Sáb 20.11.2004
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Obras en el Casco Histórico

Esta semana la ciudad presentó en sociedad obras de mejora de espacios públicos que son parte del plan de manejo del Casco Histórico porteño. Las obras son básicas y se concentran en el espacio público por excelencia, las veredas. El presupuesto fue de 2.500.000 pesos y resulta notable lo que se puede hacer con ese dinero.
Fríamente, se arreglaron 18.000 metros cuadrados de veredas, reemplazando una babel de revestimientos más o menos rotos con baldosas negras (y ojalá que la ciudad tenga de repuesto, porque ya se sabe cómo se perforan constantemente las veredas). También se instalaron 150 rampas para discapacitados, 119 papeleros, 109 protectores de árboles, 107 farolas y 122 postes para evitar la circulación o el estacionamiento de autos.
Este baño de infraestructura mínima en los alrededores de Plaza de Mayo y en San Telmo tiene, a su vez, dos efectos multiplicadores que van más allá de la cuenta de objetos instalados. Como dijo el jefe porteño, Aníbal Ibarra, las obras fueron “para mejorar el ambiente” de un barrio cada vez más visitado por el turismo y en ascensión.
Más allá del objetivo inmediato, este tipo de inversiones mantiene con vida los cascos históricos urbanos y hace la diferencia entre un barrio interesante pero marginal y ruinoso –el San Telmo de hace veinte años– y una zona histórica valiosa y valuada. El Pelourinho de San Salvador, reparado en los últimos años, es un caso dramático de este tipo de poder transformador del pavimento, la iluminación y la pintura. El barrio aledaño a Notre Dame en París es otro, menos dramático pero quizá más cercano.
El otro efecto es de plazo más largo y todavía más importante. Al presentar las obras, la secretaria de Cultura Silvia Fajre destacó que cada peso de dinero público dispara una inversión privada entre cinco y ocho veces mayor. Esto va desde emprendimientos comerciales de mayor o menor porte hasta los vecinos pintando sus fachadas, cosa que ya ocurrió con origen en la simple discusión de lo que se iba a hacer con los que viven en el barrio.
Es este tipo de inversiones –pública, vecinal, comercial– que genera la rara sinergia que permite que un barrio respire y cambie sin perder su patrimonio y su identidad.

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