, divisorias con vitrales y armarios que marcan el lugar.
El salón y sus lugares accesorios –salas calientes, peluquería– recibieron instalaciones técnicas a nuevo, fueron despejados de divisiones y alteraciones improvisadas, y fueron pintados y remozados. Donde sobrevivieron, se recuperaron o reconstruyeron molduras y motivos, y se hizo un extenso trabajo en las vitralerías de puertas y paneles. El lugar tiene ahora un bonito bar de madera pesada con una exhibición de vajilla de época, y hasta un pequeño jardín zen.