La original obra del inglés Nick Crosbie, que redescubrió los muebles inflables, creó objetos de la vida cotidiana y acabó con una oficina que se transporta en un balde.
Viviendo del aire
“En lugar de concentrarme en el diseño contemporáneo del
caro, quería dedicarme al masivo con precios al alcance de todos”,
explica Crosbie. Así, ya desde el inicio de su conferencia en el Foro
Argentino de Diseño, cuenta su abordaje al material de sus desvelos.
Como supuestamente no le iba muy bien en la facultad, sus tutores le exigieron
la muestra de su portfolio para ver si tenía o no chances de continuar.
Con ese panorama nada alentador, se sumergió en uno de los talleres de
la escuela, donde se topó con un señor que estaba soldando plástico.
Eso y un padre constructor que le hizo amar los oficios con las manos fueron
su fuente de inspiración para decidirse a presentar un maletín
inflable.
¿Resultado? El producto gustó tanto a sus profesores como a sus
compañeros, con lo que Crosbie decidió ahondar en el material.
“Algo deben tener los inflables. Algo que sin dudas tiene que ver con
sus cualidades emocionales, que lo hacen tan querible y amigable”, pensaba.
Ahí quedó aparentemente de nuevo la reflexión hasta que,
a través de otro trabajo académico, el diseño de una TV
a prueba de agua e inflable, a la que apodó Inflate, se topó de
nuevo con el plástico y sobre todo con el nombre con el que bautizaría
a su empresa.
Corría 1993 cuando decidió explotar finalmente su veta y amor
por el PVC, pero a las fábricas a las que recurre les parece un material
demasiado frívolo o de poco valor para invertir en él. “Eso
me forzó a comprar mi propia máquina y a ser de algún modo
mi propio fabricante. En ese entonces de prototipos, ya que la forma de abordar
el diseño era a través de los procesos a los que podía
acceder. Por lo que empiezo a fabricar diseños que parecían masivos
sin serlo”, detalla. La feria 100% Design, donde le dieron un espacio
a cambio de un producto, lo hizo conocido para la prensa y una de sus piezas,
la huevera, se alzó como emblema vendiendo medio millón de unidades.
Eso lo ubicó en la vidriera del diseño y en poco tiempo hizo,
según él, que el diseño neumático volviera a estar
de moda en Londres. “Ya no teníamos que convencer a nadie. Cuando
un producto se pone de moda, opera fuera del sistema normal de la gente. Todos
querían tener nuestros productos. Todo lo que hacíamos se vendía:
jarras, tarjeteros, bodeguitas, floreros. El tema era hacerlos rápido.
Cuando esto ocurre, es difícil volver a hacer pie.” El tiempo fue
pasando. Desde Inflate abordaron otros procesos de manufactura, como el moldeado
por inmersión o el rotamoldeado. Empezaron a trabajar para infinidad
de empresas, proyectos y hasta otros diseñadores como es el caso de Ron
Arad, con el que hicieron un puf. Y de nuevo fue la sugerencia maliciosa o no
de un profesor que le aconsejó que se abocara a la arquitectura, entre
otras cosas, la que lo hizo empezar a apostar por estructuras más grandes
que aumentaran el valor del inflable. Megaestructuras con las que cada vez amplía
más la escala y, en muchos casos, combina otros materiales como pueden
ser estructuras metálicas, recursos naturales como el bambú o
el concreto.
La mira en el espacio y en lo compacto
En 1998 empezó a construir todo tipo de estructuras modulares y techos
inflables. También juguetes y el balde de diversión para chicos.
“Después pensé en una oficina a la que todos querían
colocar en el marco de una puerta y no en un balde. Me empaqué y el año
pasado salió la Office in a bucket”, relata.
Seguiré pensando es el título del libro que condensa su obra y
es la frase final de su charla en Buenos Aires. ¿Atributos de su objeto
de deseo? “Además del costo, este producto tiene infinitas posibilidades”,
señala. ¿Qué cambió de la estética de los
‘60 al diseño neumático de hoy? “La estética
pop y high tech es inherente al plástico. Es parte de su naturaleza.
Pero antes, por ser nuevo, era un material de experimentación. Y hoy,
los diseñadores que se dedican al PVC deben respetar muchos requerimientos
comerciales que los acercan más a la industria que al arte. Particularmente,
hoy me encuentro haciendo el camino inverso al del inicio. Me meto en la arquitectura
porque es ahí donde encuentro que el inflable va a tener un mayor impacto
en la manera en que vivimos. Cuando empecé, me aboqué a los objetos
que mejoraran las casas de la gente que no podía comprar diseño
costoso. Hoy me importan los espacios y, a través de ellos, también
intento llegar a la gente para hacer su vida más agradable y confortable”,
remata Crosbie.
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