Sáb 19.06.2004
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Aire y PVC

La original obra del inglés Nick Crosbie, que redescubrió los muebles inflables, creó objetos de la vida cotidiana y acabó con una oficina que se transporta en un balde.

Por Luján Cambariere

Amigable, pícaro, funcional, colorido, divertido, accesible, el diseño inflable tiene atributos que le son propios. Muchos lo asocian también con nostalgia a la estética pop de los ‘60, otros a un diseño más banal, descartable o efímero. Y otros, como el diseñador inglés Nick Crosbie, director creativo y fundador de Inflate, de reciente paso por Buenos Aires, lo llevan al límite de sus posibilidades. Explorando distintos procesos y manufacturas, cometiendo muchos errores y felices accidentes, como él mismo cuenta, lo adoptó como material fetiche.
Así crea todo tipo de objetos y utilitarios –su famosa frutera, hueveras, ceniceros, saleros, vasos, perchas, postales–, mobiliario y lámparas, indumentaria –sombreros, vestidos, zapatos y hasta bombachas– y, seguramente con la voz de Sting sonando de fondo, en vez de un Message in a bottle crea una Office in a bucket. Nada menos que una oficina en un balde. Dormitorio, taller, salón de juegos o lo que uno quiera.
En definitiva, un espacio portátil que cobra vida con el accionar de un compresor cuesta 400 dólares, se infla en ocho minutos y hoy es uno de los caballitos de batalla de su empresa. Invitado por la embajada británica, este egresado de la Saint Martin’s School y del Royal College de Londres cuenta cómo vive a través de los inflables.

Viviendo del aire
“En lugar de concentrarme en el diseño contemporáneo del caro, quería dedicarme al masivo con precios al alcance de todos”, explica Crosbie. Así, ya desde el inicio de su conferencia en el Foro Argentino de Diseño, cuenta su abordaje al material de sus desvelos. Como supuestamente no le iba muy bien en la facultad, sus tutores le exigieron la muestra de su portfolio para ver si tenía o no chances de continuar. Con ese panorama nada alentador, se sumergió en uno de los talleres de la escuela, donde se topó con un señor que estaba soldando plástico. Eso y un padre constructor que le hizo amar los oficios con las manos fueron su fuente de inspiración para decidirse a presentar un maletín inflable.
¿Resultado? El producto gustó tanto a sus profesores como a sus compañeros, con lo que Crosbie decidió ahondar en el material. “Algo deben tener los inflables. Algo que sin dudas tiene que ver con sus cualidades emocionales, que lo hacen tan querible y amigable”, pensaba. Ahí quedó aparentemente de nuevo la reflexión hasta que, a través de otro trabajo académico, el diseño de una TV a prueba de agua e inflable, a la que apodó Inflate, se topó de nuevo con el plástico y sobre todo con el nombre con el que bautizaría a su empresa.
Corría 1993 cuando decidió explotar finalmente su veta y amor por el PVC, pero a las fábricas a las que recurre les parece un material demasiado frívolo o de poco valor para invertir en él. “Eso me forzó a comprar mi propia máquina y a ser de algún modo mi propio fabricante. En ese entonces de prototipos, ya que la forma de abordar el diseño era a través de los procesos a los que podía acceder. Por lo que empiezo a fabricar diseños que parecían masivos sin serlo”, detalla. La feria 100% Design, donde le dieron un espacio a cambio de un producto, lo hizo conocido para la prensa y una de sus piezas, la huevera, se alzó como emblema vendiendo medio millón de unidades.
Eso lo ubicó en la vidriera del diseño y en poco tiempo hizo, según él, que el diseño neumático volviera a estar de moda en Londres. “Ya no teníamos que convencer a nadie. Cuando un producto se pone de moda, opera fuera del sistema normal de la gente. Todos querían tener nuestros productos. Todo lo que hacíamos se vendía: jarras, tarjeteros, bodeguitas, floreros. El tema era hacerlos rápido. Cuando esto ocurre, es difícil volver a hacer pie.” El tiempo fue pasando. Desde Inflate abordaron otros procesos de manufactura, como el moldeado por inmersión o el rotamoldeado. Empezaron a trabajar para infinidad de empresas, proyectos y hasta otros diseñadores como es el caso de Ron Arad, con el que hicieron un puf. Y de nuevo fue la sugerencia maliciosa o no de un profesor que le aconsejó que se abocara a la arquitectura, entre otras cosas, la que lo hizo empezar a apostar por estructuras más grandes que aumentaran el valor del inflable. Megaestructuras con las que cada vez amplía más la escala y, en muchos casos, combina otros materiales como pueden ser estructuras metálicas, recursos naturales como el bambú o el concreto.

La mira en el espacio y en lo compacto
En 1998 empezó a construir todo tipo de estructuras modulares y techos inflables. También juguetes y el balde de diversión para chicos. “Después pensé en una oficina a la que todos querían colocar en el marco de una puerta y no en un balde. Me empaqué y el año pasado salió la Office in a bucket”, relata.
Seguiré pensando es el título del libro que condensa su obra y es la frase final de su charla en Buenos Aires. ¿Atributos de su objeto de deseo? “Además del costo, este producto tiene infinitas posibilidades”, señala. ¿Qué cambió de la estética de los ‘60 al diseño neumático de hoy? “La estética pop y high tech es inherente al plástico. Es parte de su naturaleza. Pero antes, por ser nuevo, era un material de experimentación. Y hoy, los diseñadores que se dedican al PVC deben respetar muchos requerimientos comerciales que los acercan más a la industria que al arte. Particularmente, hoy me encuentro haciendo el camino inverso al del inicio. Me meto en la arquitectura porque es ahí donde encuentro que el inflable va a tener un mayor impacto en la manera en que vivimos. Cuando empecé, me aboqué a los objetos que mejoraran las casas de la gente que no podía comprar diseño costoso. Hoy me importan los espacios y, a través de ellos, también intento llegar a la gente para hacer su vida más agradable y confortable”, remata Crosbie.

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